«El finde estuve en Rosario», un libro tan breve como intenso, del tamaño de un celular, propone a través de capturas de pantalla de WhatsApp, de Facebook, selfies y emoticones, un recorrido íntimo por la conversación entre la autora, María Victoria Sananes (1989), y su amigo de la infancia Ariel, enviado al frente de batalla mientras cumplía el servicio militar obligatorio en Israel.

Ganador del Premio Fundación Larivière, organizado por esa editorial junto a la feria BAphoto, el libro de Sananes no solo da cuenta de la epistolaridad más contemporánea con un formato disruptivo, ya desde su tapa que simula ser una pantalla de celular sumado a una narración que se da entre selfies y screenshots, sino que además se cuestiona de manera implícita acerca de qué es una fotografía hoy.

No es un dato menor que un concurso que busca premiar un libro de fotografías -y que tuvo por jurado a Facundo de Zuviría, Alejandra González y Ana Luiza Fonseca- lo haya ganado un proyecto donde gran parte de las imágenes son capturas de pantalla de conversaciones en distintas plataformas.

«Los chats son en sí mismo imágenes. Es equívoco pensar hoy en día que son texto únicamente. Vivimos rodeados de imágenes. Los límites de la fotografía se movieron para siempre», asegura la autora del libro, María Victoria Sananes (1989), en una entrevista por escrito con Télam.

El volumen marca un contrapunto en cómo se construye el diálogo entre dos jóvenes, amigos de la infancia, quienes comparten sus experiencias absolutamente disímiles: uno en el frente de batalla en Franja de Gaza, otra en la ciudad de Buenos Aires, estudiando, trabajando o yendo a clases de baile.

«Conocí a Ariel y a sus hermanas cuando él era niño y yo adolescente. Compartimos varios campamentos, canciones y juegos. Como ciudadano israelí tuvo que hacer el servicio militar. Este trabajo es el registro de las conversaciones que tuvimos antes, durante y después de que fuera destinado a Franja de Gaza en 2014 y él ha consentido que las publicara», son las únicas palabras que la autora agrega al final del libro, editado por Larivière.

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Las selfies enviadas de cada lado del mundo van dando forma a la narración y mientras ella le envía fotos desde el balcón de su casa, o en un restaurante donde se prepara para ver un partido de la selección argentina, él responde con imágenes de un entrenamiento en el desierto israelí, o de un vehículo portamorteros, al borde de la Franja de Gaza.

Se suman las capturas de chat que revelan la conversación privada entre dos amigos, por momentos trivial, por momentos angustiante, con afecto, incertidumbre y preocupación: Ariel no puede creer que una noche podrá dormir en una cama con sábanas, un lujo; ella le dice que la madre le manda un beso y que cuando regrese le va a preparar bife con papas fritas.

Otro día, ella sale a andar en bici y él revela su incomodidad de entrar y revolver casas de un barrio de Hebrón donde, según el Servicio de Inteligencia, se escondían armas.

Por ese entonces, el conflicto palestino-israelí y el operativo militar luego conocido como Tzuk Eitan (strong cliff, acantilado resistente o fuerte) era tapa de los diarios literalmente todos los días.

Por eso, la autora del libro comenzó a escribirle cada vez más seguido. Esos chats eran, de algún modo, «un chequeo para saber si estaba vivo y poder ofrecerle desde mi lugar algo de distracción, algo que lo hiciese sentir acompañado y querido», cuenta Sananes.

Al mismo tiempo, en ese mismo año, la fotógrafa, directora de arte y productora que reside en Buenos Aires se anotó en un taller para crear proyectos, por lo que hurgaba entre sus archivos, sin suerte, con la intención de encontrar una idea que pudiera desarrollar.

Me entristecía saber que estaban viviendo un conflicto que no siento que vaya a tener fin. Me entristecía la humanidad en sí misma.

María Victoria Sananes

«Recuerdo que un día le pregunté a Ariel cómo estaba, y envié un par de fotos contándole que yo había hecho una escapada a Rosario, a modo de distracción, de manera naif. Y él, sin mediar palabra, me contestó con dos fotos tremendamente impactantes con soldados, armas, en una noche cerrada y un vehículo porta morteros escupiendo fuego. Eso fue definitorio, fue el disparador de este libro, me di cuenta que ahí había algo que yo quería contar», cuenta Sananes.

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Télam: ¿Cómo recordás esos momentos, mientras tu amigo estaba en Israel en un enfrentamiento armado?

María Victoria Sananes: Muy preocupada por él y por su vida. Temía que una día me dejase de contestar los mensajes. Al mismo tiempo, dos amigas de Buenos Aires que estaban viviendo allá, me contaban lo que ellas vivían desde las ciudades. En sus audios podía escuchar las sirenas para refugiarse de misiles, las ambulancias, sus enojos y miedos. Me entristecía saber que estaban viviendo un conflicto que no siento que vaya a tener fin. Me entristecía la humanidad en sí misma. Sentía todo muy lejano física y espiritualmente, como un cuento que nunca llegás a comprender, dos películas que se transmiten en el mismo horario en salas diferentes. Yo bailando swing acá y ellxs allá, en una guerra.

T: El relato llega hasta el momento en que Ariel dice que aún le faltan un año y diez meses para terminar el servicio militar. ¿Por qué justo ahí?

MVS: Fue una decisión de índole narrativa. Quise reforzar la idea de encierro, de lo que todavía faltaba por recorrer. Hablando con diversos soldadxs la única vez que fui a Israel, a mis 17 años, noté como todxs y cada unx de ellxs contaban los días que les quedaban para terminar el ejército. Nadie cuenta los días de un lugar donde se quiere quedar. Volví a notar esto del conteo en Ariel en más de una conversación y por esto sentí que era una buena forma de terminar el libro. Muchísimos soladadxs no quieren estar ahí, no lo eligen, pero no saben cómo desertar o temen hacerlo. Así también como lxs civiles palestinxs no eligen ser carne de cañón de todo este conflicto. Para mi hay víctimas en ambos bandos. Conté este, porque es el que me trajo la vida con la que fortuitamente me vi en contacto. Pero volvería a contarlo desde cualquier bando. Me parece menester que existan nuevos y más relatos de las zonas en conflicto no transmitidos por medios de comunicación masivos. Y esto puede suceder hoy en día gracias a la existencia de las redes sociales y de las figuras atravesadas por el capitalismo y el consumismo de los cuerpos que son los influencers.

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T: El texto de promoción del libro plantea si es la selfie el modo de afirmarse en el presente para con un otro ¿Cuál es tu mirada al respecto?

MVS: Eso es lo que escribí para enviar mi maqueta al premio de Ediciones Lariviere y BAphoto, por ende es una pregunta que me hago mucho y que creo que el libro también plantea. Redacté casi todo el final del texto en preguntas. Suelen gustarme más las preguntas que las respuestas. Cuando respondemos algo lo cerramos. La misma pregunta puede plantearnos distintas respuestas a cada momento, porque somos y nunca somos los mismos, este es el principio de la impermanencia, y creo que ese afán por afirmarnos en el presente con nuestra propia imagen casi igual, pero apenas diferente una y otra vez, viene de ahí. Una selfie es mostrar que estamos vivos, hoy, ahora mismo; mostrar que todavía estamos presentes, que el entorno no nos ha devorado, o tal vez sí.

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