El 7 de mayo de 1919 se producía el nacimiento de María Eva Duarte, una de las figuras más destacadas de la Argentina, quien marcó a fuego a los sectores más humildes y quedó grabada en el corazón del pueblo

Un 7 de mayo como hoy, pero de 1919, nacía María Eva Duarte, con lo que hoy se cumplen 100 años del natalicio de una de las figuras más destacadas del siglo XX, quien con el paso de los años se transformó en una de las líderes del movimiento justicialista, junto a su esposo, el presidente Juan Domingo Perón, siendo reconocida por el pueblo como “la abanderada de los humildes”, por su importante influencia en los sectores más humildes de la Argentina.

Es que, desde el sentimiento del pueblo peronista, a Evita no puede vérsela de otra manera que como un ícono sin tiempo de la solidaridad y de la entrega absoluta a favor de los más desprotegidos. Fuera de esos límites, su figura puede cosechar admiración o rechazo, pero nunca indiferencia.

Como predijo el poeta, “Evita siempre vuelve” y es millones: libros, ensayos, obras de teatro, películas, canciones, imágenes, grabaciones con sus encendidos discursos, son algunas formas de su permanente retorno. Pero ninguna de esas manifestaciones supera la sensación de gratitud que todavía persiste entre aquellos que gozaron de su mano tendida cuando nada tenían, en un fenómeno que trasciende al peronismo y que el paso del tiempo no ha logrado socavar aún hoy, a 100 años de su nacimiento.

Construcción del mito

Cuando una figura de la talla de Eva Perón tiene la vigencia que ella alcanzó, se impone considerar el contexto en el que empezó la construcción del mito. Pocos años de actuación pública, no más de ocho desde que conoció a Perón en 1944 y seis desde que el General llegó a la Presidencia de la Nación, la colocaron en ese lugar reservado sólo para los elegidos.

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La irrupción potente de esta singular mujer argentina no fue obra de la casualidad, sino de la causalidad. Había injusticia latente en millones de hogares de la Argentina, fruto de la Década Infame. Y serían un coronel tan lúcido como ambicioso y una mujer de extraordinaria sensibilidad social -dispuesta a cualquier sacrificio- a quienes les tocó liderar el cambio de época.

El mérito distintivo de Evita fue que para cada una de las realizaciones que llevó adelante como dirigente política apeló siempre a su origen humilde al momento de darles forma y contenido. Esa conducta quedó impresa como un grabado, sea en sus luchas por los derechos cívicos de la Mujer o para que se estableciera la igualdad jurídica en el matrimonio y la Patria Potestad.

Fue una política astuta, impetuosa sí, agresiva también, pero con una capacidad intuitiva única. Brillaba en la tribuna, en la CGT o en un banquete con estadistas europeos: desde cualquier lugar que se observe el fenómeno, está claro que Evita no llegó a ser la principal colaboradora de Perón por ser su esposa o la Primera Dama.

Esto significa que el cargo de vicepresidenta, al que debió renunciar (por imposición de su propio marido, entre otros factores), fue un clamor popular y no la imposición de una componenda política de la que ella resultaría beneficiaria.

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