El humor gráfico también surge en el encierro

El humor gráfico también surge en el encierro

Bajo la idea de que la literatura y el arte tienen mucho para decir sobre las lógicas o paradigmas que rigen la cárcel y sobre las tensiones que atraviesan el sistema penal, desde hoy y hasta el viernes se realizará el VII Encuentro Nacional de Escritura en la Cárcel (ENEC), centrado «en la idea de la escritura como práctica de resistencia y posibilidad de construir otro tipo de relaciones marcado por múltiples violencias», según adelanta Juan Pablo Parchuc, director del programa de Extensión en Cárceles de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Hace más de diez años que se lleva adelante este programa que incluye actividades de docencia, investigación y extensión en cárceles, en centros universitarios y espacios educativos dentro de penales federales o provinciales como la iniciativa UBAXXII -que permite hacer talleres y una diplomatura a distancia- con la idea de trabajar en torno a las necesidades y demandas surgidas de los espacios organizados en el encierro.

Vinculado con la escritura desde el comienzo, los primeros talleres fueron de escritura y derechos humanos, literatura y edición, un temario que fue incorporando nuevas perspectivas para alojar las distintas problemáticas que surgen en el recluimiento y elaborar una transición hacia la reinserción social.

«La escritura toca nuestros cuerpos y activa deseos de distintas formas. Pone en circulación sentidos y valores, pero también pasiones»

Juan Pablo Parchuc

«Nos unifica una idea de la escritura como práctica de resistencia y posibilidad de construir otro tipo de relaciones en un contexto sumamente complejo, marcado por múltiples violencias, como es la cárcel. La escritura puede ser una oportunidad de responder a esas violencias, devolver su fuerza en otro sentido, transformarla, abrir horizontes y construir pequeñas comunidades organizadas que permitan imaginar una vida distinta dentro y fuera de la cárcel», explica Parchuc, doctor en Letras por la UBA.

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Télam: ¿Cómo es la experiencia propiamente dicha acerca de los tiempos y los rituales de escritura en el encierro?
Juan Pablo Parchuc: Los tiempos son intensos y los rituales van variando de acuerdo a los espacios y propuestas, el grupo que se forma, el estado de ánimo colectivo. En general hay una necesidad, una urgencia por escribir, por contar. En los talleres de lectura y escritura se suele trabajar con textos y consignas de escritura. En otros, como el taller colectivo de edición, se traen distintos temas a la mesa: textos, dibujos, ideas, y entonces el grupo discute criterios editoriales o de comunicación. En todos los casos, apelamos a distintos materiales, vamos tanteando gustos y afinidades, y trabajamos sobre los procedimientos o las operaciones que puede producir la escritura.

Desde ya, ahora no estamos yendo a los penales porque está prohibido el ingreso por la pandemia. Igual estamos sosteniendo el contacto por teléfono y enviando materiales digitales e impresos, con consignas de lectura y escritura. El Servicio Penitenciario funciona de intermediario, porque el uso de celulares e internet está prohibido en las cárceles federales, y así procuramos algún tipo de intercambio. También estamos llevando adelante campañas solidarias para dar apoyo a estudiantes en los penales y liberadxs, con productos de limpieza, alimentos, computadoras, etc.

T: ¿Cuáles son las estrategias y modos de organización a través de la literatura, u otras artes y expresiones culturales para abordar las violencias (no sólo discursivas) y poder crear nuevos modelos y reinserciones sociales?
JPP: Creo que la literatura y el arte tienen mucho para decirle a la cárcel, al modelo penitenciario y a las lógicas o paradigmas que rigen la cárcel y en general a las normas y prácticas del sistema penal. También a las violencias y odios que atraviesan esos dispositivos e instituciones, y se amplifican en los medios, las redes y los grupos de WhatsApp. La literatura y otras expresiones culturales pueden hablarnos de las personas y sus experiencias de vida, frente a la despersonalización del tratamiento penitenciario, que saca cuentas y mide riesgos; complejiza las simplificaciones de los discursos punitivos que profundizan en lugar de resolver los problemas de inseguridad; producen espacios de reunión y trabajo colectivo contra la separación y la «irresponsabilización» que promueve el sistema penal y la cárcel. La literatura y otras artes son poderosos catalizadores de estrategias y modos de organización para responder y enfrentar esas violencias.

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T: ¿Cómo es el trabajo con redes y su articulación con universidades, sindicatos, cooperativas de trabajo, organizaciones sociales, agrupaciones de derechos humanos o centros educativos en contextos de encierro?
JPP: Los centros universitarios en la cárcel son espacios donde se forman o confluyen distintas organizaciones y movimientos sociales. Son lugares muy organizados y dinámicos políticamente, por las personas que entran y por las propias formas de auto-organización que los conforman. Los programas y proyectos de las universidades en contextos de encierro suelen promover este tipo de articulaciones con otras instituciones, organizaciones y actorxs involucrados con la situación de las personas privadas de libertad y liberadas: cooperativas de trabajo, sindicatos de personas privadas de libertad como el el SUTPLA -que nació en el Centro Universitario Devoto (CUD)-, organismos de derechos humanos, mecanismos de prevención de la tortura, etc. Intentamos fortalecer esos procesos de organización desde la Universidad porque compartimos con esas organizaciones prácticas y redes orientadas a la defensa de los derechos humanos y la promoción de la inclusión y la justicia social.

T: ¿Cómo se reescriben las experiencias, los cuerpos y los deseos?
JPP: La escritura toca nuestros cuerpos y activa deseos de distintas formas. Pone en circulación sentidos y valores, pero también pasiones. Despliega fuerzas y experiencias a través de la palabra o la imagen. En los proyectos de escritura en la cárcel vemos la apelación a la reescritura como un trabajo con la palabra y el cuerpo para reflexionar sobre nuestra historia, darle densidad a nuestra experiencia, producir formas de subjetivación que activen proyectos, deseos y relaciones que cuestionen nuestros prejuicios, reconozcan nuestras diferencias y busquen generar espacios o formas de estar juntxs con mayor justicia e igualdad. De esa manera, decimos, tenemos la oportunidad de reescribir, de escribir sobre o escribir contra las otras formas de escritura que pretenden definir lo que somos.

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T: Durante el Encuentro presentarán el libro «Escribir en la cárcel. Prácticas y experiencias de lectura y escritura en contextos de encierro», en el que arrancás diciendo: «El volumen que estamos presentando parte también de esa molestia o incomodidad frente al vacío, y de la convicción de la letra que insiste pese a su precariedad». ¿Por qué hablás de incomodidad?
JPP: Ese sentimiento lo asocio a la molestia a la que hace referencia Wk -seudónimo del escritor Gastón Brossio- en un libro de aforismos que cito al comienzo. El cuenta que empezó a escribir frases en los pizarrones de las aulas de la cárcel porque le molestaba o generaba incomodidad el vacío, el blanco o, en este caso, el verde, del pizarrón. Quise empezar la presentación del libro desde esa escena porque me parece que condensa mucho de lo que implica escribir en la cárcel: las frases escritas y borradas, ese riesgo permanente a ser borradx, la instantaneidad, el vacío que busca llenarse con palabras, la precariedad de las condiciones, la relación entre la escritura, el cuerpo y la vida.

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