En su novela Zambra repiensa la familia de diferentes formas-

En su novela Zambra repiensa la familia de diferentes formas-

Los protagonistas de «Poeta chileno», la novela de Alejandro Zambra, buscan palabras que puedan dar cuenta del vínculo que armaron, cuestionan las existentes y en esa tarea descubren que es su pasión por la poesía la que funciona como el lenguaje capaz de atesorar sus vivencias, complicidades y percepciones de un mundo en el que parecen siempre poder volver a encontrarse.

En esta historia de Zambra (Santiago de Chile, 1975) la paternidad es circunstancial, elegida, cuestionada y nombrada de distintas maneras a partir de la crianza de Vicente, el hijo de Carla, la pareja de Gonzalo, un poeta que explora las formas en las que otros se convirtieron en padres, al mismo tiempo que elabora una propia.

Así como en esta novela -editada por Anagrama- la familia puede ser repensada de diferentes formas, de acuerdo al prisma de las tradiciones, los poetas que recorren estas páginas también arman una genealogía de la cultura chilena de las últimas décadas que es resignificada por personajes que escriben o estudian poesía.

Es una novela sobre Chile que escribí en México y también una novela sobre la padrastría que escribí mientras me estrenaba como padre biológico. La escribí durante los dos primeros años de vida de mi hijo.

Alejandro Zambra

En un diálogo sostenido vía correos electrónicos entre Buenos Aires y Ciudad de México, el autor habla de cómo dialoga esta ficción -escrita durante los dos primeros años de vida de su hijo- con su obra, una de las literaturas más potentes de América Latina.

Télam: La novela indaga en esa posibilidad de habitar un lenguaje que permita dar cuenta de las formas de ser familia y los más interesados en esa pregunta, Gonzalo y Vicente, encuentran la poesía como forma de encuentro. Gonzalo sostiene que hay que inventar palabras para los nuevos vínculos. ¿Podemos decir que algo así logra la poesía?

Alejandro Zambra: Sí, Gonzalo se enfrenta con la palabra padrastro y tiene que decidir si usarla o no, si dignificarla o inventar otra. Eso hacen los poetas, creo yo: luchar con cada palabra del poema, rehabilitar el lenguaje o reinventarlo. Es una visión bien romántica de la poesía, pero también me gusta quitarle todo romanticismo. Hay un momento en que Gonzalo y Vicente hablan de libros y de autores únicamente para rellenar el silencio mirándose a los ojos. Pensaba en el fútbol, por ejemplo. Hay tantos padres que solo hablan de fútbol con sus hijos. Hace poco escribí un cuento o una crónica acerca de una noche, como a los dieciocho años, en que estaba peleado con mi papá y no nos hablábamos, pero igual vimos juntos un partido de la Copa Libertadores y de vez en cuando comentábamos alguna jugada o reclamábamos las decisiones del árbitro. También a veces, al hablar de poesía, somos plenamente unos nerds que recitan estadísticas y recuerdan sus jugadas favoritas, los grandiosos goles del pasado.

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T: Familiastra nació como un cuento que estaba destinado para otro libro tuyo, «Mis documentos». ¿Ese fue el inicio de «Poeta chileno»?

AZ: Sí, aunque esta novela tiene varios orígenes, al hablar de ella los invento un poco también. Quizás el origen puntual es ese cuento, que se llamaba «Familiastra» y que a última hora quité de «Mis documentos», porque lo sentía todavía muy propio, se me hacía incómodo compartirlo. En ese momento fue una decisión sombría, pero luego me alegré de haberlo quitado y el relato se fue juntando con otros proyectos y aterrizó en un pasaje importante de esta novela. Eso me ha pasado ya varias veces. En «Facsímil», por ejemplo, hay textos que escribí hace quince años, por supuesto que en versiones bien distintas. Y ese poema «Garfield», que aparece en la novela nueva, es una versión irreconocible de un poema mucho más breve y no muy bueno que escribí a los veinte años pero nunca publiqué.

T: El narrador dice que se iría a Nueva York pero tiene que quedarse en Chile, que es un novelista chileno que escribe sobre los poetas chilenos. ¿Cómo fue la decisión de un narrador en tercera persona?

AZ: Siempre ensayo versiones en primera y en tercera y a veces también en segunda. Hubo borradores de «Formas de volver a casa» en tercera y de «Bonsái» en primera. Pero creo que muy pronto tuve claro que «Poeta chileno» sería en tercera. Este narrador se parece al de los textos finales de «Facsímil» o al de algunos cuentos míos. «El hombre más chileno del mundo» o «Gracias» o «Verdadero o falso». Los tonos del libro coinciden con algunas formas de hablar o de relatar que siento muy próximas, muy chilenas, aunque mi manera de hablar ha cambiado en los últimos años. Tal vez escribí esta novela para registrar el habla justo antes de que cambie irreversiblemente. Por momentos mi criterio fue contar la historia como lo haría en una sobremesa, pero imaginaba una sobremesa sin mezcales, con puro vino tinto.

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T: Estás viviendo en México. ¿La escribiste completa en México o la comenzaste en Chile? ¿Cómo influyó estar en México, esa distancia?

AZ: La empecé en Chile, al igual que otros libros que están a medias y que son muy distintos, en casi todo los sentidos, de «Poeta chileno». Hace cuatro años, cuando recién nos instalamos en Ciudad de México, me cambiaba de libro todas las semanas, hasta que de pronto esta novela prevaleció. Supongo que fue porque estaba muy ligada a Chile y al habla chilena. Es una novela sobre Chile que escribí en México y también una novela sobre la padrastría que escribí mientras me estrenaba como padre biológico. La escribí durante los dos primeros años de vida de mi hijo. Creo que esa felicidad se nota en el libro, de algún modo, aunque es un libro tristísimo, también. En fin. Primero fui un escritor de domingo, después un escritor muy nocturno, y esta novela, en cambio, la escribí por las mañanas, en un cuartito de dos por dos, sin internet, que hay en la azotea. Despertaba a las cinco o a las seis o a la hora que despertara mi hijo, estaba con él un par de horas antes de subir al cuartito, escribía hasta las dos de la tarde y el resto del día era para estar con él. En algún momento empecé a llamar a ese cuartito Chile, así que técnicamente podría decir que escribí la novela en Chile.

T: ¿Cómo es esto de dejar de ser escritor de domingo? Me refiero a que dejaste de dar clases o de escribir en medios. ¿Extrañas alguna de esas tareas?

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AZ: Sí, sobre todo la docencia, que fue mi trabajo más habitual y el más difícil y absorbente. Ocasionalmente vuelvo a hacerlo y supongo que en algún momento lo retomaré de forma permanente. Y ahora mismo quiero columnear un tiempo, es algo que a veces disfruto. En realidad yo había vuelto a escribir en prensa, en la revista chilena «Qué pasa», pero la cerraron, como casi todo en Chile, por desgracia. En cuanto a libros, he estado escribiendo algo sobre la paternidad, pero ahora no sé si es sobre la paternidad o sobre la pandemia y tampoco estoy seguro de querer publicarlo. En cualquier caso, no lo he terminado. Y de a poquito retomo esos otros proyectos que había dejado en veremos.

T: Vas a participar del Filba con un taller que vas a dictar por tres días. ¿Cómo te preparás para esa experiencia?

AZ: Me gusta mucho dar taller. Tengo mis ejercicios y mis muletillas y un puñado de referencias y de textos que siempre me alegra socializar. Creo que la experiencia de taller depende casi totalmente del aquí y ahora, y nuestro aquí y ahora es tan raro y angustioso. Por eso lo llamé taller de pantalla compartida, lo que más me gusta del Zoom, en realidad lo único que me gusta, es esa posibilidad de compartir pantalla. A ver qué sale, yo tengo muchas ganas de que empiece el tallereo.

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