En su postrer discurso del 11 de septiembre de 1973 y mientras la aviación bombardeaba a La Moneda Salvador Allende expresó su confianza en que más pronto que tarde se abrirían las grandes alamedas por donde marchen chilenas y chilenos para construir una sociedad mejor. Transcurrió más tiempo de lo que todos esperábamos, pero finalmente ayer se abrieron y su consecuencia fue un triunfo categórico de las izquierdas y una aplastante derrota de la derecha. En lo que todos consideraban como “la madre de todas las batallas”, la elección de la Convención Constitucional, los “octubristas”, hijas e hijos de las grandes jornadas insurreccionales que comenzaron el 18 de octubre del 2019, lograron una mayoría que hizo saltar por los aires el cerrojo de la tramposa cláusula del “tercio de bloqueo”.

Como condición para aceptar el llamado a la Convención Constituyente la derecha había impuesto la regla de los dos tercios para el quórum y para aprobar los contenidos de la nueva constitución. Piñera y sus compinches estaban seguros de que las urnas arrojarían un resultado que les garantizaría disponer de ese poder de veto, al obtener un 35 o 40 por ciento del voto popular. Pero la ciudadanía decidió lo contrario. Castigó a su gobierno y sus aliados por tres razones: la desastrosa gestión de la crisis de la covid-19 (tan admirada por el sicariato mediático argentino y la dirigencia de Juntos por el Cambio), la brutalidad de la represión a las protestas populares, y la súbita toma de conciencia del saqueo a que había sido sometido por décadas el pueblo de Chile por el neoliberalismo gobernante, principalmente por obra de un perverso régimen previsional y el desorbitado endeudamiento al que fueron condenadas millones de familias caídas por debajo de la línea de pobreza. Resultado: la peor elección de la derecha desde 1965. Particularmente desastroso fue el resultado de la otrora poderosa Democracia Cristiana, que apenas contará con tres de los 155 convencionales que conforman el cuerpo.

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La debacle de la derecha se verificó también más allá de los resultados de la Convención Constitucional. Hubo otras derrotas igualmente emblemáticas, como la experimentada en un bastión tradicional (y estratégico) como la Alcaldía de Santiago, nada menos, que consagró para el cargo a Irací Hassler, una joven comunista que derrotó al incumbente, Felipe Alessandri, nieto del expresidente conservador Jorge Alessandri, que se había postulado para su reelección. O la arrolladora victoria de Daniel Jadue, alcalde comunista de la comuna de Recoleta, al norte de Santiago, que se impuso con un 65 por ciento de los votos y se perfila como uno de los precandidatos mejor posicionados para la elección presidencial que tendrá lugar en noviembre del corriente año. En Valparaíso fue reelecto Jorge Sharp, de Revolución Democrática/Frente Amplio. Pero sus compañeros le arrebataron nada menos que Viña del Mar a las fuerzas conservadoras más reaccionarias y también conquistaron las comunas de Ñuñoa, Maipú y Valdivia, en la región de Los Lagos, en donde salió electa una ex dirigente estudiantil e integrante de Revolución Democrática, Carla Amtmann.

También se disputaron cargos de gobernadores de las dieciséis regiones, algo novedoso en Chile. No disponen de muchas atribuciones en un país históricamente unitario, pero igual se dieron situaciones ilustrativas de este cambio en el clima político trasandino. El Frente Amplio se alzó con la gobernación de Valparaíso en primera vuelta, y otras fuerzas opositoras hicieron lo propio en el extremo sur: Aysén y Magallanes. En las otras 13 regiones habrá ballottage y las estimaciones previas señalan que será muy poco probable que la derecha se alce con más de dos gobernaciones. En la de Santiago se librará una gran batalla entre el democristiano Claudio Orrego, hijo de un dirigente histórico de esa fuerza (y encarnizado opositor al gobierno de Salvador Allende, estrechamente vinculado a la embajada de Estados Unidos como lo demostraron documentos desclasificados de la CIA) y Karina Oliva, del Partido Comunes, una nueva agrupación popular que cuenta con el apoyo de otras fuerzas de izquierda. Oliva se encuentra en las antípodas de Orrego, una familia perteneciente a la casta política tradicional de Chile, y se autodefine como “madre soltera de Emilia, feminista y mujer popular, politóloga, frenteamplista y militante del Partido Comunes.”

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En resumidas cuentas: la coyuntura político-electoral cambió para bien en Chile y esto alienta promisorias expectativas no sólo para ese país sino para toda Latinoamérica. El proyecto neoliberal, del cual Chile era su nave insignia, está agotado, y en la elección del pasado fin de semana se estampó la primera firma en su certificado oficial de defunción. La segunda y definitiva se conocerá en lo que resta del año. Mientras, en la Argentina, todavía hay algunos que anhelan imitar al “exitoso” modelo chileno y su ejemplar control de la pandemia y de la crisis económica. Tendrán un rudo despertar, también ellos.

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