Incardona es autor de "Objetos maravillosos", "Las estrellas federales" y "La cárcel del fin del mundo".

Incardona es autor de «Objetos maravillosos», «Las estrellas federales» y «La cárcel del fin del mundo».

Juan Diego Incardona arma en su reciente libro «La culpa fue de la noche» un recorrido literario en el que revisa su infancia en Villa Celina, recupera sus años como vendedor ambulante en Palermo y se acerca a la coyuntura con las problemáticas que plantea la pandemia para un escritor que habita el barrio porteño del Abasto y siempre lo hace con humor y mirada crítica.

El autor de «Objetos maravillosos», «Las estrellas federales» y «La cárcel del fin del mundo» combina en este libro trabajos de hace algunos años con textos recientes, en los que el cambio planetario producido por la pandemia llega en forma de disparador de situaciones atravesadas por el absurdo y la capacidad de cuestionar la propia perspectiva.

En diálogo con Télam, el autor cuenta que le interesó publicar el libro por Ediciones Futurock porque «proviene de una radio, es un proyecto más amplio que tiene una comunidad de oyentes, público joven especialmente, no trabajan los circuitos editoriales tradicionales, sus libros no están en las librerías», y dice que es un trabajo muy autobiográfico y en el que «más aparecen romances y novias».

-Télam: ¿Cómo nació este trabajo? En los textos que se diferencian por la tipografía, por el tono y por el anclaje en el presente, hay un narrador del que te reís y que establece un diálogo irónico con el Incardona escritor que conocemos.
-Juan Diego Incardona: Cuando empezó la cuarentena el Centro Cultural Kirchner nos propuso escribir un diario durante un mes y estuvo bueno porque los primeros días no podía hacer nada pero esa consigna me estimuló y fueron saliendo esos diarios que después ordenaron este libro, ya que cuenta con cuatro sublibros y cada uno abre y cierra con el diario que vendría a funcionar como un presente de la narración. En el medio de esos diarios, que están marcados con otra tipografía, hay relatos que van hacia atrás a distintas etapas autobiográficas. Venía escribiendo cuentos, algunos más en la línea de «Villa Celina», otros me habían quedado más en la de «Objetos maravillosos», más bien urbanos donde aparecen nuevos trabajos y también mucho el amor. Es mi libro en el que más aparecen los romances, las novias. Cuando empecé a trabajar con la editora de Futurock, Leila Gamba, me ayudó mucho porque a todo ese material, que en principio parecía más bien desordenado o seguía ciertas líneas narrativas, pude encontrarle una unidad. Ella también me propuso el pacto autobiográfico que por momentos es realista y por momentos fantástico.

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-T: En uno de los cuentos, «Electrofilia», el narrador dice que los seres humanos estamos llenos de zonas inexploradas. Ahí la electricidad es un motor para activarlas. ¿La literatura puede motorizar esas zonas?
-J.D.I.: Es un cuento bastante antiguo, nunca lo había publicado y me pareció bien incluirlo porque en el libro hay otros relatos en los que aparecen la electricidad, los rayos, y también porque en el cuento aparece el oficio del electricista. En este libro aparecen mucho los oficios, los trabajos que hice en mi vida, cuando fui vendedor ambulante, el trabajo en el taller de motores eléctricos. Todo el libro se compone de una serie de relatos breves porque intenté que fuera muy dinámica la lectura y «Electrofilia» está en esa línea. Por otra parte, en mi sensación a la hora de escribir y sus posibles analogías la electricidad podría ser una buena comparación porque en un punto parece que uno se enchufara a algo, el teclado de la compu se vuelve como el teclado de un piano. Uno está construyendo ritmos, haciendo como una música. Cada cuento tiene algo de canción, hay estribillos, hay movimientos de la música, hay como acordes que a uno le resuenan en la cabeza, más allá de las pequeñas tramas que pueda ir hilvanando. También me pasa que cuando escribo siento que conecto con un ritmo, hay algo eléctrico en eso y me parece que la escritura también, en un punto, va hacia zonas inexploradas. Ese es también el desafío de la literatura: no ir necesariamente hacia los lugares comunes, a los lugares que ya están subrayados o definidos sino explorar, apuntar la linterna hacia la oscuridad y descubrir cosas. Es un cuentito simpático, chiquito que siento que suma al rompecabezas.

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-T: Pity Álvarez como personaje de Borges, Gardel como «padre de todos los buscas» o Néstor Kirchner reapareciendo en una plaza que lo llora. ¿Cómo te interesa trabajar el anclaje en datos de la realidad? ¿Es la hipérbole uno de los mejores recursos para narrar lo tan contado, recreado?
-J.D.I.: Me gusta trabajar con tradiciones, con referencias. Mi intención no es ser críptico ni plagar de intertextualidades el relato para que sea una lectura de eruditos. Por ejemplo, en «El campito» me esforcé para que el lector que no supiera todas esas referencias igual pudiera disfrutar de la historia. En este caso, el cruce es parecido: en un punto, jugar, actualizar tradiciones de un modo lúdico y mezclar a Pity con Borges, faltar un poco el respeto a la solemnidad y a la idea pesada de la literatura y de lo que ya está sacralizado. Es un recurso que siempre aparece cuando estoy inventando porque en un punto escribir es mezclar y en esa mezcla puede salir cualquier cosa. Por otra parte, la hipérbole es un recurso que uso mucho, sobre todo cuando estoy trabajando textos realistas suelo extremarlos. Roberto Arlt fue el gran maestro de ese tipo de narrativas, lo leí con mucha voracidad en su momento y un poco me influenció, sobre todo antes de escribir la saga de Villa Celina. Pienso en «Los lanzallamas», «El juguete rabioso», donde los personajes se vuelven extraños a través de las hipérboles. En un punto lo que me pasa es que en mi barrio había una forma de contar atravesada por la exageración. Un poco mamé eso de escuchar tantas historias, los chismes, las historias en el almacén. El barrio tenía algo muy de pueblo en los 80, 90 y en las veredas y en los negocios se contaban historias y en los diálogos había lugar para la conversación. Esa es una marca que todavía tiene el conurbano, donde la gente todavía charla en las calles. En cambio, en la Ciudad de Buenos Aires eso es más difícil, uno sale a la calle y hay un ruido tremendo y la gente está en otra velocidad.

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-T: Leía que te definís como un cuentista y que no te considerás un buena poeta. ¿Seguís con esa idea?
-J.D.I.: Sí, siento que soy cuentista, que mis poemas son muy narrativos, que más allá de que el corte verso responde a un ritmo que uno desplaza hacia la escritura y que busca una medida, nunca relajo la voluntad por contar una historia. En la novela, en general, uno ve que los personajes viven, están en el centro y los hechos giran alrededor. A mí me pasa al revés: las acciones en el medio y los personajes van rotando alrededor de esos acontecimientos, se me ocurren todo el tiempo peripecias. Está incorporado en mi estilo, por eso digo que soy cuentista. Por otra parte, más allá de que es un género muy antiguo, el cuento tiene un origen oral, del mismo modo que la novela pertenece a la escritura, el cuento pertenece a la oralidad y algo de esa genética todavía se mantiene. Conecto mucho porque Celina tenía incorporada la forma de comunicarse entre los vecinos, como pasa en cualquier barrio donde hay tiempo para charlar y contarse cosas, el cuento está metido e incorporado en la cotidianeidad. Algo de eso todavía se mantiene en mi escritura, algo que tiene que ver con la infancia, con el oído de aquella infancia. Por eso siento que el cuento realmente me representa y es el género en el que siempre estoy más cómodo.

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