El martes santo, 30 de marzo, se celebró la Misa Crismal en la Parroquia Ntra. Sra. de los Dolores de la ciudad de Dolores, teniendo en cuenta las dimensiones del templo que permitió observar el distanciamiento social requerido entre las personas participantes.

La Misa Crismal fue presidida por el Obispo de Chascomús, Mons. Carlos H. Malfa, concelebrada por todos los presbíteros, y contó con la participación de delegaciones de las distintas comunidades parroquiales, religiosas y educativas, siendo así expresión de la unidad de la Iglesia que como Pueblo de Dios peregrina en la Diócesis de Chascomús.

Durante la celebración, los presbíteros presentes renovaron sus promesas sacerdotales y se consagró el santo crisma y se bendijeron los demás óleos que se usan en la administración de los sacramentos.

Durante la homilía Mons. Malfa recordó que en la Misa Crismal se hace “memoria del único Sacerdocio de Cristo y de la naturaleza sacerdotal de todo el Pueblo de Dios”. Asimismo centró su atención en la “unción” a la que hacen referencia las lecturas de la Palabra de Dios y la bendición de los óleos, haciendo de la Misa Crismal “una fiesta singular con óleo de alegría”.

Dirigiéndose a los sacerdotes, “hijos, hermanos y amigos”, el prelado los invitó a contemplar sencillamente las palmas de sus manos en las que aflora el misterio de la unción, expresándoles: “Ni la distancia en el tiempo, ni la fatiga del camino recorrido, nada disminuye la fuerza y el vigor con que el Espíritu Santo penetró el tejido de nuestras vidas. Aquí está, eternamente nuevo, cálido y profundo como el día bendito de nuestra ordenación sacerdotal el Espíritu del Señor que nos ha ungido y enviado”.

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Asimismo invitó a la asamblea reunida a intensificar la oración para “que la gracia de la vocación sacerdotal caiga sobre el terreno de muchas almas juveniles y que allí eche raíces como semilla que da fruto abundante”.

El Obispo reiteró su pedido de que, aunque la pandemia no terminó y la incertidumbre todavía nos acompaña, “no se paralice la vida de la Iglesia: la misión evangelizadora, catequística, educacional y caritativa”. En este sentido remarcó que “para la Iglesia, que reconoce su origen en la Encarnación, la presencialidad es esencial en el anuncio del kerigma y particularmente en la celebración de la fe”.

Para finalizar recordó dos expresiones del Papa Francisco. Una fue: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir que una Iglesia enferma por estar encerrada”. A partir esta expresión invitó a todos a preguntarse: “¿Qué Iglesia somos, qué Iglesia queremos ser?”

“La que marca la unción del bautismo, continuó diciendo el Obispo, es esta Iglesia que entra en el mundo salida de las manos de Dios para poner en el corazón de cada hermano la sal, la luz, la alegría, la esperanza y la verdad del Evangelio”. Por eso animó a los presentes a salir de la Misa Crismal “con el corazón lleno de la misión de anunciar la Buena Noticia de Jesús a todos, cómo discípulos misioneros en salida y en estado permanente de misión”.

La otra expresión del Papa a la que Mons. Malfa hizo referencia fue: “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña después de la batalla donde hay muchas heridas que sanar”.

A continuación el Obispo, con gran claridad y firmeza, manifestó: “Hermanos y hermanas muy queridos, una de las heridas a sanar es la herida causada por los abusos. No hay lugar, no hay espacio en el ministerio sacerdotal y en la vida religiosa para quien pueda dañar de esta manera la inocencia de los niños”. 

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“No podemos cerrar los ojos, la fe nos impide cerrar los ojos ante la misión de sanar estas heridas. Más vale tendríamos que ser capaces de preguntarnos con humildad delante de Dios y de nuestra conciencia: ¿qué estaría esperando yo de la Iglesia, qué estaría pidiendo yo a la Iglesia, si yo mismo o si mi hijo o mi hija hubieran sido víctimas de abusos?”

El Obispo finalizó su homilía haciendo un llamado a toda la Iglesia diocesana para que con humildad y confianza mire de frente esta realidad, y exhortó a su vez a sacerdotes y laicos para que entre todos hagan de la Iglesia “una casa segura para todos, particularmente para los más débiles y pequeños, para cualquier persona vulnerable”.  “Esta, dijo, también es misión de los seguidores de Jesús: necesitamos sanar estas heridas para que el anuncio del Evangelio y la credibilidad de la Iglesia hagan más luminosa la presencia viva de Jesús en la historia de la humanidad y en la vida de nuestros hermanos”.

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