El porno está distorsionando la relación que los jóvenes tienen con su educación sexual y provocando un cúmulo de falsas concepciones que entorpecen sus relaciones personales, según un nuevo estudio.

El sexo sigue siendo un tabú en diversos países de Occidente. Los parámetros judeocristianos de la moral han inhibido por completo la relación del ser humano con su cuerpo, e inherentemente, con su sexualidad. El porno ha sido una de las vías de escape más recurridas para satisfacer esta necesidad básica, que la educación no ha podido aterrizar.

Sin embargo, el consumo desinformado de pornografía está teniendo efectos secundarios entre los jóvenes, que no han podido desarrollar nociones elementales de consentimiento, comunicación o intimidad sexual. Estas carencias educativas ya están cobrando facturas altas en su entendimiento de la actividad sexual. Éstas son algunas de las consecuencias más notables.

Un mundo de expectativas irreales

Al entenderlo como una referencia real de cómo llevar su vida sexual, los adolescentes y adultos jóvenes se han creado expectativas poco aterrizadas de cómo debe de ser el sexo. Dimensiones de miembros irreales, penetraciones poco creíbles y orgasmos explosivos se convierten en su único punto de vista.

La demanda híper-personalizada que ofrecen los sitios en línea de consumo de pornografía están frustrando las vidas sexuales de los jóvenes. Particularmente los hombres, quienes resultan incapaces de discernir entre las actuaciones de las producciones pornográficas y la dimensión humana que la industria omite en videos y películas.

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La pornografía se basa en una ficción idealizada de la sexualidad humana, que ignora el consentimiento, el placer y los cuerpos y relaciones entre personas reales. Foto: Getty Images

Por favorecer ángulos comerciales e idealizados, la ficción cinematográfica que rodea a este tipo de contenidos explícitos anula por completo una experiencia más cercana a la realidad. En éstas, las emociones, lo erótico y la conexión personal con alguien más parecen pasan a un segundo plano —o ni siquiera toman figura.

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Una fantasía con repercusiones negativas

Una de las voceras más renombradas a propósito de la violencia implícita en la industria del porno es Emily Rothman (en redes sociales como @EmRothman), profesora de ciencias de la salud comunitaria. Ha dedicado su trayectoria a investigar la incidencia de la pornografía en la actividad íntima de las personas.

En colaboración con la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Boston, llevó a cabo una encuesta sobre cuáles serían los referentes “más consultados” entre las generaciones que comienzan su vida sexual. La mayor parte de ellos, no dudaron en referirse al porno.

Con respecto a esta problemática, enfatizó lo siguiente en entrevista con Live Science:La pornografía se crea para ser entretenimiento“, dijo Rothman. Los creadores de pornografía se centran en lo que es rentable, no en lo educativo, dijo: “Es una fantasía“.

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Un sistema de consumo violento

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Foto: Getty Images

La fantasía a la que hace alusión Rothman, además, está edificada por un sistema de consumo capitalista interceptado por violencia. Además de una clara objetivación de la mujer en este tipo de contenidos, la violencia sexual se posiciona muchas veces como un valor, como algo deseable en las relaciones sexuales.

La trata de personas, la violación y jornadas inhumanas de trabajo físico están sujetas a la producción de un video pornográfico, a cambio de segundos de satisfacción a un usuario. La falta de acompañamiento que se necesita para abordar este tipo de material, por su parte, está completamente anulada en la educación básica.

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Más aún, este tipo de esquemas de representación sexual dan por hecho que ciertas actividades son deseables para la pareja de la persona, como señala Rothman:

“Uno de los problemas con los que podemos encontrarnos cuando las personas toman su información de la pornografía en lugar de su pareja es que podrían asumir erróneamente que ciertos actos sexuales que ven en la pornografía van a provocar una respuesta placentera para su pareja y probarla sin pidiendo consentimiento. Y luego nos encontramos con problemas”.

Según Archives of Sexual Behavior, el 45 % de los contenidos de 4 mil videos examinados contenían violencia hacia las mujeres. Esta condición no sólo legitima este tipo de conductas violentas, sino que las normaliza: las convierte en un hábito.

Si bien Rothman todavía no tiene una solución certera para esta problemática social, propone abrir la discusión en torno al erotismo y a una sexualidad sana, más allá de la inhibición de embarazos o enfermedades de transmisión sexual. Para ella, un acompañamiento educativo en torno a estos temas es clave para mitigar los efectos negativos que la industria ya está teniendo entre los más jóvenes.

 

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