La Sociedad Argentina de Pediatría insiste en que las mejores defensas son la vacunación, proteger a los bebés del humo del cigarrillo e ir al médico ante el menor síntoma.

Según datos del Área de Vigilancia de la Salud de la Dirección Nacional de Epidemiología y Análisis de Situaciones de Salud del Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación, a la semana 47 de 2018 se habían registrado 230.608 reportes de bronquiolitis en menores de 2 años. Si se hiciera un promedio general anual representaría más de 600 casos por día.

En opinión de la doctora Florencia Lución, integrante de la Subcomisión de Epidemiología de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), “la magnitud de estas cifras y la cantidad de internaciones por esta causa, que afecta fundamentalmente a los lactantes, representa un verdadero problema de salud pública y exige estar alertas y concurrir a la visita al pediatra o al centro asistencial más cercano ante la aparición de los primeros síntomas”.

La doctora Gisela Martinchuk Migliazza, médica pediatra neumonóloga (MN 65.637), secretaria del Comité Nacional de Neumonología de la SAP, explicó: “La bronquiolitis es una inflamación de los bronquiolos que afecta a los bebés de menos de 2 años. Hay que estar alertas porque en casos de bebés con factores de riesgo puede ser severa, exigir internación…”.

El agente infeccioso más común que causa bronquiolitis es el virus sincicial respiratorio (VSR) y, con menor frecuencia, otros virus como influenza (virus de la gripe) parainfluenza, adenovirus y metapneumovirus. Estos virus se propagan fácilmente a través de las gotitas aerosolizadas, que se expulsan cuando alguien enfermo tose, estornuda o habla; también al tocar objetos compartidos, como utensilios o juguetes. “Por eso es fundamental el tema de la vacunación. Un virus que en un adulto sólo provoca un resfrío, en un bebé puede provocar bronquiolitis. Para los bebés muy pequeños, que todavía no pueden ser vacunados, lo que se hace es el ‘cuidado del nido’: se respetan las medidas de higiene en la casa (sobre todo la ventilación de los hogares), no los visita nadie que esté resfriado y no se fuma. Eso es importantísimo. No alcanza con fumar afuera, porque muchas partículas tóxicas del humo del cigarrillo quedan adheridas a la ropa, el pelo y la piel del fumador. Y también en las cortinas, almohadones, alfombras… El bebé absorbe esas toxinas no sólo por inhalación sino también a través de la piel. Esto afecta su desarrollo pulmonar y lo hace más sensible a todo lo que pueda afectar su sistema respiratorio”. “También es fundamental que el bebé haya recibido todas las vacunas correspondientes a la edad de acuerdo con el Calendario Nacional de Vacunación. Entre ellas, hay muchas que protegen contra agentes productores de infecciones respiratorias agudas”, insistió la neumonóloga.

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Martinchuk aseguró que en realidad hablar de casos promedio no expresa fehacientemente lo que sucede en la vida diaria, ya que las infecciones respiratorias en general y las bronquiolitis en particular se repiten año tras año pero con un marcado incremento en la época invernal, sobre todo en los meses de junio y julio y en menor medida, aunque también con mucha concentración de casos, en mayo y agosto: “La bronquiolitis ocasiona frecuentes visitas al médico y servicios de emergencias, a veces más de una en el mismo día, y es una de las razones más comunes para la hospitalización de bebés durante los meses de otoño e invierno”.

El cuadro clínico de la bronquiolitis empieza con congestión nasal, tos y, eventualmente, unas líneas de fiebre. Luego, progresa a síntomas y signos de obstrucción bronquial, como dificultad respiratoria con aumento de la tos, fatiga, agitación, retracción a la altura de las costillas y silbidos al respirar, que pueden durar 5 ó 6 días. De acuerdo con la intensidad de los síntomas, el bebé puede tener dificultad en la alimentación y el sueño y –ocasionalmente– pausas respiratorias que son más frecuentes a menor edad. En la mayoría de los casos, la recuperación es completa en menos de dos semanas.

Los especialistas observaron, además, una fuerte relación con la vulnerabilidad social de las familias, que se expresa en pobre acceso a alimentación saludable acorde a la edad, al control del embarazo y control del niño sano, condiciones de la vivienda y entorno familiar precarios, con hacinamiento, falta de acceso a agua potable de red y cloacas, contaminación ambiental, tabaquismo en el hogar y nivel educativo del adulto a cargo de la crianza. “Los resultados sanitarios se asocian significativamente con mejoría en las condiciones de vida de las niñas, niños y sus familias, junto con el acceso oportuno a los servicios de salud y la comunicación permanente entre la familia y el equipo de salud”, concluyó la doctora Virginia López Casariego, secretaria del Comité de Pediatría Social de la SAP.

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