Es inédito, en un sentido, que los días inmediatamente previos a elecciones presidenciales sean una victoria tan aplastante de las incertidumbres por sobre las certezas.

No es la primera vez en que hay dudas acerca de quién ganará.

Pero jamás ocurrió que los interrogantes lleguen al extremo de no saberse si, por debajo de algunas percepciones generalizadas y de coincidencias en encuestas hace rato desconfiables, no correrán acaso unas aguas “ocultas” capaces de (volver a) dejar a medio mundo con la boca abierta.

¿Por qué no sería lógico titubear en torno al vencedor, tanto del domingo próximo como de un balotaje, y más aún siendo que las Primarias dictaminaron un virtual triple empate que incluye a un actor inconcebible?

Sin embargo, eso se relaciona poco o nada con la posibilidad de que todo quede patas para arriba.

Como ya se ha dicho desde flancos ideológicos y campos analíticos de cualquier tendencia, el escenario electoral argentino tiene elementos irracionales. Pero también vale ser menos benévolos, y animarse a afirmar que es directamente surrealista.

Por presencia y discurso, y prescindiendo de todo antecedente que quiera encontrarse para defenderlo o fustigarlo, Sergio Massa es el único de los tres factibles ganadores que ofrece imagen de presidenciable.

Empero, inclusive entre quienes ya lo votaron y volverán a hacerlo o se le sumarán, cabe con sarcasmo la pregunta de cómo es posible que asome competitivo un candidato-ministro de Economía en medio de una inflación incontrolable; con cifras de pobreza impresionantes en un país como éste y una moneda nacional a recuperar porque, es cierto, está desquiciada.

Quizás sea suficiente la respuesta de que es probable gracias a lo sentenciado por Perón: no es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores. De otro modo, es inexplicable que el oficialismo (aparente) llegar con chances expectantes siquiera a la segunda vuelta.

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Javier Milei ya superó, largamente, los límites de la extravagancia.

A más de los neoliberales vernáculos, los house organ de la derecha, en todo el mundo, se interrogan por la notoriedad electoral de un ¿desequilibrado? que convoca a corridas cambiarias y bancarias. Que habla impunemente de dolarizar sin mínimo sustento técnico. Y que carece de andamiajes político-institucionales.

Ese último “detalle” es, en verdad, el de mayor significancia para entender la estupefacción que provoca el personaje.

La pereza intelectual lo emparenta con otras figuras de la escena internacional, a tono con el crecimiento de la extrema derecha y de presuntos outsiders que consiguieron el favor popular. Error. Donald Trump arrastraba tras de sí la firmeza de los republicanos, y así continúa. Jair Bolsonaro, “por fuera” de la proscripción de Lula y del desencanto con el PT, contaba con el sostén decisivo del poder económico concentrado, de los jueces, de la unanimidad mediática y de ese factor fundamental que son en Brasil las Fuerzas Armadas. Vox, en España, se convirtió en un partido político hecho y muy derecho. Y otro tanto los franceses lepenistas.

Acá estamos hablando de un sacado sin estructura organizativa, ya impedido de obtener sólido respaldo ejecutivo y parlamentario (en el mejor de los casos, como lo dictaminaron las elecciones en provincias, dispondría de una bancada ampliada pero, siempre, minoritaria).

¿Eso implica que necesariamente se vería imposibilitado para encolumnar apoyos de diverso tipo, en una Argentina donde, como ironiza el ingenioso Jorge Asís, es “estremecedora” la solidaridad con el triunfador?

No. Pero arrancaría de menos cero en materias muy sensibles.

Milei no tiene ni el más remoto conocimiento de cómo funciona el Estado en general, ni su aparato administrativo en particular, al margen de sus frases hechas sobre “la casta”.

En ese aspecto, y así haya incorporado a un sujeto como Luis Barrionuevo, no se compara ni de lejos con Carlos Menem. El sultán riojano supo alinear al PJ antes y después de asumido. Y tampoco dispone de experiencia de gestión, excepto por su trabajo como asesor en el ámbito privado (del que sí hay buenas referencias, según señalan quienes lo conocieron de cerca en las filas de Eduardo Eurnekian).

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En síntesis, si alguien se preguntara por lo concreto de qué significa un salto al vacío, “independientemente” de ideas o delirios macro como la dolarización y los explosivos en el Banco Central, tiene la respuesta en Milei como un inexperto absoluto.

Y en cuanto a Patricia Bullrich, sólo el voto gorilísimo explica que pueda ser la tercera en discordia. Está casi tan lejos como Milei de ser una imagen presentable como presidenta, y de ninguna manera figuraba en los cálculos deseados por los grandes agentes de la economía.

Era Larreta. No ella, quien ahora lo anunció como su jefe de Gabinete en una buena movida que semeja tardía. Pero no pudo ser porque, entre otros motivos, el dueño despechado del Pro se encargó de dinamitar a la coalición que, hasta hace unos meses, creía que su victoria sería apenas un trámite.

La descripción, algo obvia, sólo pretende quedar por encima de los fuegos que se registran en estos últimos días y, casi sin dudarlo, hasta el domingo que viene.

Los servicios, los carpetazos y las maniobras están a full, más allá de que hechos y protagonistas involucrados sean verificables. Vale todo: audios, videos, fotos, oportunas andanzas judiciales, imputaciones serias o a la bartola. ¿Algo de todo eso cambiará lo que no se sabe qué es, o en qué terminará consistiendo?

¿Quién está en condiciones de asegurar que Milei se estancó o retrocedió porque ya fue demasiado lejos con sus exabruptos, generando que entre sus propios y eventuales votantes se haya despertado la inquietud y, en algún resto, el espanto?

¿Quién puede decir con seguridad que tales incidencias serán aprovechadas por Massa, justo cuando siguió estallándole el dólar y el precio de los alimentos (podría agregarse la insólita denuncia penal del Presidente, que le regaló a Milei el papel de víctima)? ¿O quién podría afirmar que esas circunstancias serán usufructuadas por Bullrich, justo cuando ya no le confían ni en la prensa cambiemita a la que supieron alquilarle una señal de cable para hacer campaña y donde pareciera que el último apagará la luz?

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De vérselo por la negativa, este panorama ratificaría que el descreimiento generalizado sobre “la política” -y la angustia por lo económico, fuere en la realidad o en la sensación- puede darle cabida a cualquier cosa. A riesgos insondables. A un auténtico precipicio.

Por la positiva, en cambio, tal vez ocurra que “la gente”, o una parte decisiva de su conformación electoral, se detendrán exactamente antes de tirarse al abismo el próximo domingo. O el 19 de noviembre.

Cualquier opción ganadora de la derecha explícita, en el corto plazo para empezar, representará un golpe tremebundo para las necesidades populares (que no los intereses: si es por eso, el interés masivo transcurre por ver al Estado como el enemigo de la salvación individual).

Se dirá, como se dice, que ese golpe ya está porque este Gobierno fracasó -lo cual es correcto o atendible- y porque -justas o no- son inválidas las excusas de pandemia, guerra y sequía.

Vuelve a ser el tema de que peor no se puede estar.

Y si eso es razonable como argumento de quienes ya no tienen nada o muy poco que perder, es insensato por parte de acomodados y frívolos dispuestos a una aventura que pone en juego el destino colectivo.

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