Sosnowski es profesor titular de literatura y cultura latinoamericana de la Universidad de Maryland.

Sosnowski es profesor titular de literatura y cultura latinoamericana de la Universidad de Maryland.

El monólogo que inicia «Decir Berlín, decir Buenos Aires», la primera novela del ensayista y académico Saúl Sosnowski, es un viaje introspectivo en búsqueda de la identidad del protagonista, Alejandro Subbass, quien constantemente se detiene a pensar sobre el uso del lenguaje, frente al espejo y a fotos que le permiten recuperar su pasado y su identidad, pero que termina desdoblando su voz con Tamara Oren, otro de los personajes, para encontrar un inesperado futuro.

Un libro de poesía, un cuento publicado en una revista y esta novela publicada por «Paradiso ediciones» componen la ficción de Sosnowski, nacido en Buenos Aires en 1945, doctorado por la Universidad de Virginia (1970) y profesor titular de literatura y cultura latinoamericana de la Universidad de Maryland (Estados Unidos), a la vez autor de obras como «Julio Cortázar: una búsqueda mítica» y «Borges y la Cábala: la búsqueda del Verbo», entre tantos otros.

-Télam: ¿»Decir Berlín, decir Buenos Aires» es de alguna forma el mapa que traza en la pared el protagonista para buscar su identidad?

-Saúl Sosnowski: Mi pasión por los mapas no es nada nuevo. Siendo chico, te estoy hablando de una época de pantalones cortos, solía ir a las agencias de viaje para pedir mapas, también solía ir al puerto para ver los barcos, y de hecho en algunos de mis trabajos hablo de mapas y del crítico como cartógrafo. Así que podría decir que de alguna manera lo que hace Alejandro Subbass, el protagonista, es tratar de ubicar y fijar su identidad en algún lugar, que para mí es casi todo lugar.

Digo todo lugar, pero obviamente no es todo lugar. Hay dos ciudades que son mencionadas muy puntualmente y hay otro país que aparece de manera muy precisa. De hecho, son varios los puntos cardinales que afectan al personaje y que aparecen de manera más clara en el diálogo que finalmente sostiene con Tamara, esa chica que no cayó de un balcón, pero que se cruzó con él justamente al lado de un ascensor, ese sube y baja de los edificios que tenemos desde hace mucho.

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– T.: ¿Cómo se puede pensar la literatura (y la vida) hecha de desencuentros y encuentros?

– S. S.: Estamos viviendo una época que me lleva a responder de una manera diferente a lo que hubiera dicho hace varios meses. Estamos viviendo tiempos en que los encuentros solamente se dan cuadriculados, en una pantalla de teléfono o de computadora. Esto altera toda relación humana. Más allá de librarnos de la enfermedad y de la muerte, el encierro -necesario, imprescindible- nos distancia de los demás, de la posibilidad del encuentro, del abrazo, del beso. También de la posibilidad de elegir un desencuentro, de decir «no, no es esto lo que quiero». Si queremos volver a encontrarnos físicamente, ahora tenemos que buscarnos dentro de nosotros mismos para que más tarde no haya otro desencuentro. ¿Literatura y vida? Sí, quizás.

– T.: Para algunos la patria es un país, para otros una lengua ¿vos sentís que la patria es una ciudad?

– S.S: La patria va más allá de la lengua y el territorio. La patria tiene que ver mucho con la historia, con la tradición, con las prácticas ancestrales que uno lleva a cabo o deja de llevar a cabo. En este caso el haber elegido Berlín es puntual.

Me costó bastante ir a Berlín, por lo que significa desde la Shoá, desde el Holocausto, por haber sido el eje de la mayor perversión que la humanidad haya conocido, y tan cerca de nosotros. Y fue en Berlín donde vi por primera vez esos recuadros metálicos en el piso (que figuran en la tapa del libro) y que indican que de esas casas se arrancaron a seres humanos cuyos cuerpos fueron hechos cenizas.

«Decir Berlín, decir Buenos Aires» y poner en la tapa las placas de Berlín y los azulejos qué conmemoran de donde se sacó a la gente durante la última dictadura militar, es una manera gráfica de ejercer la palabra, del decir. No se trata, necesariamente, de decir que lo ocurrido en la última dictadura militar es comparable a la industrialización de la violencia y la muerte que ejercieron los nazis; pero poner esas placas -que son lápidas especialmente en los casos en que no hay sepultura- es afirmar que la memoria debe perdurar, que no hay olvido y que no hay perdón.

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La primera novela del autor.

La primera novela del autor.

– T.: ¿Alejandro también busca recuperar el idioma del porteño?

S.S.: El personaje no está consciente de estar buscando la recuperación del idioma porteño, porque eso es lo que él es. Subbass no sabe hablar otro idioma. Conoce otros idiomas, pero para poder decir lo que siente y decir lo que es, hay un solo idioma y es el porteño.

Él está consciente de que no llegará a ser lo que ambiciona si no se relaciona con su lugar en el sistema, con su lugar en una rama familiar, con su lugar en el mundo.

Eso sucede a partir del momento en que él empieza a trazar esas rayas en la pared, a reconocer cuáles son sus raíces (palabra fundamental), a darse cuenta de que tener raíces es saber quién es: lo cual exige un legado, una conducta y exige que haga algo más allá de aquello que le dio el prestigio profesional. Y entonces se ocupa de algo que antes fue un tema académico y ahora pasa a ser un tema vital, un acto: derechos humanos.

– T.: ¿El apellido del protagonista puede ser leído en clave?

– S. S.: Así es: el apellido podría ser leído como una clave. Subbass es el registro más bajo qué puede oír un ser humano. Una amiga me preguntó si podía relacionar ese apellido con mi libro de poesía que se titula «Rugido que toda palabra encubre» (2017). Me gustó esa pregunta; apuntaba a dos registros, a una voz que en algún momento fue un rugido.

Alejandro Subbass narra con una voz muy tenue aquello que está buscando. Pero su voz será cada vez más alta, más notable; su participación, su manera de ser, será cada vez más vital al entablar un diálogo -no un diálogo casual- con Tamara.

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– T.: ¿El erotismo con el «ella genérico» es el mismo que con Tamara Oren?

-S.S.: No es el mismo: hay cambios en Alejandro Subbass. Hay una primera época sexual «juguetona», sin mayores compromisos, de búsquedas y encuentros. No es que haya sido solo deseo y gratificación pasajera, sexo gratuito; no le daba lo mismo una mujer u otra, pero no le dio lo mismo encontrarse con la ‘ella’ que no es genérica. A partir de ese momento cambia su manera de hablar, cambia su manera de tratar a la gente, no solamente a Tamara, sino también a los que vinieron antes, a los que están alrededor suyo. Nota una manera de hablar más pausada; se vuelve más consciente de su lugar y de su ciudad, de su lugar y de sus responsabilidades. Ya hay alguien que le importa.

– T.: ¿Es tan importante la letra en la novela que una sola puede cambiar toda una identidad de una persona?

– S.S.: Por supuesto que una letra importa. Decir Tamara es una cosa y decir Tamar es otra. El tener una letra de más (o una letra de menos) porta la identidad de esta mujer. Tamar es quien es; Tamara es quien trabaja, quien funciona, quien desarrolla sus actividades. La intimidad se da llamando a los demás por su verdadero nombre. Sé por experiencia propia, que tener cierto nombre marca para siempre. Es lo que te permite hacer y lo que te impide llevar a cabo ciertas actividades o seguir determinadas carreras. Fija tu manera de ser, fija tu ser, te determina para siempre. Soy quien soy, no solamente quienes otros dicen que soy.

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