Ana Basualdo presenta crónicas con su sello.

Ana Basualdo presenta crónicas con su sello.

Ana Basualdo se define como «periodista por oficio y vocación, escritora de un solo libro y lectora por vocación» y en «El Presente» se encargó de seleccionar sus crónicas y perfiles producidos entre principios de los 70 y febrero de este año en los que se expanden los universos de las filmaciones de Leonardo Favio, las jornadas de trabajo de Blackie o los días del 2001 en el barrio porteño de Palermo.

«Aunque no escriba sino reportajes esporádicos, no deja uno de mirar -escuchar, leer- como reportero, si alguna vez lo fue», dice la autora en este libro editado por Sigilo que no solo cuenta con trabajos de Basualdo publicados en Panorama, donde trabajó en los años 70; La Vanguardia, publicación española para la que escribió en la década del 80 y en la revista La Maleta de Portbou donde publicó recientemente, sino también con un epílogo en el que es entrevistada por Edgardo Dobry.

Con respeto por los testimonios de sus entrevistados y con la curiosidad como aliada, la periodista exiliada en España en 1975 combina los reportajes a quienes protagonizan sus notas con declaraciones de aquellos que comparten la cotidianidad de Ada Falcón o asisten al acto de lanzamiento del líder de Podemos, Pablo Iglesias.

En palabras de Jacobo Timerman: «El periodista es un enamorado de la realidad». Su oficio consiste en narrarla de la mejor manera que consiga aprender.

Ana Basualdo

Cuando dice que es escritora de un solo libro se refiere a los cuentos publicados con el título «Oldsmobile 1962» que se conoció en España en 1985 y fue recuperado en 2012 por Ricardo Piglia en su colección de clásicos del Fondo de Cultura Económica.

Télam: ¿Cómo fue el proceso de selección de las crónicas?

Ana Basualdo: El libro se divide en dos partes, una escrita entre 1971 y 1975, en Buenos Aires, en el semanario Panorama, que publicaba la editorial Abril. La otra, escrita en Barcelona, para el diario La Vanguardia y luego -hasta casi ahora mismo- para la revista cultural La Maleta de Portbou. Respecto del material de la primera parte, en algunos casos no tuve dudas (Favio, Falcón, Blackie), pero lamenté no poder incluir algunos trabajos con buena pero excesiva información, remotas, perdidas las referencias, ilegibles. Sirvieron seguramente a su estricto presente, pero no me parecieron capaces de provocar algún eco tanto tiempo después. Fue más difícil seleccionar los materiales de la segunda parte, entre una producción de temática variada que abarca cuatro décadas.

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T: Al ver tus textos en perspectiva y retomar crónicas, perfiles de distintos momentos, ¿qué cambios o insistencias advertiste en tu modo de trabajo?

AB: La pregunta, muy buena, incide en algo de lo que, en realidad, sólo me di cuenta cuando vi el libro impreso: un «resumen» que abarca años de trabajo pero que por su cuenta y riesgo. «Cambios e insistencias», entonces, vistos en perspectiva. En el libro (salvo al final, en la conversación con Dobry) no aparecen los tremendos cambios de la prensa en lo empresarial y en lo tecnológico que han modificado el cariz de las publicaciones, ni las diferentes condiciones laborales entre la Argentina de los primeros setenta y la España de los siguientes cuarenta años.

Es una sucesión de piezas desgajadas de las revistas y del diario en que salieron publicadas y situadas una detrás de otra, y en la que se notan cambios e insistencias. El uso de la primera persona aparece recién al final de la segunda parte: por un lado, hubo insistencia convencida en su no uso, en general, en la crónica periodística, pero opté por manejar ese recurso cuando creí que tenía que hacer explícito el lugar desde donde «se cuenta lo que se cuenta».

Y veo un progresivo abandono de la entrevista integral (entrevistas principal y secundarias/retrato/entorno) a un personaje protagónico, y más interés por el registro de situaciones urbanas. Noté parentesco (o una pulsión parecida) entre la nota sobre confiterías porteñas, un intento tímido (pero recuerdo cuánto me gustó salir sólo a observar o chusmear y que aquello fuera considerado parte del trabajo) que escribí en Panorama y las que mucho después fui publicando en Barcelona: Palermo Viejo 2001, Locutorio Ecuador y la última, Un lugar llamado Salamat, en que trabajé todo el verano pasado y terminé de escribir en febrero de este año. Un tipo de registro al que un amigo mío llama «Baustrasse», «construcción de calle».

T: ¿Cuál de los perfiles que se publican en «El presente» fue el más difícil de resolver?

AB: Las notas dedicadas a Favio y a Ada Falcón me dieron muchísimo trabajo, pero ninguna dificultad. Exigían una entrega absoluta al personaje y su mundo, abarcando todas las capas que fuera posible, en el lapso (un lujo, por lo demás, en un semanario repleto de actualidad) de un mes o mes y medio. Una energía que sólo puede ser juvenil. La que sí me causó dificultades (insalvadas) fue «Cómo escribir sobre Amy Winehouse y por qué», pero ahí está.

T: ¿Qué cronistas contemporáneos seguís? ¿Cómo ves el desarrollo de ese género en estos tiempos?

AB: Como no sigo los medios argentinos con asiduidad, no podría contestar sino con ejemplos que serían, como mínimo, escasos. En España, creo que el género de la crónica -practicado por un redactor fijo, en un medio de interés general, con tiempo, libertad y «vocación» de buscar su material en la calle- hace mucho que desapareció. Quedan buenos cronistas (serios y satíricos) de la semana política, de la trastienda de procesos judiciales, de tramas económicas, etc., y algunos han sido o son aún tentados por el recurso de la novelización de lo que saben. La crónica puede pasar al libro desfigurándose en formas narrativas anacrónicas y comerciales. O pasar (volver) al libro con nobleza y experimentación formal.

T: El libro recupera las formas de producción de redacciones como Panorama o Primera Plana a través de tu propio trabajo pero también de la figura de Enrique Raab. ¿Cómo definirías esa forma de trabajo?

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AB: En palabras de Jacobo Timerman: «El periodista es un enamorado de la realidad». Su oficio consiste en narrarla de la mejor manera que consiga aprender.

T: El peronismo está abordado desde distintas perspectivas y en diferentes registros. En la crónica por los 20 años de la muerte de Evita retomás su voz, su discurso con otras voces y lográs un diálogo maravilloso ¿Cómo recordás el armado de ese texto?

AB: Ese texto me lo encargó Tomás Eloy Martínez, que, como gran jefe y maestro que fue, sabía a quién pedirle qué en cada momento. El armado a través de testimonios históricos y entrevistas ad hoc a políticos e intelectuales con diversas visiones del fenómeno (el evitismo entonces en auge) está sostenido por un andamiaje de citas de Eva, y me alegra que lo leas como un diálogo entre esas voces. Noté que el tono va tiñéndose cada vez más de entusiasmo evitista, algo que el no uso de la primera persona, como se ve, no impide percibir; algo (formal) que me disgustó al releerlo (no por el evitismo sino por la no contención) pero que, en fin, consigna el aire en que vivíamos, muchos, en esa época.

T: En la entrevista con Dobry te definís como periodista por oficio y vocación, escritora de un solo libro y lectora por vocación. ¿Cómo es tu relación con la escritura hoy?

AB: Esa definición sigue vigente al día de hoy. Escribo para ganarme la vida en una revista mensual de arquitectura y diseño; escribo, esporádicamente, sólo crónicas. La lectura es placer y fundamento.

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