Duclós bucea en la cotidianeidad de países excluidos del día a día mediático.

Duclós bucea en la cotidianeidad de países excluidos del día a día mediático.

El periodista argentino Fernando Duclós reúne en su libro «Periodistán. Un argentino en la Ruta de la Seda», los entretelones de un viaje legendario, tan inquietante como soñado, desde los Balcanes hasta la Península Arábiga, con el que que atrapó a miles de lectores a través de su cuenta de Twitter, historias con las que trata de «vencer la inmediatez a la que nos lleva el mundo».

Con la idea de desarmar los prejuicios que se tienen de este lado del mundo de países como Kosovo, Turquía, Rusia, Chechenia, Afganistán, Irán y Uzbekistán, entre otros, Duclós se embarcó el 29 de enero de 2019 en una travesía que duró poco más de un año, que planeaba narrar en un blog, pero que se volvió viral gracias a un hilo de Twitter que catapultó al periodista a la fama.

Paisajes increíbles en la travesía de los Balcanes a Arabia.

Paisajes increíbles en la travesía de los Balcanes a Arabia.

En Rumania, en la región de Transilvania -famosa por sus castillos medievales donde se forjó la leyenda del conde Drácula- fue «el bautismo de fuego» de Periodistán -el nombre que Duclós usa en redes- gracias a un tweet en el que explicó la desintegración de la ex Yugoslavia a partir del último partido que había jugado como nación, contra el seleccionado argentino de Maradona y Goycochea, en Italia 90. Horas después, su teléfono «explotó» de mensajes.

«Vivimos en un mundo donde la inmediatez parece primar por sobre todo los valores. Somos impacientes. Las cosas cada vez duran menos. Y poder contar historias en redes es un poco trascender eso, vencer esa espontaneidad. El valor del contenido periodístico en redes, para mí, es tratar de encontrar historias reales, pensadas, trabajadas que venzan la inmediatez a la que el mundo nos quiere acostumbrar», reflexiona Duclós (1986) en una entrevista con Télam.

En el libro, publicado por Ediciones Futurock, Periodistán recrea los pormenores de aquel viaje -que suspendió antes de llegar a China por la pandemia que lo obligó a regresar a Buenos Aires- que hilvana a través de sus habitantes, sus personajes históricos, sus conflictos, sus religiones pero también de sus pequeños detalles, el pasado de sus pueblos, su cultura, sus paisajes, sus comidas o la música que escuchan.

Duclós bucea en la cotidianeidad de países excluidos del día a día mediático, «pero mucho más cercanos a nuestras vidas de lo que solemos creer». Así pasa de conocer en un bar de Kurdistán a Anas, un refugiado sirio que tiene una amiga catamarqueña a la que le envía obsequios a través del autor, a caminar por la avenida Karl Marx en Transnistria -una república de compleja entidad-. Y de bailar y brindar en un casamiento gitano en Uzbekistán a cruzar la frontera que lo lleva a Afganistán con una visa que indica «viaje de negocios», con una mochila y un par de ojotas en los pies.

– Télam: ¿Cómo definirías la «esencia» de la Ruta de la Seda?

– Fernando Duclós: Por un lado, de carácter histórico. Fue la gran ruta comercial de la humanidad durante muchos milenios, nos precede completamente y nos habla de un lugar que tienen muchísima historia. Por ejemplo, si uno se junta un sábado con amigos a ver fútbol, tomar una cerveza y comer una pizza, en lo que nos parece el plan más occidental que conocemos, el primer antecedente que hay de algo parecido al fútbol es en China, extremo Oriente; el primer antecedente de algo parecido a la cerveza es en Sumeria, actual Irak, y la pizza se cree que viene de Oriente, entonces absolutamente todo en nuestra vida -los números indoarábigos, el papel, el número cero, muchísimas palabras que usamos- está teñido de esa zona del mundo que creemos no es importante. Irán, Kirguistán, Uzbekistán, Turquía nos parecen el fin del mundo y, al contrario, son el centro, y por eso hay tantos conflictos para dominarlo.

La Ruta de la Seda es el lugar donde se desarrolló gran parte de lo que conocemos como humanidad o civilización y del cual no sabemos nada. Por ejemplo, la palabra persiana, algo tan común de nuestra vida cotidiana, viene justamente de Persia, pero lo tenemos tan borrado que nunca lo pensamos. Por otro lado, en lo personal, descubrí la hospitalidad increíble de la gente que me crucé y que me dio todo, me alojó en sus casas, me ayudó, me llevó de viaje, dejó de hacer cosas por mí. Una hospitalidad inusitada al punto de que yo ya no sabía cómo reaccionar y, para mi, es el gran distintivo de la gente en Oriente.

– T: Te quedaste fascinado con Afganistán. ¿Qué destacarías como lo más atractivo de ese país?

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– FD: Afganistán es adictivo, un país al que volvería sin lugar a duda. Y tengo que aclararlo: no lo recomendaría como destino porque está en guerra, es peligroso, puede explotar una bomba en cualquier momento. Aun así, en mi experiencia, el país te atrapa, fascina. Es una fiesta de estímulos, colores, gritos, voces, sabores. Es imposible mantenerse indiferente. Me acuerdo de salir a la calle en Kabul y ni bien poner un pie en la vereda cruzarme un pastor con unos corderos caminando por el medio de la avenida, mientras al lado le pasaban autos a toda velocidad.

Al mismo tiempo ver un mendigo en el medio de la calle, los autos tenían que esquivarlo, todo con la atmósfera de polvo, de una ciudad que resiste bombas desde hace 40 años, con mercados ambulantes gigantescos, donde las personas voceaban la venta de tomates, corderos, y tres guardias vigilaban todo desde una torre con Kaláshnikov (fusiles de asalto), esperando a ver si pasaba algo. Todo el tiempo suceden cosas. Y el 99 por ciento de las personas son pacíficas. Lamentablemente hay un pequeño porcentaje que no lo es, y que hace muchísimo daño al resto de la población pero en el día a día es la gente más agradable que conocí. Me invitaron a todo. En diez días en Afganistán no gasté plata. Gente pobre que aun así no me dejaban usar mi dinero. Una hospitalidad increíble. Y un esfuerzo por mostrar que el país es mucho más que la guerra que muestran los medios. Un destino que obnubila.

– T: En el libro das cuenta de las numerosas contradicciones que albergan casi todos los pueblos del mundo. ¿Qué te resultó lo más difícil de entender?

– FD: Todos tenemos contradicciones. Sería no solo raro sino hasta poco saludable no tenerlas. De todos modos, hay muchas cosas muy difíciles de entender; sin embargo siempre trato de entenderlas. En Afganistán es muy chocante que haya mujeres con burka, el velo que cubre absolutamente todo, incluidos los ojos. En otros países musulmanes hay diferentes tipos de velos. Es duro incluso intentar entenderlo.

– T: La sola alusión a los nombres Maradona y Messi funciona como un mágico conjuro abre-puertas. ¿Cuántas veces los mencionaste en tu viaje de catorce meses? :

– FD: Millones. Siempre cuento que estaba haciendo dedo en Irán con Ling, una amiga de China, que -es una obviedad decirlo- un país de importancia geopolítica, histórica, cultural, económica muchísimo más trascendente que Argentina y, sin embargo, cada vez que nos levantaba un camionero iraní le preguntaban a ella: «¿De dónde sos?». Respondía «de China» y le decían «Ah. ok». Y luego me preguntaban a mí. Yo decía «de Argentina» y empezaban a viva voz: «¡Argentina! ¡Messi! ¡Maradona!». Me abrazaban, me pedían sacarnos selfies, me invitaban a todos lados. Al final ella, un poco en broma y un poco en serio, se enojaba y me decía: «Soy de un país mucho más importante que el tuyo y nunca nadie me dice nada. Vos, apenas decís ‘Argentina’, la gente te abraza, te pregunta por Maradona, es increíble».

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