En el último mensaje público Alberto Fernández y Axel Kicillof endurecieron su discurso apelando a cifras y a la responsabilidad social. Tal responsabilidad tiene algo de abstracción misteriosa. La fantasía de hacer un poco de “terrorismo” verbal y cuál fue la vía elegida por el Gobierno.

Ya van toneladas de diarios del lunes desde que comenzó la pandemia en el mundo y una de las conclusiones con diarios del lunes es esta: lo jodidísimo que resulta para cualquier gobierno gobernar la cuarentena. No se trata solo de gobernar a contramano de lo que digan e instalen los poderes fácticos. O de citar casos extremos: Trump, Boris Johnson, Bolsonaro, Chile, Bolivia. Se trata del desafío virtualmente imposible de gobernar y conducir a las sociedades en una situación inédita, de cambio cultural, como bien la calificó Axel Kicillof. El gobierno de Alberto Fernández, el de Axel, vienen haciendo esfuerzos que en términos generales son no solo extraordinarios sino valiosos. Se salvaron miles de vidas, se apoya económicamente a muchísimas personas y empresas, se recompuso como se pudo sistema de salud y de ciencia, ambos en articulación.

Pero el Gobierno enfrenta estas semanas un escenario muy complicado, no solo por la multiplicación de casos y muertes o por los “anticuarentena” (que lo son por intereses políticos, por imbéciles, por fanáticos, por angustiados, por necesidades económicas), anticuarentena que siendo pocos tienen poder en los medios. Se trata de cómo manejarse con mayorías que se fueron agobiando. Cómo convencerlas, cómo de algún modo tirarles la responsabilidad del aislamiento con un tipo de equilibrio que no sea traducible o redevuelto en “Ah, hijo de puta, ahora la culpa de la epidemia es de la gente y no tuya”.

Con uno de los muchos diarios del lunes habíamos creído que el Gobierno tenía más o menos controlada la cosa hasta hace pocas semanas, sobre en todo en la súper elocuente comparación con lo sucedido en innumerables países. Todos esos innumerables ejemplos que los medios salvajes ocultan. Buen ejemplo: el 32,3 por ciento de caída anual del PBI en Estados Unidos. Vamos todavía la economía con cuarentena a medias, desorganizada, caos entre jurisdicciones, con balance provisorio de más de cuatro millones y medio de infectados y más muertes que en la guerra de Vietnam. Con otro de los diarios del lunes tampoco sabíamos que el Coronavirus iba a tener tantos ingeniosos modos de perseverar (otros virus, tras determinado ciclo de permanencia, “se cansan”, pierden su capacidad de transmisión).

No sabíamos del todo – temíamos pero no sabíamos- que por las razones que fueran, una de ellas la pura imbecilidad humana, una parte de la sociedad iba a colaborar con el bicho haciendo asados, baby showers, marchas con cacerolas, encuentros familiares en los que se da por seguro que “ninguno de nosotros está contagiado”.

A eso se añaden -y es imposible medir los impactos exactos- aperturas o flexibilizaciones como las que se practicaron en Córdoba o Mar del Plata. Aparentemente, y solo aparentemente, la apertura de comercios en CABA o de industrias en el Gran Buenos Aires no incidió demasiado en el crecimiento de contagios. Pero en las calles hay mucha gente, en los medios de transporte crece lentamente el número de pasajeros y nunca falta en un supermercado alguien que te respire en la nuca. En las plazas porteñas se han visto escenas de hacinamiento. Si es por el gobierno porteño, la opción discursiva es la extrema amabilidad, marca PRO. No deja de ser un modo bonito de la demagogia. O populismo exquisito.

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Pavadas y alarmas

Marcas PRO. Todos sabemos que cuando se instala en el imaginario colectivo la prioridad presunta de los runners en la agenda estamos hablando de una pavada, pero de una pavada que a Rodríguez Larreta le importa comunicacionalmente, porque es su público. Del mismo modo en su anteúltima aparición con el presidente Rodríguez Larreta supo incluir otro valor astuto para su audiencia: “ir recuperando grados de libertad”. Es un político muy hábil el Pelado, y de un discurso muy seguro. Podría decirse: Rodíguez Larreta dice que nos cuida pero no nos cuida tanto porque teme resultar… “kirchnerista”.

En términos de gobernar la cuarentena parte de lo más grave, hoy, pasa por saber hasta dónde las cifras oficiales sobre saturación de camas de sala o de terapia intensiva son ciertas, particularmente en CABA. Porque las informaciones que llegan informalmente por conocidos son peores, porque en las clínicas privadas la situación es muy mala, porque las prepagas comienzan a decirle a sus clientes guárdense en casa, porque – ¿por suerte? – en los últimos días los médicos intensivistas han sido enteramente francos: ahora sí estamos al borde del colapso, no se trata solo de que no alcanzarán las camas sino que el personal médico está sometido a niveles de stress y cansancio (y contagios) insoportables. No hay personal de salud, intensivistas entre ellos, que pueda reemplazar a los que no pueden más o se contagian.

Sucede que esas voces de alarma -o todas las alarmas estalladas en el mundo- no necesariamente llegan a toda la sociedad, porque se las oculta. Entonces: ¿cómo gobernar en cuarentena si además la sociedad no termina de estar informada (y lo suficientemente asustada)? El que escribe se siente odioso al pregonar algo así como spots de espanto al estilo Luchemos por la vida. Pero es lo que se siente. Con el riesgo evidente de escribir desde la emoción o como plateísta amargo con derecho a una opinión fácil que puede ser equivocada.

Intentemos sin embargo con el riesgo de plateísmo. En todas estas semanas que van pasando uno hubiera querido ver (diarios de lunes) campañas llamando al autocuidado social más severas, más duras, más ancladas en los datos horribles y en las imágenes de lo que sucede aquí y en el mundo.

Más aun, uno ha tenido la fantasía de que Alberto Fernández (esto se escribe minutos antes de que hable Alberto, luego cerraremos con él) apele a un discurso… más “terrorista”. Uno ha fantaseado con la idea de que añada otros recursos a las célebres filminas (que no siempre son tan elocuentes, o porque no se ven bien o porque van muy rápido o porque AF no siempre las lee con entera calma y claridad). ¿A qué otros recursos discursivos y visuales apelar? Menos cuidado con las comparaciones internacionales, por ejemplo. Más severidad. Uno ha fantaseado con la idea de que se exhiba en las intervenciones periódicas que son casi en cadena nacional o mediante campañas públicas imágenes de lo que sucede en nuestros hospitales y clínicas, testimonios de enfermos y de familiares de fallecidos, imágenes de los camiones militares trasladando cadáveres en Italia, cadáveres en las calles de Ecuador y Bolivia, fosas comunes en Nueva York y Brasil.

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¿Uno se va a la mierda imaginando o proponiendo semejante comunicación? Es muy posible que sí.

¿Qué tal una respuesta broncuda?

Uno ha imaginado (o deseado) también a Alberto Fernández diciendo: si quieren tildarme de terrorista en el discurso, adelante. Estos datos, estas imágenes, sin embargo, son reales. Estas son las fuentes. Tales economías sin cuarentena cayeron tanto. Los muertos y contagiados en tales países son estos y los nuestros estos otros. Uno quiere, equivocándose o no en su angustia personal, que Alberto diga “Pichetto, sos una bestia inhumana cuando dijiste esto porque la cosa es así”. “Bullrich, dijiste tal animalada. Es además una imbecilidad porque etc., etc., etc.”. Alberto diciendo: eh, economistas y gurúes neoliberales, no sean ignorantes, miserables, oportunistas. Tal y tal cosa que dicen son falsedades, les pido que miren estos datos de tal otra fuente inobjetable.

Hay muchos análisis ciertos que dicen que el Gobierno o los gobiernos provinciales no endurecen la  cuarentena porque “la sociedad no la va a cumplir”. Es absolutamente verosímil que eso pueda ocurrir. Pero sería menos verosímil si el discurso fuera más duro, menos atento a la foto de la opinión pública. La segunda parte del razonamiento, tácito, implicaría decir “No se quiere volver a fases anteriores que no se cumplan porque eso conllevaría un desgaste político, un debilitamiento”.

Sin embargo hace tiempo -desde siempre- que vivimos el cuadro perpetuo en el que sabemos que ni los medios de la derecha, ni el establishment, ni buena parte de la sociedad dejarán de odiar y atacar, se tome la medida que se tome, se tenga éxito o no se tenga éxito. Se tenga o no éxito con un endurecimiento de la cuarentena -que a todos nos está resultando muy difícil- el gobierno seguirá recibiendo mandobles a lo pavo, de los medios conservadores, de los peores políticos y voceros de la derecha (en el Congreso el clima de trabajo es otro), de los odiadores. Entonces: si todo va a seguir igual, si cualquier cosa nueva que se diga será bombardeada, ¿por qué entonces no endurecer el discurso y las medidas, se cumplan o no? Si ayuda a pelear contra la pandemia, habría que endurecer, discurso y medidas. Al menos según sepan, midan y opinen los que saben.

Pausa en la escritura para ver qué dice Alberto. El zócalo anuncia: “Apelará a la responsabilidad social”.

Buen juego y un disparo al ángulo

Ahí está Alberto. Le creció el pelo, la cara luce mejor color. Se lo ve menos cansado que en las últimas apariciones. Tono de voz más vehemente, sin perder la buena onda. Mismos latiguillos al principio y luego una primera novedad importante. Enfatiza con cifras contundentes las diferencias y proporciones de lo que sucede en la ciudad y la provincia. Defensa tácita de Kicillof y su propia postura: mayor proporción de contagios y muertes en CABA. “Cinco contagios por manzana en la ciudad de Buenos Aires”, “la tasa de mortalidad más alta”.

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Epa.

A prudente distancia de Perón dice Alberto que la única realidad es quedarse en casa. “Detesto decirles esto, pero”. Responsabilidad, muchachos. “Miren lo que pasó en Córdoba y Mendoza cuando se liberó la cuarentena”. “En el ánimo de todos los gobernadores siempre se confió en la responsabilidad social (¿me entendés?)”. “Quitar la restricción de quedarse en casa tiene estos costos si no somos responsables”. “Es muy posible que la tasa de letalidad crezca”.

De ahí AF pasa a las tasas de ocupación de camas -¿datos recontra confables?-, todavía con un presunto margen de disponibilidad que otros relativizan. Luego se dirige a los jóvenes, actuales transmisores centrales de contagios. Más o menos lo dice así, parodiándolo un poco: Yo también quiero al recital de Los Gatos. Ya quisiera ir a la cancha de mi equipo, Argentinos Juniors, para dar vuelta aquel partidazo que perdimos por penales contra la Juventus en la Intercontinental de 1985. Bien ahí, Alberto y con lo que sigue: todos extrañamos el picadito y el asado pero no podemos, gente. No podemos. Les pido por favor que nos ayuden. “La picardía de una fiesta puede ser dolor para muchos”. Alberto no elige la palabra muerte. Es Alberto.

Alberto se endureció, pues, sin perder la humanidad. Sin hacer terrorismo.

Bárbaro después Axel Kicillof, en su mejor intervención desde que se realizan los anuncios en Santísima Trinidad. Muy relajado y equilibrando firmeza, crítica dura a la pavada dominante en los medios de la derecha y un tono dialoguista con Rodríguez Larreta. Debe darse por evidente que Alberto sabe que Axel lo complementa por izquierda. Un modo de decir Frente de Todos. Axel apela además a anécdotas reales, humanas, y no al “terrorismo verbal” con que fantaseaba o jugaba el que escribe. Axel, exagerando un poco, le tapa la boca a este periodista, lo cual está buenísimo. Luego, cerrando los anuncios, remata al ángulo Alberto contabilizando la cantidad de contagiados y muertos que hubo en los 61 minutos que duró la reunión con Axel y “Horacio”.

No habrán sido del todo terroristas Alberto y Axel, pero arrimaron muy bien el bochín.

¿Había que anunciar un retorno a cuarentenas más estrictas? ¿Hay que hacerlo porque se viene el colapso sanitario? ¿La sociedad se portaría como mansas palomitas? Que lo digan los expertos y el Gobierno. Este plateísta no va a romper el carnet del club por una cuestión de matices.

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