El surgimiento de las luchas piqueteras a mediados de los ‘90 dio lugar un cierto traslado o desplazamiento de la clásica combatividad del movimiento obrero argentino. Sin embargo, una vez instalado un régimen de asistencia estatal, la feroz competencia al interior de los mismos movimientos, por conseguir planes fue debilitando la rebeldía. Aunque tal vez el mayor déficit haya sido que nunca se hayan podido unificar. (Foto de portada: Gabriela Manzo).

El 1 de enero de 1994 se produciría en un lugar remoto de la selva chiapaneca (México) un acontecimiento que marcaría a fuego el destino de casi todos los movimientos sociales de nuestro continente. La revuelta zapatista tanto por sus formas como por sus contenidos, iría a ser una fuerte bocanada de aire fresco, en un tiempo en el que se intentaba mostrar que cualquier expresión emancipatoria ya pertenecía a un pasado que había sido superado por el reino de las democracias liberales. Se vivía así el fin de la historia, el fin de las luchas y la llegada de un mundo en el que con el simple esfuerzo individual toda la humanidad podía ser feliz.

La irrupción del neozapatismo en la recóndita selva Lacandona, no sólo desenmascaraba la utopía reaccionaria promocionada por el pensamiento único neoliberal, sino que a su vez y de modo significativo, objetaba gran parte de las premisas de las izquierdas impregnadas de burocratismo y liberalismo. Mostraba fundamentalmente por qué, estas últimas expresiones habían perdido su relación con las bases sociales y las serias dificultades para recomponer cualquier lazo. Mientras que la mayoría de las izquierdas quedaba aprisionada en el juego democrático, los diferentes movimientos sociales comenzaban a construir sobre la base de la autonomía.

Promediando el año 1996, se comienza a producir un declive en las luchas de los trabajadores ocupados, y con ello el surgimiento de los novedosos movimientos de trabajadores desocupados que fueran más con conocidos como piqueteros. La gran Marcha Federal que tuvo lugar en 1994, ya presentaba una marca que comenzaba a verse por ese tiempo, la gran incidencia de los gremios estatales y la de los gremios del transporte (Camioneros y UTA). Las patronales tenían bastante resguardado el protagonismo de los gremios industriales, y no pocos creían que la presencia de los transportistas resultaba estratégica, ya que si se lo proponían podían desabastecer o dejar aislada a gran parte de la población. Lo cierto es que esto nunca ocurrió.

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Precisamente en 1996 se produciría el primer gran corte de ruta en Cutral-Có (Neuquén) con un gran protagonismo de ex trabajadores de YPF. Un año después esto se repetiría en esa misma región neuquina y un fenómeno similar también tendría lugar en Tartagal (Salta)  en donde se repetía la presencia de ex trabajadores petroleros. La estética del piquete, repetida hasta el hartazgo por los medios televisivos, recordaba al zapatismo. Resultaba por ese entonces una novedad sin demasiados precedentes en nuestro país. Sorprendía incluso a las variadas organizaciones de desempleados que ya habían comenzado a desarrollarse, principalmente en los diferentes municipios del conurbano bonaerense.

Por ese tiempo, muchos desocupados comenzaban a juntarse, ex activistas gremiales y militantes de izquierda confluían en pequeñas organizaciones, aunque nadie sabía muy bien qué hacer. Vale señalar que en 1988 tendría lugar el nacimiento en Rosario de la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD). Este grupo gestionó una personería jurídica como asociación civil sin fines de lucro, y funcionaba tanto como bolsa de trabajo, como generando algunos emprendimientos cooperativos. Alcanzó mayor desarrollo cuando Héctor Cavallero fuera intendente de Rosario a partir de 1989. Cuando surgió en 1992, el Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA), la UTD se incorporaría como un gremio más a la central dirigida por Víctor De Gennaro. De todas maneras el patrón de este grupo no sería el único modelo para los que como desempleados se sumaban a la nueva central obrera.

Foto: Luis Santiago.

A partir de 1995 aparecerían a lo largo de los distintos municipios del conurbano bonaerense, pequeños grupos de desocupados. Algunos ligados a partidos de izquierda y muchos otros que no permitían la intromisión de las orgánicas al interior de la organización. La principal actividad era realizar ollas populares en las barriadas y participar de las grandes movilizaciones obreras que tuvieron lugar entre el 95 y el 96. A estos movimientos el fenómeno Cutral-Có sin lugar a dudas los entusiasmó, pero la realidad socio geográfica del Gran Buenos Aires no era demasiado propicia para llevar adelante acciones como la de los piqueteros neuquinos. Se consideraba por entonces que los municipios de Berisso y Ensenada, con la refinería La Plata en sus bordes, habiendo sufrido el despido masivo de trabajadores en 1992 podía ser un gran polvorín. A diferencia de Cutral-Có, Plaza Huincul o Tartagal; en el Gran La Plata no había condiciones similares.

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El 1ro de Mayo de 1995 haría su presentación pública en Plaza de Mayo, la incipiente coordinadora de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTDs).  Había entre ellos agrupaciones de San Francisco Solano (Quilmes), de asentamientos del partido de Almirante Brown, de Villa Corina (Avellaneda) entre otros.  En 1996 estos grupos confluirían junto a diversas organizaciones barriales, de desocupados, anti represivas, más ligadas a las izquierdas, en una gran movilización a la Casa Rosada que llevó el nombre de Marcha contra el Hambre y la Represión.  Allí también aparecieron grupos que se habían consolidado con la toma de tierras y la formación de asentamientos como el Agustín Ramírez. Lo interesante de este tiempo fue que comenzaban a aparecer diferentes elementos programáticos para estos grupos. El más significativo fue el reclamo por la institucionalización de un Plan de emergencia ocupacional y un seguro de desempleo.

Foto: Gabriela Manzo.

Cuando se produjo el primer piquete bonaerense en el partido de La Matanza, la metodología de estos movimientos comenzó a expandirse y hacerse cada vez más presente el reclamo de estos sectores que fueron grandes protagonistas de las luchas que se fueron dando durante la crisis diciembre de 2001. Con la sangrienta represión efectuada el 26 de junio de 2002 en el Puente Pueyrredón de Avellaneda por parte del gobierno de Eduardo Duhalde y que dejara dos militantes populares asesinados, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki; se iría a producir paulatinamente la cooptación de todos estos movimientos en las esferas estatales que controlan la ayuda social y rigen el asistencialismo. Los diversos movimientos comenzarían a ocupar en las barriadas el lugar que los viejos punteros habían perdido durante los 90. De todas maneras esto no excluye la importancia de estas organizaciones en la configuración de un tiempo en el que el movimiento obrero había perdido su potencialidad.

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Se necesitaría sin dudas una historia crítica de estos movimientos, que muestre sus grandes aportes y a su vez sus déficits. A muy grandes rasgos vale subrayar que en las diversas luchas piqueteras se produjo un cierto traslado o desplazamiento de la clásica combatividad del movimiento obrero argentino. Una vez instalado un régimen de asistencia estatal, la feroz competencia al interior de los mismos movimientos, por conseguir planes fue debilitando la rebeldía y el compromiso de muchos militantes. Aunque tal vez el mayor déficit haya sido que nunca pudo establecerse la unificación de todos los movimientos en una central unitaria que asuma sindicalmente la gestión de todos los problemas inherentes a la condición del trabajador desocupado. La mayoría de las orgánicas de izquierda siempre consideraron a estos movimientos como parte de su propia base social.

La balcanización que afectó al conjunto de la sociedad y en particular a la clase obrera también se presentificó en estos movimientos. La unidad piquetera hubiera permitido gestionar al conjunto de las reivindicaciones de la economía social, o al igual que lo hace la Central Obrera Boliviana (COB), detectar las irregularidades presentes en ciertas empresas privadas y promover la recuperación de las mismas por parte de sus empleados. Incluso esta modalidad de empresa recuperada es un modelo típicamente argentino nacido al calor de las luchas producidas durante 2001.

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