¿Por qué el gobierno ha eliminado de su discurso público toda narrativa y toda retórica sobre la pandemia como catástrofe humanitaria en el peor momento de la calamidad? Esta y otras preguntas son las que intenta poner en juego el autor de esta nota.

La perplejidad: ¿por qué nuestro gobierno, me incluyo no sólo por haberlo votado sino por sentirme parte de una comunidad generacional, ideológica e, incluso, afectiva, con muchos de sus principales dirigentes y militantes, digo, por qué nuestro gobierno democrático y popular ha eliminado de su discurso público toda narrativa y toda retórica sobre la pandemia como catástrofe humanitaria en el peor momento de la calamidad? ¿Debemos pensar, entonces, que la cátedra del profesor Alberto con sus filminas descriptas con estilo entre didáctico y porteño canchero, tan típico de la UBA, eran en realidad parte de una estrategia comunicacional que se diluyó con los vaivenes de la opinión pública: ese albur de impresiones telefónicas auscultadas por cuatro vivos como si fueran un recuento de glóbulos rojos…?

Celebramos con muchos compañeros y compañeras el encuadre inicial de la cuarentena como una política que hacía del cuidado un imperativo ético y político en un mundo dominado por la lógica del beneficio y el egoísmo competitivo. ¿Dónde, cómo y por qué se perdió el lazo entre cuidado, inversión y fortalecimiento de los bienes públicos necesarios para garantizar el derecho a la vida, no biológica, sino digna? ¿Tanto cuesta explicar que no hubo fracaso en la estrategia del cuidado porque nunca fue un objetivo controlar los contagios sino fortalecer a un sistema de salud devastado y degradado por el macrismo al rango auxiliar de Secretaría? ¿Cómo puede ser que no seamos capaces de mostrar que la cuarentena evitó infinidad de muertes y sufrimientos aún en este panorama mundial desolador con circulación intensa y rebrotes que reponen políticas restrictivas en los países que “cuidan la libertad”, como dijo Macri con su inefable levedad de conciencia cuando aterrizó en Francia camino a sus vacaciones boreales?

Foto: Télam.

Lo frustrante es que no dando la batalla retórica por la relación entre estado de derecho, bienes públicos y cuidado de la vida digna le dejamos la cancha despejada a los que degradan la libertad y los derechos civiles, que nuestra cultura política democrática ha elevado a la condición de derechos humanos por su persistente violación en una historia política violenta, al mero acceso al goce inmediato del asadito o la birrita, de las vacaciones en la costa con hospitales desbordados, mientras nuestros compatriotas médicos, médicas y enfermeros/as se enferman, se angustian y mueren en la trinchera sanitaria. Nos gritan consignas medievales en cadena de cable y retrocedemos porque renunciamos a nuestras razones. No se trata de entrar en una situación de espejo con el delirio sino de reponer nuestra posición ética y política, humanitaria, sobre los efectos desoladores de la pandemia.

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Cuando Alberto, intentando desenmascarar el cinismo proverbial del expresidente, menciona el comentario que le hizo Macri al inicio de la pandemia: “que se mueran los que se tengan que morir, pero no frenes la economía” se enreda involuntariamente en los términos del debate que también lo atraviesan a él. Lo que dijo Macri es el noúmeno del pensamiento neoliberal: en una sociedad civil que se autorregula por el mecanismo de la competencia, algo de desocupación mejora la calidad y el precio del trabajo, algo de ignorancia mejora la calidad de la educación, algo de miedo contribuye a una optimización en la distribución y el precio de la seguridad, en definitiva, algo de enfermedad y muerte mejora las prestaciones de los sobrevivientes, más empoderados y disciplinados para asumir su función emprendedora sin reclamar derechos colectivos. En el fondo, la idea de que la economía no se puede parar es la idea de que no todas las vidas valen lo mismo, dado que valen en la medida en que producen y compiten; menos viejos, menos pobres y menos “planeros” -menos parásitos- mejoran la economía. De ahí la temible afinidad del neoliberalismo con los fascismos societales: sexismo, racismo, clasismo son formas de designar la desdicha de los que restan para que el sistema funcione. La única manera de confrontar con esa ideología tan pregnante es, justamente, exponiéndola, y replanteando la relación antedicha entre mercado, bienes públicos, estado y ciudadanía que pareció despuntar en el discurso del profe Alberto, pero hace tiempo hemos perdido de vista.

Estamos aisladxs, angustiadas, recelosos, enfermas, enfermos y sobreexplotades por un capitalismo virtual que de la mano de la pandemia ha transgredido una nueva frontera; no ya la de lo privado y lo público del mundo burgués, como brillantemente denunció el feminismo, sino la barrera entre lo íntimo y lo laboral, la explotación desenfrenada a tres metros de la cama y con la tostada en la boca. Una perplejidad suplementaria: ¿por qué al momento de producir hacemos como si no pasara nada, como si simplemente se hubiera interrumpido nuestra rutina laboral y, mientras tanto, la seguimos por otros medios?

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En su obsesión por el dólar el gobierno ha validado la idea de que la pandemia y sus horrores son parte de las variables a ser reguladas para que todo siga hasta que pase. Sobran los funcionarios que funcionan y no tanto en caravanas televisivas que hablan de la pandemia como pretexto o excusa por la cual no arranca la economía; nos tocó la herencia y después la pandemia, se lamentan en melancólica letanía. Sucede que el bicho no define su interpretación; ¿por qué no poner en el foco la crisis humanitaria y las alternativas para superarla? Si no es ahora, ¿cuándo nos podremos dar un gran debate nacional acerca de la calidad de la ciudadanía y la efectividad y eficacia del estado? Y en esa lid, ¿no es esta la coyuntura para revisar la estructura tributaria de un país que se financia con “la mayor presión fiscal del mundo”, solo que sobre los sectores populares informales con el IVA y sobre los trabajadores asalariados con el impuesto a las ganancias, mientras es incapaz de la más mínima regulación sobre el comercio exterior y la renta financiera, sin perjuicio de la debilidad de sus capacidades recaudatorias en la medida en que se asciende en la pirámide de ingresos?

Habrá quienes sostengan que esta es una posición maximalista, pero en rigor me parece de lo más posible; si por una toma de un baldío en Guernica por parte de los más vulnerables del  pastel te acusan de totalitario y expropiador y te fuerzan a una represión oprobiosa: ¿no tiene sentido ponerse a discutir en serio como reparamos este daño con reformas estructurales que vayan más allá de la picaresca de sacarle un puntito a Larreta apretado por la cana bonaerense o quedarse esperando el tributo solidario de las grandes fortunas que viene en burro desde Washington? Todos sabemos que somos una sociedad democrática, organizada y movilizada, ¿por qué no confiar, como Néstor, al que tanto se celebró en estos días, en el apoyo de esa experiencia colectiva en vez de salir a debatir las provocaciones de una derecha rabiosa y consignista?

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En las últimas semanas la agenda política se ha dividido entre el problema de la propiedad privada -de Etchevehere-, por un lado, y la cuestión de la volatilidad cambiara y ministerial, por el otro. Hay un nervio sensible que vincula ambas problemáticas y tiene que ver con los problemas estructurales planteados más arriba. Etchevehere representa a los grandes exportadores concentrados de materias primas que a través de la especulación con la liquidación de sus activos presionan las devaluaciones que impactan sobre los salarios y las condiciones de vida de los sectores populares. El gobierno, por su parte, lejos de plantear el problema de una regulación seria del comercio exterior y una reforma tributaria, aplica medidas monetarias para absorber pesos mientras sigue ajustando el salario real. Un ejemplo de la casa, 7% para los docentes universitarios en este contexto de capitalismo virtual desaforado, al borde de la humillación si se considera que el mismo gobierno proyecta en el presupuesto 2021 una inflación del 30%.

Dirán que esto es fuego amigo; es fuego para un gobierno popular y democrático que necesita imperiosamente recuperarlo. Insistir en el desfiladero financiero termina en devaluación y más ajuste porque los sectores con los que lidia el gobierno son más poderosos en ese campo y no tienen, además, incentivos para colaborar con un modelo de desarrollo democrático de fortalecimiento de la ciudadanía. Es urgente llevar el debate al campo de la política y sacarlo de la fricción corporativa, entender que somos gobierno y fortalecernos a través de proyectos que mejoren la calidad del debate público y pongan a debatir a los poderes reales. Es preciso retomar la épica del cuidado e ir a festejar fechas patrias con médicxs, enfermerxs, recicladores, docentes amas de casa, choferes de bondi, los que se la están jugando de verdad, tanto que les llamamos “esenciales”; ¿lo son los dirigentes de corporaciones rancias y burocracias desvencijadas? Estamos aislades, enfermos/as, cansades y angustiadxs pero hemos demostrado ser un pueblo confiable al momento de plantearle desafíos democráticos; ¿o quién nos votó entonces? Hay que gobernar, si salimos a aguantar nos golean.

Como se dice ahora: abro hilo.

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