Foto. Javier Barreiro

Foto. Javier Barreiro

Concebido en principio como muestra fotográfica, el libro «Relatos visuales de la vida en pandemia», compilado por Cora Gamarnik y Alejandro Vagnenkos durante 2020 como proyecto de la Universidad de Hurlingham, retrata los primeros meses de convivencia con el virus, el afuera y el adentro, la soledad y las calles vacías, la solidaridad y los nuevos hábitos, como memoria de una vida en común.

La obra, que surgió de una convocatoria abierta que proponía a la comunidad en general y a los fotógrafos enviar trabajos sobre sus vivencias en contexto del aislamiento social que se impuso en marzo del año pasado para contener los avances del coronavirus, fue publicada por el sello editorial Libros de UNAHUR (Universidad Nacional de Hurlingham).

Sillas silenciosas en un aula dan paso a un niño mirando hacia el afuera, vecinos que hablan con la calle como distancia, mujeres entre el vapor y los rayos de luz se filtran en Pablo Podestá, trenes vacíos y balcones repletos, un rayo de sol atrapado en una mano, una reja blanca que separa equipos de mate de un encuentro, son algunas de las imágenes que forman parte de esta trama que reúne 59 fotografías de 46 fotógrafos.

«La respuesta fue magnífica. La gente quería contar lo que estaba sucediendo».

ALEJANDRO VAGNENKOS

Gamarnik y Vagnenkos, compiladores de la publicación y parte del comité de selección de las fotografías tomadas entre abril y junio de 2020, relatan a Télam las características de estas primeras imágenes de la pausa en la vida cotidiana y ese juego entre lo privado y lo público que pusieron luego en diálogo con textos de docentes y no docentes de la universidad.

«La propuesta del libro nace como varias de las cosas que han nacido en este año tan particular -dice Vagnenkos-. Surge como necesidad de dejar un registro de lo que estaba sucediendo, en principio dentro de los hogares, en el mundo privado. Ahí empezaba a registrarse la fotografía una vez más en este nuevo mundo de incertidumbre y pocas seguridades. En algún sentido, fuimos acompañando lo que iba sucediendo con el transcurso de la pandemia y cómo la comunidad se iba organizando».

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Sobre el recorte temporal seleccionado indica que «luego las cosas se fueron repitiendo y nos fuimos acostumbrando, pero las primeras semanas de los barbijos, del distanciamiento social, del aislamiento debían ser un registro».

Foto: Eduardo Longoni

Foto: Eduardo Longoni

«La respuesta fue magnífica. La gente quería contar lo que estaba sucediendo», indica Vagnenkos. Gamarnik acota: «Vecinos, estudiantes, docentes, profesionales de gran trayectoria y nivel en Argentina, pero también gente común que tenía un celular, una cámara de fotos y que estaba registrando lo que le pasaba».

«Fue muy interesante lo que sucedió con fotógrafos como Daniel Merle, Eduardo Longoni, Gabriela Manzo, enormes fotógrafos que nos enviaron sus fotografías sin pedir absolutamente nada a cambio», ejemplifica Vagnenkos y remarca que en el libro está presente la idea de «incluir las diferencias y los distintos puntos de vista».

También destaca que a cada fotógrafo se le dieron 1000 pesos, con un valor más testimonial que monetario, como una manera de remarcar que la fotografía es un trabajo y como tal debe ser remunerado.

«El criterio de selección fue que la foto cuente una historia, que muestre la realidad de lo que estábamos viviendo» -aclara Gamarnik-. Hay diferentes calidades y eso también hace a la riqueza del trabajo».

Los textos que acompañan las imágenes como complemento debían ser breves, como un epígrafe ampliado de cada foto: «Hay un buen diálogo y una diversidad de miradas, de textos y de imágenes que lo hace muy rico», señala la investigadora de fotoperiodismo.

«No queríamos que los textos comentaran la foto, sino que a partir de la foto cada autor pudiera decir aquello que tenía ganas y que en algún sentido la foto le provocaba», explica Vagnenkos.

«Los temas que surgen con mucha fuerza tienen que ver con una etapa más reflexiva, con el aislamiento, con aquellos que lo vivieron solos o con nuevas compañías, o quienes no habían atravesado 24 horas durante varios días juntos. En un primer momento las fotografías nos revelaban la idea de la extrañeza de lo cotidiano, de cómo se iba transformando la vida tanto en los ruidos como en las imágenes de lo que íbamos encontrando en nuestros hogares», precisa.

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A su vez señala que «el libro muestra que hay organización, cuidado y sobre todo solidaridad y que se piensa en el otro».

«Aparecen con más fuerza por un lado la sorpresa de lo que sucedía en el espacio exterior: la ciudad extrañada, el barrio, la cuadra, la calle, los vecinos en esas situaciones de distanciamiento, las nuevas formas de convivencia, las marcas en la ciudad y esa visión extraña de algo que era tan familiar, o la ciudad vacía, los barbijos y esas nuevas formas de tener que salir al espacio exterior, incluso la ciudad como un elemento distópico, como si fueran escenas de ciencia ficción en la esquina de mi casa», describe Gamarnik.

«Y por otro lado, lo que sucedía en el interior de los hogares. Volver a mirar el hogar con nuevos ojos, recorrerlo con una nueva curiosidad, prestar atención a los detalles, mostrar los estados de ánimo. Fotos que expresan el aburrimiento, la locura, el desgano, el encierro, las ganas de ver o la necesidad de espiar el afuera o también poder rastrear lo que pasa con los vecinos, los diálogos de balcón a balcón», amplía.

Garmarnik sostiene que las imágenes también «denuncian algunos atropellos de las fuerzas de seguridad, violencia institucional, como un ojo testigo que registra momentos que podían ser complicados en cuanto a la restricción de libertades, pero no en el sentido de las libertades necesarias de restringirse por el tema del virus, sino por abuso de la fuerza policial».

Otros temas que irrumpen en el libro son el registro de la solidaridad, los comedores comunitarios, la organización colectiva: «Las mujeres que siguieron luchando en contra los femicidios, las que a través del barbijo decían sus consignas. Los trabajadores precarizados que salían en bicicleta, también a denunciar sus condiciones de trabajo, o los trabajadores de la salud y la forma en que ejercían su labor. Hay un contrapunto entre los afueras y los adentros sumamente interesante», enumera Gamarnik.

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Vagnenkos explica que no recibieron ninguna imagen que tenga relación con la muerte ni la Covid-19. «Nos cuidamos para no morirnos y sin embargo no recibimos ni una sola foto en relación con la muerte, y en algún lugar lo celebro», dice, a la vez que señala que es un debate interesante en el campo de la comunicación: «Las fotos que llegaron y que elegimos tienen más que ver con la reflexión, con la esperanza, que con lo que aún nos está sucediendo», analiza.

«Hay un contrapunto entre los afueras y los adentros sumamente interesante».

CORA Gamarnik

Consultados sobre qué memoria se rescata en esta compilación como testigo, Gamarnik señala: «Me parece que efectivamente vivimos en el 2020 una situación absolutamente excepcional, disruptiva en nuestras vidas, un punto de inflexión en un montón de aspectos. Ojalá aprendamos de lo que hemos tenido que aprender a vivir en la pandemia, además que no terminó todavía y que no sabemos cómo va a seguir».

«Esta compilación va a marcar cómo era esa vida en suspenso en esos primeros meses que fueron tan fuertes, porque había que adaptarse a una vida nueva, a las nuevas formas de diálogo, de trabajo -para los docentes, por ejemplo-, a formas nuevas de demostrar el afecto», dice.

«Por otro lado, la memoria de lo que aprendimos en esta situación, dio paso a detenernos en nuevas cosas. La necesidad de los afectos por un lado, pero también la valoración del cuidado de la tierra, la salud, de ver quiénes son los trabajadores esenciales. Me parece que ahí, ojalá la pandemia deje también un resabio positivo de todo lo que tiene que cambiar en nuestro planeta», concluye la autora de «El Fotoperiodismo en Argentina» (2020).

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