A no perder la esperanza que aún quedan suficientes días de campaña para que aparezca en algún spot ese niño que hacía de las suyas en los ’50 con chistes del garchar que hoy parecen de salón. El discurso devaluado está de moda y expresa mediocridad y desconocimientos en materia de comunicación y política en ciertos casos, y discriminaciones a lo facho en otros.

Además de coincidir con quienes sobre todo en redes sociales apuntan acerca de la insoportable levedad del ser (expresión esa que me gusta a pesar del autor insufrible de la novela que la tiene por título) con que nos mortifica la presente campaña electoral en los medios; aunque quizás esté de más aclarar en los medios porque casi que otra, en la vida misma, ni existe.

Más allá de tales coincidencias y aclaraciones hay un punto en torno a la materia que nos ocupa que conviene ser observado en forma inmediata, no por su trascendencia sino por la propia inmanencia que significa en tanto disparador para ensayar sobre las peroratas del dislate: me refiero la palabra garcha.

Como es sabido, refiere a pene, aunque para estar más a tono con los usos de la política argenta actual, mejor escribir a pija.

También a un algo que resulta muy feo, como cuando se dice esa película es una garcha, por ejemplo.

Y de garcha, podemos concluir, deriva la acción de garchar, es decir coger, fifar, empomar o como ustedes prefieran designar a tan delicioso menester, sin que falta haga aclarar ninguna de sus acepciones digamos que más modositas.

Todo ello puede sugerirnos que la utilización de la palabra garchar le da un tinte sólo fálico (¿coital?) al retozo. Y si avanzamos en una suerte de declinación imperfecta, reparando en voceos propios o por sinonimias, también por apelaciones gestuales en ciertos escenarios, sería dable deducir que de la exaltación fálica a la violencia hay tan solo pocos pasos; porque a los otros, sean ellas o ellos, vamos a cogerlos, vamos a romperles el culo.

Ni que hablar de las peyorativas utilizaciones del sustantivo garcha para designar al disgusto, a la fealdad, casi como cuando otro nombre, el recién mencionado culo y allegado dicho sea de paso a la semántica popular de Eros, que es vida, sexualidad y placer, frente a Thanatos, que es deseo de muerte y disolución del ser. Recuerdo aquí que el culo resulta invocado para lo malo o lo mal hecho… De aquella película que es una garcha, al presente texto que quizá esté escrito como el culo.

Y tanto es el desaguisado palabrero que por ahí alguien con intenciones dudosas podría recordarnos que en el peronismo (no sólo en el peronismo, claro, más bien en eso que se llama la política) también se usan pija, pijazo y chupapija para aludir a quien detenta el poder, a los imaginarios golpes o maltratos que ese quien o alguien propina, y a las prácticas de sumisión que impone, incluso a los suyos…Un combo sexista si los hay, y patriarcal, por supuesto.

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Parece entonces que todo es un lío o un mal liado de palabras y poco y nada de todo ese embrollo estaría relacionado a las pasiones militantes que se despertaron por ellas, las palabras, como si de reivindicaciones de justicia se tratase.

¡Ay amigos y amigas…y caramba!

No sé si hace falta recordar –nunca está de más– que el placer de Eros aún espera la llegada del día en que la tortilla se de vuelta, para que los pobres entonces disfruten y los ricos tan solo tengan mierda, mierda.

Si en verdad nos afanamos en valorar la multiplicación plebeya de la gozadera recordemos que existen algunas obras manifiestos que no son tales, ni proclamas, pero que retumben como tambores alzados, aunque para sacarlas del papel y llevarla a la vida de las carnes y los olores sí harán falta ovarios y cojones; mucho más que entrevistas encendidas, tuiteos y otras modalidades de la actual caja boba, que a estas aturas no sólo es TV sino que presente está a toda hora en redes y senderos digitales.

Voy sólo por dos

La literatura y toda la filosofía libertina del Marqués de Sade, desde las cuales a sus congéneres de luchas les advirtió que, si de Revolución se trata, pues entonces habrá que atreverse a las instrucciones de Dolmancé y Madame Saint-Ange en La Philosophie dans le boudoir (1795); y a ellos mismos, a aquellos congéneres, confrontó, porque si en la Bastilla se pronunciaba contra la pena de muerte, a perder una magistratura judicial del nuevo orden burgués estuvo dispuesto, tan sólo por ser fiel a su convicciones.

Y un momento, una parrafada de El reino de este mundo (1949), de Alejo Carpentier, cuando los esclavos en armas dejan en claro que sin algunas ejecuciones justas y necesarias orgías entre licores en toneles rajados a machetazos; manjares a discreción, sin dueños y de forma tal que las viejas bacanales parecen ceremonias confesionales; y refriegas de cuerpos en orgasmos; sin todo ello así en el orden del caos, imposible es hablar de emancipación.

Pero sigamos

Cómo podría alguien asociar el presente artículo a una cierta tendencia pacata, si pocos son los senderos de la escritura que tanto placer provocan cuando ella se concibe y desde el goce, hasta cuando uno se somete en la urgencia de alejar, que no curar, sus peores sombras.

Además, qué miopía no verlo. La derecha mediática más reaccionaria y de peores estulticias culturales no se rasga las vestiduras por el uso de semejantes vocablos o la impregnación de ocurrentes lubricidades. No, la derecha se hizo una fiesta, con champán y todo, porque una vez más maneja a su antojo aquello del vértigo y la capacidad de memoria y reproducción hacia el infinito que han adquirido los discursos públicos, sometidos al imperio de la comunicación en tiempos de digitalización globalizada, mientras que en el campo de los justos (o de los que se dicen justos) todavía se cree en la fuerza de los olvidos, de la aclaraciones y de los desmentidos…Es decir, para estar a la moda, espero sí breve, nos están cogiendo.

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Tomar distancia

Tal vez ayude a mi propio entendimiento de esta escritura que acontece, alejarnos finalmente de los asuntos del garchar y ni que hablar de otros postergados, porque tanto no puede uno extenderse, aunque también sean o provoquen, según los casos, emanaciones del lío discursivo, como aquella patología de origen mediático, la del brote psicofacho que se afanó la tan bella palabra libertarios; la desvergüenza convertida en ADN de cambiemitas todos; y también, por qué no, de suizas, seguridades, aburrimientos, cumpleaños y afines, que para lamento aportaron lo suyo.

Alejémonos sí, para concentrarnos en un bicho que de repente se hizo centro y periferia a la vez de sentires clasistas en demanda de justicia social, ambiental y hasta antiimperialista, gracias a las ocurrencias humorísticas a la carta de los habitantes en redes que se dicen sociales, de todo género y variedad crítico–progresista, por llamarlos de alguna forma aunque ésta no sea del todo abarcativa: sobre carpinchos y palabras escribiremos, casi hasta el final de las presentes cuartillas sin papel.

Porque leída la irrupción carpinchera en nombre de los justos por parte del diario La Nación, por sólo citar un caso de los tantos que acometieron al respecto desde el mismo segmento, ese que siempre está del lado de los victimarios; leída de forma tal que se dedicó a resaltar la aparición de un carpincho doméstico en Mar del Sud, sobre la costa atlántica bonaerense, el aparato apropiador de las palabras puso en acción aquello que el argentino Tomás Maldonado definiera en algunas en conversaciones que mantuve con él en Argentina y en Italia como el accionar del sistema digestivo más efectivo del que hemos tenidos noticias, el del sistema capitalista global, que con sus aparatos ideológicos todo lo metaboliza, hasta ahora.

Tomás Maldonado (1922, Buenos Aires – 2018, Milán), fue uno de los animadores centrales de las vanguardias artísticas de los ’40 del siglo XX en nuestro país y finalmente uno de los principales filósofos contemporáneos del diseño, y considero que de la Comunicación entendida como tal también.

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Fue profesor y rector en la Hochschule de Ulm entre 1955 y 1967. También enseñó en Princeton (1967-1970), en la Universidad de Bolonia (1976-1984) y en Politécnico de Milán desde 1985, donde fundó la carrera de Diseño Industrial.

A propósito de lo apuntado antes, en su último libro traducido y editado en castellano, Bauhaus (Anagrama; Barcelona; 2021), Maldonado escribió: “Por formación artística entendemos una práctica más o menos institucionalizada cuya finalidad principal consiste en inculcar en el mayor número de sujetos sociales un particular régimen de preferencias estéticas. Se trata, pues, de una práctica de socialización: lo ‘arbitrario’ se convierte por su mediación, en ‘natural’”.

Desde el modelo teórico práctico Intencionalidad Editorial, aplicado a la producción y al análisis de contenidos comunicacionales que desarrollamos en la UNLP y otras Universidades, entendemos que los aparatos culturales a cargo del proceso “metabólico” del que nos hablaba Maldonado operan como mecanismos de formación artística, según sus propias definiciones.

Ya casi como intento de breve conclusión

Entre aquellos mecanismos hay uno que resulta vital, el de la apropiación semántica. El mismo que, para ser demolido, requiere de un proceso de acción política subversiva contra la naturalización de las arbitrariedades, impuesta esta como orden absoluto.

Se trata de proyecto complejo, histórico, al cual poco aportan las confusiones o líos de palabras, por mejor bien intencionados que sean.

Y ahora sí de salida y a propósito de tantas invocaciones al garchar y otras especies, tampoco vaya a creerse que estamos en presencia de grandes hallazgos transgresores.

Escribía Francisco de Quevedo (1580-1645)

Estaba una fregona por enero

metida hasta los muslos en el río,

lavando paños, con tal aire y brío,

que mil necios traía al retortero.

Un cierto Conde, alegre y placentero,

le preguntó con gracia: “¿Tenéis frío?”

respondió la fregona: “Señor mío,

siempre llevo conmigo yo un brasero.”

El Conde, que era astuto, y supo dónde,

le dijo, haciendo rueda como pavo,

que le encendiese un cirio que traía.

Y dijo entonces la fregona al Conde,

alzándose las faldas hasta el rabo:

“Pues sople este tizón vueseñoría”.

O recordar a La cantante calva de Eugène Ionesco y Esperando a Godot de Samuel Beckett, que es lo mismo que el origen del teatro del absurdo, o los humanos en estados de abstracción eterna y a la búsqueda de sentidos que siempre se escapan…

También a las notabilísimas humoradas que fueron crítica social de Peter Capusotto: A su boliche “Acá sí que no se coge…” Y a su tema “A ver si la ponés con esto, que ya está en tu disquería…”

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