El intendente de Tandil, el pediatra Miguel Ángel Lunghi, hizo gala de rebeldía en plena pandemia: “Aunque el gobierno nacional no nos autorice, nosotros igual vamos a abrir actividades”, dijo a principios de junio. Hoy la ciudad es una de las mas golpeadas del interior de la provincia de Buenos Aires, en medio de silencios y datos sanitarios dudosos.

La primera semana de junio, cuando ya habían pasado los peores días de cuarentena y Tandil no registraba –aparentemente- casos de covid19 más allá de los cuatro (que luego declararon ser ocho) casos primigenios,  el intendente Miguel Ángel Lunghi, un pediatra en la medianía de los setenta años, nacido en lo que en la ciudad serrana se da en llamar “las cuatro avenidas” (la zona del centro cívico donde aún perviven las familias patricias tandileras, las que forjaron el perfil social del pueblo, los hijos dilectos de los primeros profesionales, terratenientes o pequeños industriales del lugar) y referente indiscutido de la alianza radical-pro, elegido por un quinto mandato con el 54% de los votos en la última elección; dijo a los medios de prensa nacionales, haciendo alarde de su modo de hablar de médico de pueblo con giros de estanciero acomodándose el verijero: “Aunque el gobierno nacional no nos autorice, nosotros igual vamos a abrir actividades”.

El intendente de Tandil, Miguel Ángel Lunghi.

La presión ejercida por la flor y nata del patriciado vernáculo, en franca mistura con los nuevos ricos (unos aportan apellidos, los otros, plata) era por entonces absolutamente feroz. No había día en que los ciudadanos no escucharan por la radio, leyeran en el diario, o vieran por el único canal de televisión del mismo conglomerado hegemónico, El Eco de Tandil; acerca de la necesidad imperiosa de abrir comercios, industrias, paseos turísticos y actividades deportivas porque de no hacerlo, una enorme catástrofe caería sobre el valle serrano. Y talló, como siempre, el viejo axioma con que el tandilero típico fue educado: “No solo hay que ser, sino parecer”. Y se unieron en un mismo lamento y una idéntica exigencia, el dueño del Golf Club, el gastronómico de la parrillita, y el remisero que nunca vio ni la pelotita de golf ni probó una entraña digerible, simplemente porque nunca dejaron que acceda a esos círculos virtuosos de los que son y no quieren que otros sean. Pero el peso de la frase no está en el “ser”, sino en el “parecer”, y entonces se unieron en alegre montón los Pereyra Iraola y los Rabufetti, para supuesta conveniencia de ambos, clamando por la apertura de todas las actividades y por una “rebeldía” que el intendente, haciéndose eco para no perder un solo voto pero sobre todo, un solo apoyo económico y social, dijo ejercer alegremente y sin que le cueste mucho: el odio a todo lo que huela a peronismo o kichnerismo le genera repulsa y que sabe compartido con la mayoría del pueblo, algunos por conciencia de clase, los más por su total ausencia.

Quien rige los destinos de la salud en Tandil es un regordete treintañero llamado Gastón Morando. Radical fervorosamente macrista, militó en Franja Universitaria, se recibió, fue concejal y luego de tomar licencia de su banca para hacer un master en el exterior en administración,  a su regreso le ofrecieron manejar las decisiones de la cartera de Salud, aunque el joven Morando es contador público.

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Con la llegada de la pandemia, Morando se encontró con un panorama que escapaba por completo a lo trabajado hasta entonces y que no iba más allá de decir: “no compren ésas cánulas para el Hospital Municipal, compren estas otras que son más baratas”. Por orden de Lunghi se armó un comité de emergencia integrado por Morando como máximo responsable, el médico Matías Tringler, vicepresidente del Sistema Integrado de Salud Pública por el Hospital Municipal, y dos médicos infectólogos en representación de las dos clínicas privadas con internación de la ciudad: La clínica Chacabuco y el Sanatorio Tandil.  Florencia Bruggeser en representación de la primera, de la que el actual intendente fue director durante muchos años y donde aún mantiene absoluta influencia, y el Jorge Gentile, infectólogo de prestigio, por el Sanatorio.

En junio, y con ausencia de casos a la vista, la ciudad pasó a la Fase Cinco, y se abrió toda la actividad, quedando solo restingidas las reuniones sociales y deportivas masivas.  El tandilero medio volvió a sus rutinas y si cualquier desprevenido caía en Tandil, pensaría que era testigo de una realidad distópica: aquí no había pandemia.  En las redes sociales, los almacenes y las esquinas circulaba el chisme de que las “fronteras” supuestamente cerradas eran un colador, y los fines de semana era común ver turistas preguntando alguna dirección o dónde comprar regionales.  De vez en cuando saltaba en algún medio alternativo (nunca en El Eco  y sus satélites) que con un poco de dinero cualquiera entraba a la ciudad, y si no había guita pero sí astucia, por los caminos vecinales se llegaba muy sencillamente al centro de la ciudad.  Fotos, videos, testimonios directos. Nada se dispuso para evitarlo, y se hicieron ominosos oídos sordos cuando el nombre del responsable municipal fue acusado directamente de coimas para dejar entrar foráneos sin ningún permiso ni testeo.  La vida en la ciudad era franca algarabía, y los cuidados personales fueron cada vez más laxos: pocos barbijos, reuniones, masividad en comercios, y todo lo que hace a la negación y el olvido, acicateados por el poder ejecutivo local que en sus partes diarios de política pandémica siempre daban Cero en casos de covid.

Pero empezaron a surgir ojos avizores: los números no cerraban. Al analizar cada parte con los anteriores y posteriores, había registros que se perdían en el fondo de los tiempos. Empezaron a circular algunos rumores, como que una mañana el doctor Gentile fue encerrado en un pasillo del Sanatorio Tandil por buena parte del personal del nosocomio, para decirle directamente que dejen de mentir con eso de que no había casos, cuando ahí mismo tenían pacientes enfermos. La respuesta aparente fue que “bueno, algunos se pierden debajo de la alfombra, porque no hay que alarmar”.

El lunes 17 el doctor Gentile, haciéndose eco de lo dicho unos días antes por otro funcionario municipal, el Jefe de Gabinete Oscar Teruggi, que declaró imitando a su jefe en el modo, ese decir campechano de hombre de pesadas gónadas que “después de 150 días de pandemia ningún DNU nos va a decir lo que tenemos que hacer acá”, floreó su masculinidad en alegre montón con los manifestantes que se amucharon en la plaza del centro, para marchar y gritar contra la cuarentena, la reforma judicial, las vacunas, la yegua, el G5 y el guiso de mondongo.

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El infectólogo estrella del pago chico, el que todos los días firma el parte donde venía diciendo hasta tres días antes que no había casos y a partir del 15 de agosto solo dos, tres, cinco; el que firma los protocolos donde dice a todos los tandileros que hay que mantener distancia social, usar barbijo, lavarse las manos, no reunirse más de diez personas; el que es la figura médica más respetada en tiempos de pandemia, “la eminencia médica” que con su rostro severo nos conmina a hacer las cosas bien, aunque en privado y apretado en un pasillo asuma que “algunas cosas se pierden bajo la alfombra”;  el doctor Jorge Gentile, marchó, gritó, coreó contra la yegua, caminó, se abrazó, agitó banderas,  junto a mil tandileros más igual de levantiscos en defensa de la República y sus instituciones, en alegre montón, en la marcha del lunes 17 de agosto. Las fotos lo muestran departiendo a centímetros de personas que en su mayoría, por franja etaria, están en el sector de riesgo, y muchos de ellos sin siquiera barbijo.

Las redes sociales estallaron mostrando la foto. Los medios locales en silencio ominoso. Pero la cuestión trascendió a los medios nacionales y la bronca del tandilero que no pertenece ni quiere pertenecer a esos sectores sociales tan afectos a la ropa de Cardón y la 4×4, se hizo escuchar. Y empezaron a surgir datos de “yo sé que tal tiene covid”, “y aquél otro también”, y así. No se puede tapar el sol con una mano y la situación, tarde o temprano, reventaría como un grano lleno de pus.

La reacción del Ejecutivo Municipal, que no silba alto sin pedir permiso al intendente Lunghi, fue emitir un comunicado firmado solo por Morando y Tringler defendiendo la capacidad y bonhomía del médico Gentile, algo que nadie puso en duda. Lo que se cuestionaba era su ética, no su capacidad médica ni su carácter.  Pero los ánimos se caldearon aún más y la sociedad nuevamente mostró su grieta eterna, esta vez entre los que pretendían hacer como que no pasó nada de nada y no molesten al doctor; y los que cuestionaron su ética, su proceder pero por obvia consecuencia, el modo de manejar la salud local en pandemia.  Es algo de puro sentido común: ¿cómo puede el pueblo de Tandil confiar en lo que firma en un parte de salud alguien que salta por encima de lo que él mismo dictamina para ir a una reunión social de mil personas?

El escándalo resonó en el interior del núcleo duro del oficialismo y la fragmentación entre los que querían seguir sosteniendo que no pasaba nada, argumentando que lo evidente era solo una proyección de “los peronistas que no nos dejan gobernar”; y los que sin pertenecer al sector político, pero sí al de salud, dijeron: “yo no voy a condenar mi trayectoria y mi matrícula en pos de intereses políticos que me son ajenos”. Ese debate se extendió más allá de las 20, hora en que diariamente se emite el parte sanitario que ese día se esperaba con más ansiedad que nunca.  A las 20:40 finalmente publicaron el comunicado, diciendo que habíamos pasado, solo en 24 horas, de cinco enfermos de Covid a cuarenta, y que había casi ochenta con resultado de hisopado en espera. Semejante explosión no fue de un día a otro, solo fue un blanqueo de lo que ya sucedía, o de un fragmento. Desde entonces pasó una semana, y acumulamos enfermos pero sobre todo, personas en espera de hisopado o hisopados en espera de resultados, siguiendo la premisa de siempre: dejar en una nebulosa un resultado que podría ser más escandaloso, largándolo en cuentagotas a medida que se reponen los declarados. Los que esperan son más de mil, que se suman a los que teniendo síntomas totalmente compatibles, son despachados a sus casas con un “no es necesario”, y no forman así parte de ninguna estadística. El motivo, siempre, es no cambiar de fase y seguir siendo obedientes a las premisas de la Cámara Empresaria, la de Hoteleros y Gastronómicos,  a la Comisión Turística y a la gente de campo. La estrategia siempre fue esa: negar casos y si se declaraban, que fuese por goteo cosa de que nunca sean los suficientes para salir de Fase 5 o ahora, de Fase 4.

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Eso estalló el 20, la urgencia de cambio de fase es absoluta, y muchos tandileros están actuando motu propio encerrándose en sus casas, cerrando comercios, restringiendo actividades. Las redes sociales hacen lo que no hace el gobierno municipal, y tomaron las riendas de la información.  Se pasan datos que se chequean y difunden: “tal farmacia avisa a sus clientes que por un caso de covid entre sus empleados, estará cerrada. Quienes hayan concurrido entre tal día y tal día, mantengan precaución”. Y así. La suma sigue sin ser acorde con lo comunicado por el Ejecutivo y el Comité de Salud. Se dispusieron albergues en el gimnasio de la Universidad y en un Centro Deportivo para las personas que no puedan mantenerse enfermos en sus casas. El mismo médico Gentile, en apurada conferencia de prensa al estallar parte de la verdad, y sin tener que responder preguntas molestas, dijo que es probable que el 15% de la población haya estado o esté contagiada. El mismo que marchó el 17 con mil personas alrededor, el mismo que hasta unos días antes firmaba que no había casos.

Nadie renunció, nadie lo hará. Ni siquiera hay un trazo de pedido de disculpas, algo. Y mientras la ciudad estalla, el Contador Público Nacional Morando, máximo responsable de salud en el Municipio, se dedica a amenazar a todo empleado público o militante radical con despidos del trabajo o del partido si mencionan algo de lo que en solitario divulgamos.

Tandil es una estancia donde hay patrón, encargados, peonada y vacas. Miguel Ángel Lunghi todas las mañanas controla que todo funcione como él dice, para eso es el patrón. La mayoría de las vacas, miran sin decir ni mu.

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