Jorge Consiglio

Jorge Consiglio

Con un ritmo vertiginoso y una realidad que por momentos se aparta del verosímil, Jorge Consiglio construye en su nueva novela «Sodio», la historia de un hombre cuya vida se condensa en pequeñas rutinas pero que lejos de llevarlo a tierra firme, lo conducen a un universo de vidas al límite, donde el agua se convierte en un refugio y en un ámbito de exploración de sus fantasías.

El dinamismo se instala desde el primer momento en la obra, con una mudanza de Buenos Aires a Mar del Plata por parte de la familia del protagonista que, influido por la figura de su madre, decide en su adolescencia estudiar odontología. Una vez recibido, alterna su vida entre el consultorio y la natación, hasta que conoce a Raisa, una joven pianista, talentosa y bella, de la que se enamora, y que lo recomienda para trabajar en Brasil.

Luego de una entrevista con el empresario odontológico Luiz, el protagonista se traslada al país vecino y se instala en un complejo rodeado de vegetación y animales salvajes, ubicado frente al mar, un escenario propicio para alimentar su desbordante imaginación.

En Brasil, su vida alternará con la de Raisa y Luiz, un ser exótico, que en su constante búsqueda de cambio y experimentación, se interna en la selva amazónica para vivir en una tribu de caníbales.

«Narrar con el corazón en la boca, eso es lo que me propuse», afirma Consiglio al dialogar con Télam sobre el ritmo de la obra (Eterna Cadencia) en la que apostó a «correrse del realismo» para testimoniar un universo hiperrealista, en un escenario donde «no hay certezas» y «todo puede ocurrir».

El dinamismo se instala desde el primer momento en la obra.

El dinamismo se instala desde el primer momento en la obra.

– Télam: La novela tiene un ritmo vertiginoso y se acelera incluso hacia el final, donde hay una ruptura del verosímil. ¿Buscaste una forma de transgresión con esta novela?
– Jorge Consiglio: Cuando me siento a escribir no sé muy bien a qué obedece esa pulsión. Pero una vez que delimito la historia, me pongo a ensayar desesperadamente hasta dar con la forma que encaje con ese fondo.

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En el caso de «Sodio», el primer estímulo que me llega es una idea simple: un hombre hace contacto con una sirena. A partir de ese bosquejo, empecé a trabajar. Creo que hay varias lecturas y films condensados en el sustrato de ese pensamiento. Influencias que terminan por determinar una atmósfera que me orientó en el proceso de confección de la novela. Pienso, sobre todo, en dos textos -«Amy Foster», un cuentazo de Conrad, y «La piel fría», una novela de terror de Sánchez Piñol, y en una película -«El Faro», de Robert Eggers-. Me parece que en la figura de la sirena se cifra la cercanía y la distancia. Esa entidad fabulosa que vive entre las olas está muy cerca y, al mismo tiempo, es el testimonio de un mundo imposible. Esta cuestión, creo, tiene que ver con la comunicación: el contrapunto entre cercanía y distancia pervive en el intercambio entre los seres.

Por otra parte, me pareció que un ritmo vertiginoso era lo que más le convenía al relato: narrar con el corazón en la boca. A los piques, pero regulando la intriga. Eso es lo que me propuse. Por eso pensé en el epígrafe de Hitchcock. Vértigo, frenesí. Con respecto al universo del texto, es cierto que me corro del realismo. Es algo que me viene pasando últimamente. Pero pensé que el episodio transgresivo tenía que estar rodeado por un universo hiperrealista para ganar verosimilitud.

– T: Si bien el narrador está en primera persona, hay un distanciamiento de lo que cuenta, un ir y venir en el relato.
– J.C: Es cierto que el protagonista se acerca y se aleja de lo que narra. Son zonas del texto. En algunas, se aproxima con detalles pormenorizados y reflexiones; en otras, se aleja: condensa con las elipsis. Ese es el movimiento del relato. Lo que le da inestabilidad: la puesta en acto de la incertidumbre. Cada oración al límite de sí misma, como si después de ese enunciado hubiera un abismo. Otra vez, el vértigo. Es parte de la apuesta estética.

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– T: Las mujeres que aparecen en la obra, en especial la madre del protagonista y Raisa se presentan en un primer momento como fuertes y dominantes y luego exponen sus fisuras internas. ¿Hay una intención de mostrar que nadie se salva en el microcosmos de la historia?
– J.C: El clima de inestabilidad está presente en todos los personajes. Sin distinción de géneros, están atravesados por cierta vulnerabilidad afectiva y hacen lo que pueden con sus destinos. No hay programa y, sobre todo, no hay certezas: todo, absolutamente todo, puede ocurrir. De todas maneras, cuando aparece un afecto o una pasión lo viven con intensidad y con la ilusión de que va a durar toda la vida. Esa esperanza -cuyo mecanismo es idéntico al del deseo- los preserva.

– T: ¿Imaginar una sirena tiene que ver con una búsqueda del amor que se le hace esquivo? En ese sentido, ¿el agua se convierte en el escape perfecto pero a la vez ámbito de su tormento a través de lo que se vuelve imposible?
– J.C: Creo que la sirena está relacionada con el deseo: nunca termina de entregarse, por lo tanto, siempre se anhela. Y en otro sentido, su figura responde a una idealización: el narrador no soporta una vida de inventario, los pliegues de lo real lo ahogan. En este marco, el quiebre que provoca lo fantástico resulta un gesto indispensable para la supervivencia. La sirena es el arte, en general, y la escritura, en particular. Lo inaprensible, lo escurridizo o, mejor, lo ininteligible que se presenta como la cifra del todo, como el justificativo vital.

Con respecto al agua, es un escape perfecto y un tormento. Definitivamente, el cambio de medio modifica el rigor de la materialidad cotidiana, pero al mismo tiempo supone un riesgo; tiene tanto de ventura como de crisis.

– T: Tanto su madre Raisa y la sirena que cree ver son figuras femeninas perturbadoras a las que el protagonista se ata, pese al rechazo. ¿Se juega en esto la idea de la imposibilidad del amor?
– J.C: Es cierto que las figuras femeninas son fuertes y toman sus decisiones con absoluta seguridad. No titubean a la hora de cortar o alterar los vínculos que tienen con el mundo. Desde mi punto de vista, eso no supondría la imposibilidad del amor, sino que, más bien, da la alternativa de entender la entrega como un asunto riesgoso pero indispensable para la existencia. La complejidad de las relaciones es otro de los factores que contribuyen al movimiento del texto, a su arrebato, a su exaltación. O, para decirlo con mayor claridad, es uno de los pilares en los que se asienta la intriga. La manera de relacionarse con los otros es una de las cuestiones nucleares de la novela.

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– T: Otro aspecto es el traslado y viajes. ¿Están relacionados a la búsqueda de los personajes de algo concreto que llene sus vidas, o en el caso de Luiz a una búsqueda extrema que llega al sinsentido?
– J.C: Desde la Odisea hasta nuestros días siempre implican una búsqueda y se relacionan con la mudanza -y eventual evolución- del héroe. Me parece que en «Sodio» este recurso funciona de la misma manera. Vuelvo a «Amy Foster», el cuento de Conrad, en el que se narra el destino de un forastero de Europa central que sobrevive a un naufragio y llega a las costas inglesas sin un peso y sin manejar el idioma. Ese personaje, a mi entender, representa la alteridad por excelencia. De golpe, entra en un universo completamente ajeno del que no conoce el funcionamiento ni las reglas. Es un inmigrante ilegal. Esa es la condición de la extranjería perfecta: el desamparo. Algo de esto, creo, hay en algunos de los desplazamientos que ocurren en «Sodio». Pienso, sobre todo, en el personaje de Luiz, que se interna en la selva amazónica y busca su lugar en una tribu de caníbales, los yanomamis. Con otra estructura, con otros recursos, Luiz se expone a la otredad de la misma forma que lo hace Yanko Goral, el personaje del cuento de Conrad.

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