Fue voto bronca por falta de buenas respuestas que mejoraran la vida de las personas. Fue voto angustia por la pandemia. Fue un voto epocal que tiene antecedentes en el sobre con mortadela del 2001-2002 y la cultura del neoliberalismo. Fue voto encierro en la era de la soledad y la búsqueda de la satisfacción inmediata por redes.

Creo que estamos ciertamente ante tiempos sociales muy estremecedores. Es un tiempo en que nada ha de ser duradero durante un periodo prolongado. Cada victoria de las fuerzas conservadoras tendrá pies cortos y podrá derrumbarse, y cada victoria de las fuerzas de izquierda podrá tener pies cortos si es que no sabe corregir errores e impulsar un conjunto de vínculos con la sociedad”.

La frase fue dicha por el ex vicepresidente boliviano Álvaro García Linera en un curso llamado “Estado, política y democracia en América Latina”. Las elecciones del domingo pasado en Argentina por supuesto que tienen fuertes rasgos propios.  Pero aquí se propondrá (intentar) interpretarlas incluyendo el contexto de un clima cultural de pandemia, crisis general de las democracias que no dan respuestas desde hace añares y crisis global (incluida, paradójicamente, la del neoliberalismo).

En esa clase dijo García Linera que vivimos en “una coyuntura de enorme perplejidad y angustia. Pareciera que la sociedad y el mundo hubieran perdido el rumbo, una dirección hacia dónde ir, su destino. Es en este sentido que propongo la categoría de un ‘tiempo suspendido’. Hay un movimiento del tiempo cuando hay un horizonte, cuando podemos al menos imaginar hacia dónde vamos, hacia dónde nos dirigimos. Se trata de una experiencia muy desgarradora, una experiencia nueva que estamos viviendo, en el sentido de que no existe una dirección hacia dónde ir, lo cual es angustiante”.

Para el Frente de Todos, la elección, parafraseando a Dickens, sucedió en el peor de los tiempos… y solo en el peor de los tiempos. Se puede describir la derrota con una palabra que tal vez sea excesivamente fiera: hecatombe (recordemos la etimología: sacrificio ritual de cien bueyes en la antigua Grecia). Medible en la pérdida de casi cinco millones de votos, quince provincias y la triste obtención de menos sufragios que los generalmente adjudicados a un presunto núcleo duro, o tercio fuerte de perfil acaso cristinista. Todo eso, difícilmente reversible y con futuro reflejado en menor poder en el Congreso.  Con lo cual la eventual salida por el lado de la radicalización de mejores políticas, si eso debiera pasar por el parlamento, parecería complicarse.

Se puede explicar inicialmente el arrollador voto opositor como una doble respuesta: la de la bronca y el reclamo porque en estos dos años empeoraron la calidad de vida y los índices de bienestar social. Y la de la angustia. Retomaremos ambos puntos.

Ganó “la derecha” (comillas para subrayar que usamos paradigmas acaso extraños o distantes en el imaginario de muchos votantes) con el simple trámite de hablar mal del gobierno, con solo decir “Eso caca”. O como escribió Macros Mayer en Socompa: “una oposición que gana por descarte y no por proyecto”. Ganaron las derechas (y hubo un interesante desempeño del FIT) sin una sola propuesta salvo el último llamado de Larreta medio que dirigido a los votantes de Milei para acabar con las indemnizaciones por despidos o el anuncio de adoptar políticas punitivistas contra la inseguridad, asunto que históricamente incomoda al progresismo y a las izquierdas. Pero, más grave aún, a la sociedad. Los últimos gestos de Juntos por el Cambio en campaña son parte de lo terrible a esperar: perfectamente podrán ir por más derecha a la hora de ampliar su base electoral. Tienen dónde buscar, dónde cosechar.

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Esto que viene de antes (2001)

Conocimos el voto-bronca y el voto angustia luego del 2001. Conocimos hasta el voto-mierda y violento: mortadela y/o papel higiénico en el sobre. Milei acaso hizo eso. O sea, tenemos un pasado que prefigura o antecede lo sucedido el domingo pasado y que refleja una larga agonía de nuestra democracia a la hora de mejorar la vida de las personas. Puede decir entonces que el voto-bronca en pandemia se hizo voto rabia-soledad-encierro-angustia. Arréglenme esto, no me interesa cómo ni me interesa entender cómo. No quiero saber ni entender, denme respuestas.

Voto bronca-angustia. Expresado también en los muchos votos (mucho más de los previstos) obtenidos por las colectoras o segundas opciones de Cambiemos (López Muyphy, Facundo Manes), la búsqueda de lo que sea, pero presuntamente distinto u opuesto. Voto bronca y angustia medible en la baja participación, aunque no tanta como la prevista los días anteriores a la elección. En algún incremento del voto en blanco o impugnado según de qué distrito se hable. En lo pésimo que le fue a mucho gobernador peronista. En el leve, digno, crecimiento de la izquierda. En el 13 y pico de Milei en Capital, el más puro del antisistema y a la vez el más pro bruto sistema capitalista de todos.

El clima global-democrático al que aludimos viene de lejos. Desde Thatcher y Reagan, desde Milton Friedman en el golpe de Pinochet, desde nuestro 1976+Menem+De la Rúa+Macri y la enorme (llamativa) facilidad que tuvo éste para deshacer los avances introducidos por el kirchnerismo. Desde Thatcher y Reagan, pasando por las dictaduras latinoamericanas, es que estallaron los paradigmas de solidaridad social y quebraron o decidieron cerrar por vacaciones los Estados de Bienestar. Por casa, Argentina, podemos verlo con un solo ejemplo: las “políticas sociales”, los planes sociales, son para muchos, puro despilfarro de recursos, “mis impuestos”. Y no solo dicen “choriplaneros” quienes viven en Nordelta. Entre las clases populares perfectamente puede suceder que un receptor de plan social o IFE sea mal mirado. Sucede también que –pasó con el kirchnerismo- comprar el primer coche o cobrar un mejor salario o jubilación no necesariamente se traduzca en voto “a favor del modelo”. No: el votante, ciudadano, consumidor, quiere más. Salir de la malaria y luego comprar el aire acondicionado y luego a la prepaga.

No todo es interpretable en términos estrictamente políticos o económicos, sino culturales, epocales. Voto bronca-angustia en la era de lo fugaz, de la posverdad, de la crisis de lo argumental, de la búsqueda en redes o el consumo de la satisfacción instantánea. No sé lo que quiero, pero lo quiero ya.

Voto bronca y angustia que tiene sus respuestas absolutamente racionales, pero también emocionales. Voto-bronca, visceral, con los ojos tapados al otro (ausencia de empatía), al entorno y al futuro. Voto-bronca comprensible pero no necesariamente sabio. El domingo se votó a los verdugos de hace apenas un par de años.

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Entonces: ¿son sabias las sociedades al votar? ¿Cómo se pasa en pocos años del 54 por ciento y pico que obtuvo CFK a Macri, luego al Frente de Todos, y de nuevo a votar “derechas”?

El que escribe hizo la misma pregunta para hablar del salto de la primavera fugaz de 1973 a la dictadura, en Decíamos ayer:

“Hasta el partido más conservador de aquel amanecer democrático abortado, Nueva Fuerza, diseñó un slogan populista con la palabra ‘Goles’ que se cantaba así por la televisión: la G de grandeza, la O de orden, la L de liberación, la E de estabilidad y la S de seguridad (…) En el ’73 incluso algunos de los medios más reaccionarios se mimetizaron con la época y mostraron alguna simpatía, aunque más no fuera con algunos síntomas exteriores de la estética revolucionaria. Lo plantea también el Herald en los primeros años de la dictadura, batallando contra la idea universal del demonio subversivo. Si se trata de encontrar subversivos -le dice el diario al gobierno militar- los dueños de los millones de votos que tres años antes respaldaron los proyectos “estatizantes” o “socializantes” del peronismo, el radicalismo y la fórmula Alende-Sueldo (más del 80 por ciento del padrón), son todos subversivos.

La pregunta es ¿cómo una sociedad pasa en sólo tres años de esos vértigos fervorosos al abismo negro de 1976?”. 

Vivimos en el mundo equivocado 

En la entendible desolación de quienes literalmente se angustian por el avance de las derechas se buscan respuestas a lo sucedido el domingo. Que los medios hegemónicos, que la mala comunicación, que el vacunatorio y el cumpleaños, que falta más Cristina, que la tibieza. Todo, todo eso es compartible y razonable. Una de las respuestas más humildes y certeras que leí fue un posteo del colega Manuel Barrientos:

“Nadie se vuelve de derecha, ultraderecha o nazi de un día para el otro; aunque vote a candidates que sí son de derecha, ultraderecha o nazis. No tendrían problemas en volver a votar al peronismo, el kirchnerismo, el socialismo, la socialdemocracia o la izquierda si les ofreciéramos soluciones a sus vidas cotidianas. O si la derecha, ultraderecha no les diera soluciones (como estamos convencidos que no les van a dar). Si en los últimos años venimos de bandazo en bandazo es porque no hay mejoramiento real de las condiciones de vida. Si hay manotazos de ahogado no es por el influjo poderoso de los medios. Tal vez es porque realmente nos estamos hundiendo, como se hunde el salario real”. Algo muy parecido, con datos duros, escribió Daniel Cecchini en Socompa.

Coincido también con lo que publicó aquí Marcos Mayer sobre una pérdida de autoridad de Alberto Fernández/su gobierno (agrego: y la pérdida de la calle en pandemia) a fuerza de una excesiva búsqueda de “soy amigo de medio mundo”. O como cantaba Leo Dan: ¿Por qué no charlamo’ un ratito, eh? Sigo pensando que el primer, largo, lento intento de AF de anunciar y pretender superar la grieta fue válido y así se ganó en campaña (“con Cristina no alcanza”). Con el diario del lunes es evidente que el intento resultó ingenuo, fallido. O mal formulado. O faltó la astucia y el desenfado de un… ¿Menem? Pero Alberto no es Menem. Y sabíamos que no era Cristina ni Néstor.

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¿Qué hacer ahora? Intentar retomar la autoridad política (o imagen de poder) perdida. Mejorar la calidad de vida de los comunes. Eso debería suceder con una intensidad y velocidad de la que careció el gobierno, muchas de cuyas políticas y medidas demoraron eones. Lo cual –repitiendo lo que dijo medio mundo- se hacía algo complicado en pandemia. Es como si el gobierno hubiera estado amputado y en silla de ruedas. A la vez: ¿es lícito o justo decir que el Gobierno atendió demasiado la pandemia (alguno creo que insinuó que eso fue el humilde “Vamos por todo” de Alberto Fernández) y no se concentró en otras políticas?

 

 

 

Muchos piden, tras el desastre electoral, “radicalizar”, “cristinizar”. A cualquiera de ambos verbos aspiracionales le falta un programa económico o algo parecido. ¿Qué significaría “cristinizar”? Cristina no es la presidenta detrás del trono con que amenazan La Nación y otros fantasmas. Pero tampoco permanece ajena a las políticas de gobierno ni estuvo ausente en campaña. Cristina mantuvo diálogo permanente con AF. Cristina sí puede y debe ser el motor de un mayor dinamismo gubernamental, una mejor dirección, una ganancia en términos de autoridad ante la semi blandura hippie de Alberto Fernández. Pero Cristina también perdió en las elecciones y no es que recolecte a lo pavo por fuera de sí misma. Su famosa “jugada maestra”, cuando le ofreció la candidatura a AF, fue el reconocimiento de sus propios límites a la hora de convocar más votos.

Otros piden “peronizar”, “hacer más peronismo”. Ah, buenísimo. Entonces alcanza con esto: se saca el pechito de pollo, compañeros, y queda recontra obvio qué es “hacer más peronismo”. ¿Pero qué carajo significa hacer más peronismo después de Isabel, López Rega, Celestino Rodríguez, Menem y Cavallo? Esta elección demostró además que el antiperonismo, una vez más, fue más fuerte que “el peronismo unido”, pequeño detalle.

Vivimos en el peor de los tiempos acá y en el mundo. Debo haber cansado a nuestros lectores mencionando esto y el ascenso de los neofascismos por todas partes en los últimos años. En el tiempo equivocado, ofrecemos todo nuestro amor y humanismo en pos de paradigmas y discursos justicieros. Pero lo hacemos en off-side histórico. Las izquierdas, el centro-izquierda kirchnerista, exige lo mejor de las personas, empatía, solidaridad, incluso sacrificio. Exige mucho. La derecha te la hace mucho más fácil. Te dice no te hagás drama, vos podés, hacé la tuya. Podemos. Por doloroso que suene no son estos tiempos para ganar elecciones con los sambenitos de lucha, nacional y popular, militancia, cumpa.

Nosotros pedimos empatía. La derecha habilita y desencadena lo peor de nosotros. Volviendo a García Linera: vivimos tiempos estremecedores en los que nada es duradero. Hoy te voto una cosa, mañana otra, y mientras tanto seguimos perdiendo.

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