La Secretaría de Género de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) inauguró el primer refugio para víctimas rurales.

El de Yésica Celina Paredes fue el cuarto femicidio registrado en lo que va del 2021. Asesinada de varias puñaladas a mano de su pareja, Yésica tenía 22 años y era productora de cebollas del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) Rural en Mayor Buratovich, esa localidad del sur bonaerense que ganó una funesta fama por ser el lugar donde la policía detuvo al joven Facundo Astudillo Castro, antes de aparecer muerto en un cangrejal. Para no llegar a más casos como el de Yésica o el de Lucía, la agricultora que recibió un balazo fatal en agosto pasado, la Secretaría de Género de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) inauguró el primer refugio para mujeres rurales víctimas de violencia de género. “Lamentablemente, a nuestro sector no llegan las políticas públicas”, se lamentan.

Lucía Correa Arenas tenía 25 años y había viajado desde Bolivia con el sueño intacto de progresar en la Argentina gracias a su trabajo. Instalada en Ángel Etcheverry, La Plata, se dedicaba a cultivar la tierra y a criar a sus hijos de siete y diez años hasta que el sábado 1 de agosto de 2020, en plena cuarentena por Covid-19, su pareja, Roger Ismael Cara Tarraga, de 24 años, la asesinó de un disparo en el abdomen.

 

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(Foto: Sergio Goya)

 

“Lucía formaba parte de la organización y su crimen nos movilizó. Las compañeras veníamos trabajando el tema de la violencia contra las mujeres desde hacía cinco años, pero ese hecho nos marcó que teníamos que hacer algo urgente para evitar más casos”, recuerda Carolina Rodríguez, promotora de Género de la UTT.

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Así fue como un grupo de campesinas comenzó a trabajar todos los días desde las cinco de la mañana hasta las seis de la tarde para transformar una casa en ruinas, ubicada en 197 y 36 de Olmos, en la periferia de La Plata, en un refugio transitorio con capacidad para alojar hasta 19 mujeres víctimas de la violencia machista.

“El principal problema de las compañeras que sufren violencia es que no tienen dónde ir, la mayoría es madre, muchas tienen hasta tres o cuatro hijos. Al principio para alejarlas del agresor las llevábamos a nuestras casas, pero resultaba muy incómodo. Necesitábamos un lugar donde pudieran quedarse, pero lamentablemente a nuestro sector no llegan las políticas públicas”, se lamenta Rodríguez.

 

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(Foto: Sergio Goya)

 

El refugio, inaugurado hace unos días, busca también brindar “contención emocional y espiritual” a las mujeres y para eso se desarrollan emprendimientos de plantas medicinales, dulces y conservas recuperando saberes ancestrales que “les permitan lograr independencia económica, vital para una vida libre de violencias”. También, si la víctima lo desea, se la acompaña a realizar la denuncia y no se la deja sola hasta el final del proceso legal. “Si una compañera nos llama a las tres de la mañana, nosotros acudimos en ayuda y vemos que quiere.  Lo primero que necesitamos es que ella ponga de su parte porque nosotras no obligamos a nada”, destaca Rodríguez, quien se define como un “modelo de mujer recuperada por la organización”.

“En el campo –concluye– se sufre todo tipo de violencia; física, verbal, psicológica y económica. Siempre te están tratando de puta o andas caminando con el ojo verde, toda machacada y si decidís enfrentar al agresor, él se queda en su casa, sigue trabajando en la quinta, y la que se tiene que ir y empezar todo de nuevo es la compañera. La desigualdad de género que hay en el sector es muy grande. El hombre siempre recibe más que la compañera, siempre queda bien parado, para él son todos los beneficios”.

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