Mariana Gutiérrez explica qué hay alrededor de las monedas virtuales

Los titulares sobre bitcoin, Ehtereum, fan tokens, NFT y todo el mercado de los criptoactivos está conectado por una tecnología conocida como blockchain. ¿Qué hay detrás de tanta complejidad financiera y tecnológica? La magister en Sociología y doctoranda de Conicet explica el fenómeno.

Bitcoin era solo una curiosidad para hackers en 2009, cuando se inició su circulación. Con el paso de los años salió de ese nicho y se hicieron frecuentes los titulares que daban cuenta de los vaivenes de su cotización. En los últimos años su modelo, basado en blockchain, produjo una numerosa prole de fenómenos cuya complejidad tecnológica y financiera excede a la mayoría de los mortales: NFT que se vendían a 69 millones de dólares, Fan tokens del PSG que aumentaban con la llegada de Messi,  juegos para ganar dinero, la prohibición de aceptar bitcoin en China y, poco después, de su minado en China, la decisión de El Salvador de utilizarla como moneda de curso legal.

La variedad de fenómenos es amplia, pero tienen un hilo común: la tecnología blockchain, sobre la que se pueden montar múltiples sistemas descentralizados. Sin embargo, entre la especulación financiera, el marketing feroz y esquemas ponzi en versión tecno, resulta cada vez más difícil comprender que hay detrás del humo de bitcoin y su descendencia.

Mariana Gutiérrez es doctoranda en Ciencia Política, Magíster en Sociología y Licenciada en Administración por la UNC. Actualmente es becaria doctoral Conicet-UNC y trabaja en el Instituto de Estudios en Comunicación, Expresión y Tecnologías. Sus temas de investigación refieren a la gobernanza neoliberal, las políticas participativas y la subjetivación política. Las indagaciones que realiza en torno a blockchain y criptoactivos se enmarcan en un proyecto de comunicación pública de la ciencia desarrollado por Ideas de Pie/ Fundación Igualdad. Es docente de la Universidad Nacional de Córdoba. Aquí, explica el fenómeno Bitcoin.

–¿Qué es blockchain?

–La blockchain o cadena de bloques es un registro distribuido, una enorme base de datos almacenada de manera virtual. Cada usuario de este registro tiene la capacidad de actualizarlo pero de manera sincronizada. Cada nueva operación que desea registrarse como una transferencia de criptoactivos de un usuario a otro, en vez de ser autorizada por una parte externa, necesita de la aprobación de todos los usuarios.

–¿Cómo asegurarse de eso?

–Lo que garantiza esa seguridad son las operaciones criptográficas. Estas operaciones provienen de algoritmos que funcionan codificando las operaciones. Para incorporar una nueva transacción a ese registro se necesita de un mecanismo de consenso de parte de quienes participan. Dependiendo de la criptomoneda, su protocolo de consenso puede variar. Los más conocidos son dos: proof-of-work y proof-of-stake.

–¿Qué tiene que ver blockchain con bitcoin?

–Cuando se habla de bitcoin, se puede estar haciendo referencia tanto a un tipo de activo creado de forma descentralizada amparada en blockchain y también a la red Bitcoin, con mayúscula, es decir, la comunidad de usuarios y nodos que se encargan de “minar” nuevos bitcoins, de crear nuevas monedas a partir de la resolución de problemas criptográficos.

–¿Por qué produce tanta contaminación?

–En el caso del mecanismo de consenso denominado “proof of work” o prueba de trabajo, implica poner en competencia a los centros de cómputos para descifrar los acertijos criptográficos que requiere cada modificación de la blockchain. El nodo que logra descifrar el algoritmo es el que gana el premio y se queda con una retribución en criptomonedas. Así funcionan Bitcoin y Ethereum. El problema es que la energía que se destinó para resolver ese acertijo pero que no ha recibido la recompensa en criptomonedas es puro desperdicio desechada. En el caso de bitcoin, la Universidad de Cambridge calculó el consumo de esa red en 130 teravatios por hora. Para que se tenga una idea, Argentina consume 120 teravatios hora. La red de Ethereum se calcula en 63 teravatios por hora. Ethereum viene prometiendo adoptar el mecanismo de consenso “proof of stake” que distribuye el premio aleatoriamente basándose en criterios de participación. Pero este cambio ha sido postergado en sucesivas oportunidades.

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–¿Cuándo aparece bitcoin?

–En 2009, luego de la crisis de las hipotecas subprime, cuando se publicó un artículo firmado con el seudónimo «Satoshi Nakamoto», en donde se declaraban las bases de funcionamiento de bitcoin y las intenciones de crear esta herramienta para prescindir de intermediarios como el Estado o los bancos. Se dice explícitamente en ese artículo que esta “versión puramente electrónica de efectivo” permitiría que “los pagos en línea sean enviados directamente de un ente a otro sin tener que pasar por medio de una institución financiera”. Además allí se declara, “lo que se necesita es un sistema de pagos electrónicos basado en pruebas criptográficas en vez de confianza, permitiéndole a dos partes interesadas en realizar transacciones directamente sin la necesidad de un tercero confiable”.

Eso se corresponde con una perspectiva liberal friedmaniana que considera a los fenómenos monetarios como asociados directamente a la cantidad de dinero en circulación, sin considerar que todo sistema monetario depende de las convenciones sociales, acuerdos tácitos, expectativas y otros fenómenos de índole social y político.

–¿Cómo se explica su crecimiento y su cotización?

–Según estudios sociológicos el fenómeno despertó interés porque captó el humor político post crisis de 2008. Cuestiones como la descreencia generalizada en el Estado como defensor de la voluntad pública, la impotencia de la ciudadanía ante lo que pareciera ser la captura del Estado por parte de las élites financieras y económicas, la exigencia de transparencia en la gestión pública, la búsqueda de soluciones que exigen una sociedad civil activa y propositiva, crearon el entorno para que el sistema de efectivo electrónico peer-to-peer, de usuario a usuario, produjera tanta fascinación. Obviamente que su expansión en los últimos años tuvo con ver con un entorno de sofisticación tecnológica y de búsqueda de ganancias. Las fintechs acercaron el criptomundo a nuevos segmentos de clientes. A la par de la expansión de Bitcoin surgen otros criptoactivos, como Ethereum, y otras criptodivisas que se mantienen en la agenda mediática.

–¿Cuál es la relación de bitcoin con la economía real?

–Ahí hay un punto importante. Aun en el eventual caso de que la red Ethereum o la red bitcoin eficienticen su desastroso uso energético, a mi parecer, no pueden dejar de considerarse los efectos socioeconómicos y culturales si se generaliza el uso de activos financieros para especulación.

Los poderes fácticos con grandes capitales tienen mayores facilidades de sacar provecho de una canasta de activos financieros tradicionales o alternativos. En el caso de los criptoactivos también hay un plus de rentabilidad para capitales concentrados que puedan lidiar con las innovaciones tecnológicas y aprovechar la escasa regulación. De más está decir que esa exacerbación de las finanzas hace aún más difícil la distribución del bienestar, la generación de empleo genuino y la reducción de las desigualdades socioeconómicas y culturales.

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–¿Qué utilidad tiene? ¿Para quiénes?

–El bitcoin está siendo utilizado como una forma de inversión que por su altísimo riesgo y volatilidad puede llegar a significar ganancias si se cuenta con suficiente capital como para invertir a largo plazo. Eso hace que en algunos contextos particulares, como el de países que tienen altos niveles de inflación, muchos defensores de este tipo de criptomoneda digan que funciona como reserva de valor. Pero nadie que quiera preservar sus ahorros se volcaría a bitcoin por la forma en que cambia su cotización día a día y con fluctuaciones ligadas a fenómenos de apariencia desopilante. Mucho menos personas que necesitan todos sus ingresos para alimentarse y pagar servicios. Por otro lado, no puede servir de “unidad de cuenta global” es decir, para establecerse como forma de medir la intercambiabilidad de esa moneda por otras y por mercancías, a pesar de que El Salvador esté siendo utilizado desafortunadamente como laboratorio para ello. Por esas razones es que el Bitcoin no puede ser considerado dinero en tanto y en cuanto no sea una forma de abstracción de la riqueza y equivalente general para realizar el intercambio de cosas, bienes, servicios, mercancías…

–China prohibe el minado en su territorio, EE.UU. aumenta los controles. ¿Tiene futuro esta criptomoneda?

–Todavía muchos Estados están expectantes para generar regulaciones dado que se intenta determinar si la compra de bitcoins por la amplia mayoría es algo que puede llegar a suceder y cómo podría afectar a los mercados y a variables macroeconómicas. En ese sentido, yo pienso que el futuro del bitcoin va a estar determinado por la manera en que tomen posición las grandes economías internacionales. China ya tomó la delantera. En 2017, prohibió las colocaciones de criptoactivos, las ICO, y recientemente prohibió a las instituciones financieras que presten servicios relacionados con criptomonedas para evitar salida de capitales y lavado. También prohibió a las empresas de energía eléctrica que le suministren electricidad a las “granjas de minado” porque son incompatibles con sus objetivos ambientales. En China se hacía el 80% de estas actividades. No obstante, han incentivado la investigación y desarrollaron su propia moneda digital, el yuan digital, que ya está en fase de testeo. Esa decisión también incentivó a EE.UU. a plantearse el desarrollo de su propia moneda soberana. Facebook en 2019 había intentado lanzar su moneda estable montada sobre una blockchain propia.

–Ahora aparece fenómenos subsidiarios que se montan sobre blockchain. ¿Tienen sustancia o aprovechan para hacer cuentos del tío en modo digital?

–Depende de qué estemos hablando. A esta altura existe una amplia gama de usos de la blockchain y diversos criptoactivos. Aparte de bitcoin y Ethereum existen más de cinco mil criptoactivos. Algunas de ellas usan el código de bitcoin, algunas hicieron sus protocolos de consenso, algunas tienen su propia blockchain o el de Ethereum. Sí, considero importante hacer una distinción entre criptoactivos como bitcoin y las denominadas “monedas estables”. Las stablecoins están vinculadas al dinero fiduciario, es decir al dinero emitido por algún gobierno. Algo que funciona como activo financiero especulativo es muy diferente de algo que funciona como representación digital pero que tiene respaldo directo y estable en moneda o dinero fiduciario. Por otro lado, recientemente adquirieron popularidad los tokens no fungibles y los utility tokens como los fan tokens. Detrás de todos ellos hay diferentes mercados, comunidades y prácticas. Por eso sostengo que es bastante heterogéneo el “ecosistema cripto”.

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–Uno de los fenómenos vinculados son los NFT. ¿Cómo los explicás?

–Este acrónimo significa «Non-Fungible Token» o Token No Fungible. Esto quiere decir que, al contrario de lo que sucede con los bienes fungibles, como el dinero tradicional o ciertas criptomonedas, esta es una unidad de valor única, que no puede ser sustituida por otras. Funciona a modo de certificado, reconociendo a quien lo adquiere como propietarie de un bien digital “único”, alojado en un sitio web determinado. Este es el principio que permite generar escasez artificialmente en archivos digitales fáciles de copiar.

En marzo pasado, la venta por 69,3 millones de dólares de un NFT de la obra de arte digital “Everydays: the first 5000 days” de Beeple tuvo fuerte resonancia mediática y disparó la comercialización a través de NFT no solo obras de arte digitales, sino también videos de mejores jugadas, discos, o incluso memes. La escalada de popularidad dio lugar a diversas posturas en el debate público: lo que es una panacea para muchas personas, es una herejía para otras. Lo cierto es que más allá del “bombo publicitario” de estas subastas millonarias, el arte digital adquirió una visibilidad inédita y también se crearon comunidades de artistas que probablemente perduren incluso acabado el hype.

–¿Qué son los fan tokens?

–Bueno, resulta que las fintech descubrieron otro nicho de mercado en fans de los deportes. En particular, existe una empresa, Chiliz, con su plataforma Socios.com, que ha ido captando el interés de diferentes clubes y asociaciones para que “acuñen” su propio fan token. Así tenemos a la Juventus, al Barcelona, hasta la AFA. A los clubes les permite recaudar fondos mediante la monetización del fanatismo, como si fuera merchandising oficial. Y por otro lado es semejante a un programa de fidelización de clientes, hay una promesa para quien compra muchos de esos fan tokens. Y hablando de nichos de mercado, otro desarrollo reciente en el mundo de los criptoactivos es el vinculado al modelo “play to earn”. Intenta captar a aquellas personas que se sienten atraídas por los videojuegos prometiéndoles ganar dinero solo por jugar. Pero el requisito es hacer una “inversión inicial” de casi 1000 dólares. Ahí quien está monetizando pasiones no sería precisamente quien juega el videojuego.

–¿Y a qué conclusión llega?

–Creo que es un desafío darle sustancia a algún uso de la blockchain que no tenga que ver con el aliento del clima de especulación financiera. Para eso creo importante abrir el debate público sobre los discursos armados que venden las fintech y que invitan a invertir en cripto para ganar dinero fácil. Tras un camino recorrido ya sabemos que la descentralización técnica en la gestión de un sistema de pagos como bitcoin, no conduce precisamente a la desconcentración del poder.

–¿Qué dicen los economistas más respetados sobre este tema?

–La mayoría de quienes se han pronunciado sobre el tema sostienen que ningún Estado-Nación cedería lo que se conoce como “señoreaje”, o la potestad de emitir dinero. Fundamentalmente porque las políticas monetarias son una de las principales herramientas de política económica y se necesita de estos mecanismos de coordinación centralizada para realizar los objetivos que se plantee un Estado. Las políticas monetarias tienen grandísima injerencia en decisiones vinculadas a cómo distribuir la riqueza, qué incentivos otorgar para generar ahorro, inversión, consumo, cómo estimular la producción, cómo reducir la pobreza.

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