Las profundas marcas que dejan los abusos y las violaciones en las mujeres son heridas que nunca terminan de cicatrizar: ni en el cuerpo, ni en la mente de la víctima, ni en el interior de la familia, ni en la profundidad de la sociedad, según coinciden las periodistas Miriam Lewin y Olga Wornat, quienes describen las experiencias de distintas mujeres que vivieron estas experiencias traumáticas durante su cautiverio en el marco de la dictadura cívico militar.

– Télam: En el libro hacen hincapié en los problemas para relacionarse con los hombres de la familia que han tenido muchas mujeres tras haber sido violadas ¿Hoy en día algo de eso ha cambiado?
Miriam Lewin: La mujer todavía es hoy culpabilizada cuando es víctima de un ataque sexual, Y también lo es su madre. «¿Dónde estaba la madre?» es lo primero que se pregunta. ¿Por qué estaba ahí tan tarde? ¿Qué se puede esperar, si tenía 17 años y no era virgen? ¿Por qué había abandonado el colegio? Muchos testimonios de los 70 hablan de cómo se intentaba proteger a los varones de la familia de la afrenta que significaba la violación de la hija prisionera. «Mejor ahorrarles ese sufrimiento, no les cuentes a tu papá ni a tu hermano», decían las madres a las hijas que eran liberadas. El hombre, se suponía y aun se supone que está ahí para protegernos de las agresiones de los otros machos. Por eso, los varones sobrevivientes lloran y se quiebran en las visitas a los campos de concentración cuando pasan por el lugar donde violaron a su mujer.

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Olga Wornat: En el caso de las mujeres que han sido violadas y han decidido -o no- contarlo y la relación posterior con los esposos o los padres depende siempre de cada una. Pero en general, las mujeres de nuestro libro rehicieron sus vidas y otras no, pero al margen de lo que les pasó. Todas quedaron muy marcadas y con heridas muy profundas, pero pudieron rehacer sus vidas. Y eso es un canto de esperanza: la ventanita al cielo que quisimos dejar con Miriam en cada una de estas historias, para que todo no fuera tan oscuro.

-T.: ¿Pudieron detectar esas diferencias de las que hablaban los jefes de la Armada en el trato con las mujeres secuestradas con respecto a lo que sucedía con el Ejército?
– M. L.: Todos los centros clandestinos de detención y tortura eran diferentes cuando ejecutaban el plan sistemático de terrorismo sexual contra las prisioneras desaparecidas. En algunos, los cuerpos de las mujeres eran para los oficiales y cualquier intento por parte de un subalterno de acercamiento sexual era incluso sancionado. En La Cueva de Mar del Plata, de la Fuerza aérea, el suboficial Goyo Molina violaba a las prisioneras de manera salvaje y se jactaba de eso. Eso era considerado el botín que le correspondía. Para los oficiales, los bienes materiales, departamentos, terrenos, autos.

– O. W.: Cuando lo entrevisté a Massera en la década del 90 -habló luego de 18 años de silencio- una de las cosas de las que él se jactaba y se vanagloriaba era decir «yo era mejor que ellos» refiriéndose al Ejército; porque decía que había salvado mujeres. Me acuerdo que me dijo: «Vaya a preguntar cuántas mujeres se salvaron en el Ejército, porque en el Ejército las violaban y las mataban, en cambio la Marina las tratábamos como reinas». Esta es una de las grandes frases. Pero si vamos al caso estamos hablando de campos de concentración de la Marina y del Ejército, o sea que la diferencia es absurda.

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