En Santa Fe hubo 18 femicidios en lo que va del año.

Fueron asesinadas con crueldad y descartadas como basura, y sus fotos no sobreviven en la marea mediática mucho más de dos o tres días, pero a Julieta del Pino y Rocío Vera las mataron por ser mujeres, por hacer valer su autonomía, por decir que no. La provincia se conmocionó con estos dos femicidios e hizo escuchar su voz con puebladas y resistencia pero una vez más el Estado dice ausente. 
Rocío Vera tenía 14 años, estaba embarazada. Fue violada en patota y asesinada el domingo 12 de julio pasado, en un barrio llamado Carmen Luisa de la ciudad de Reconquista. La encontró al día siguiente el hermano, que desesperado por su ausencia salió a buscarla por una zona donde había numerosas denuncias sobre una casa abandonada. Cinco adultos y dos varones menores de edad fueron imputados por homicidio agravado por el fiscal Aldo Gerosa. El relato de los hechos reconstruido a partir de la autopsia es escalofriante. Difícil aceptar la crueldad volcada sobre el cuerpo de una niña. Un femicidio más, que fue noticia en los medios nacionales durante un rato. Hubo multitudinarias marchas en Reconquista, el mismo día en que se encontró el cadáver y al día siguiente, una de las marchas más multitudinarias que se recuerden en aquella zona del norte de Santa Fe. El presidente de la vecinal del barrio subrayó que “el abandono del estado también es violencia”. Las integrantes del Colectivo Feminista Savia contaron que la utilización de las niñas y mujeres como objeto forma parte del paisaje, de tan naturalizado. El femicidio de Rocío, sus inenarrables niveles de crueldad, trajeron de inmediato a la memoria el travesticidio de Vanesa Zabala, el 29 de marzo de 2013. La y los asesinos de Vanesa estuvieron a punto de recuperar su libertad por las dilaciones procesales hasta que finalmente, en diciembre de 2017, José Daniel Villasboas, Ana Virginia Abasto, José Luis Petroni y Gustavo Daniel Vallejos fueron condenados a prisión perpetua por homicidio agravado por ensañamiento y alevosía y la participación de menores de edad. El tribunal no consideró el agravante por delito de odio a la identidad de género, pese a las innumerables evidencias en ese sentido.

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Siete años después, el femicidio de Rocío no llegó a interpelar a la sociedad con el dolor, la bronca y el hartazgo ante la violencia extrema descargada sobre el cuerpo de una niña. Rocío no era una víctima ejemplar, era una chica que empezaba a vivir en un contexto difícil, de marginalidad. La foto de Rocío Vera fue una más entre las de las víctimas de femicidios. Y aparece una vez más la pregunta: ¿será que empezamos a naturalizar algunos crímenes?

Se podría pensar que Reconquista queda muy lejos de la Ciudad de Buenos Aires, que es difícil llegar hasta allí con un móvil, pero pocos días antes había sido el epicentro de la información nacional por una manifestación en contra de la expropiación de Vicentin, que fue en la ciudad ubicada al lado, Avellaneda. No tuvo tanta suerte la pueblada del 9 de julio a favor de la expropiación de la empresa, donde 400 vehículos, gente de a pie y en bicicletas salió para dejar en claro que en esas ciudades no todos son Vicentin. Ahí de nuevo funcionó una lógica de la lejanía, no resultaba tan interesante mostrar que en un conglomerado de 150 mil habitantes, había habido cuarenta cuadras de marcha –con distanciamiento social– pidiendo la intervención del estado.

Rocío Vera

Reconquista está al norte de Santa Fe, una provincia que tiene forma de bota, y que se puede dividir en dos mitades: el norte tiene más parentesco con provincias como Chaco y Corrientes. Allí está radicada la gestión administrativa de la empresa Vicentin y quedan resabios de la estructura feudal: Algodonera Avellaneda, de ese grupo empresario, paga salarios de hambre de menos de 130 pesos la hora, con vales de mercadería.

El sur de Santa Fe, la zona núcleo de la producción agropecuaria argentina, tiene los puertos por los que pasa el 78 por ciento del total de las exportaciones de granos del país. Allí está el puerto propio de Vicentin. En total, son 16 empresas que facturaron en 2019 un billón 52 mil 797 millones de pesos, según el informe elaborado por el diputado provincial del Frente Social y Popular, Carlos del Frade, quien establece que si esas empresas pagaran un 5 por ciento de su facturación en Ingresos Brutos, el estado provincial podría recaudar 50 mil millones de pesos. Podría argumentarse que nada tienen que ver estos datos con los femicidios, pero las políticas de prevención requieren, además de decisión, equipos profesionales interdisciplinarios, presupuestos.

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Santa Fe está imaginariamente dividida en dos: los femicidios no saben de esas fronteras socioeconómicas. En lo que va del año hubo 18, según el informe de Mumalá. Con otra metodología, el equipo de género de la concejala Norma López contabilizó 29, porque incluye a las mujeres asesinadas en contextos de narcocriminalidad.

No son números. Julieta Delpino tenía 19 años. El viernes 24 de julio, cerca de la medianoche, salía de su trabajo, en un kiosco de su pueblo. Llamó a su mamá para pedirle que le preparara la cena, y tomó su bicicleta para volver a su casa. Hacía frío. Beravebú tiene 2400 habitantes, está ubicada al sur, en la parte de la provincia donde la bota encuentra su pie. Nunca había habido un femicidio allí.

A Julieta le faltaban pocos metros para llegar cuando un auto la interceptó. Las cámaras de seguridad no tomaron el momento, pero sí las maniobras previas. Durante todo el sábado, la foto de Julieta se viralizó con un pedido de búsqueda. Ese día, el 25 de julio, Rocío hubiera cumplido 15 años.

El sábado por la noche se supo que Julieta había sido asesinada por Cristian Romero, un hombre de 28 años. El cuerpo lo encontraron en un pozo en el patio de la vivienda del femicida, que durante la mañana había estado trabajando como albañil junto al hermano de Julieta y había sido testigo de la búsqueda familiar. Dijo que no sabía nada. Esa noche, Romero fue trasladado a la comisaría de Chañar Ladeado, un pueblo lindero. Hubo manifestación en la puerta y la policía decidió sacar al acusado vestido de policía. Alguien se dio cuenta, hubo patadas al patrullero y, cuando el móvil policial ya había salido, balas de goma contra las personas que manifestaban su dolor y su bronca.

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La movilización fue espontánea: distintos pueblos de la provincia convocaron a las plazas, también hubo una marcha en el Monumento a la Bandera y convocatorias virtuales. La conmoción fue inmensa, como ocurre pocas veces. El femicidio de Julieta es insoportable.

Fabiana, la mamá de Julieta, estuvo en la plaza el domingo a las 14. Agradeció a todo el pueblo que se haya unido, y tuvo algunas palabras de una lucidez increíble en medio del desgarro. “Eduquen a sus hijos, por favor. Las mujeres no somos objeto. Eduquen a sus hjos, que Julieta sea la primera y la última en Beravebú, que sea la última en el mundo”, rogó.

Que todos los femicidios y travesticidios sean insoportables es una tarea que esta sociedad tiene pendiente. Cómo se hace desde los feminismos para lograrlo es una pregunta urgente.

Como también es necesario parar la larga cadena de violencias previa. Que sea insoportable que un hombre no acepte un no por respuesta, que sea insoportable que un tipo –como lo hacía Romero—hostigue por teléfono a las chicas del pueblo que no querían salir con él, que sea insoportable cualquier gesto posesivo, cualquier actitud controladora. Que no lo toleren varones, mujeres, travestis. Que nadie acuse de loca a la que señala al violento. Que las violencias dejen de ser naturales.

Mientras tanto, seguiremos pidiendo justicia por Rocío, por Julieta y por cada víctima que sea asesinada cada 23 horas.

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