El cinismo de la troupe de charlatanes que pulula en la telebasura, los mentimedios opositores en papel y en portales, y en las redes antisociales, no da tregua y daña todos los tejidos de la sociedad exacerbada que somos.

Además obliga a pérdidas de tiempo, ya que toda persona inteligente se da cuenta del timo fenomenal a que está sometido nuestro pueblo cada día.

Alineados con «la Embajada», la Sociedad Rural, la Asociación Empresaria Argentina, las Bolsas de Valores y decenas de organizaciones y sujetos que han venido endeudando al país para fugar divisas y provocando una crisis tras otra, y de todas, ellos emergen repotenciados mientras el pueblo argentino se desliza por la dura pendiente de la degradación social.

No es un proceso nuevo y viene por lo menos desde 1949, cuando la sanción de la última Constitución Nacional incuestionable que tuvimos decidió a la oligarquía a terminar con la soberanía e independencia de un Estado que impulsaba el crecimiento social de la clase trabajadora con derechos, educación y salud pública garantizados.

Lo primero fue desatar la violencia criminal de que son capaces esos sectores que siempre se llamaron fascismo o derecha, y ahora neoliberalismo, y que en todas las sociedades envenenan a las siempre desmemoriadas burguesías urbanas y las oligarquías cipayas. En nuestro país ese proceso se dio a partir de hechos que es imperioso no olvidar, y que en estos meses belgranianos y sanmartinianos, con todo y pandemia es conveniente rememorar.

No hay otro modo de empezar a salir del abismo interminable en el que está nuestra patria, entendido el abismo como «profundidad grande, imponente y peligrosa». Y abismo que una vez más nos preguntamos cómo superar para que la Argentina que soñamos sea recuperable y no sólo sueño, enunciado o fantasía. Interrogante para cuya respuesta es preciso mirar con sinceridad el estado de la República, en el que todos los indicadores muestran cada vez más luces amarillas e incluso rojas.

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Obviamente, hoy en primer lugar están Vicentin y el robo feroz, y las implicancias cada vez más fuleras que van quedando en evidencia. Al menos desde que esta columna inició la cuestión cuatro lunes atrás al comparar el caso con el de Lufthansa en Alemania, las actitudes de nuestro gobierno han estado en el centro de la política nacional, no sin confusiones, avances y retrocesos. Y hasta ahora el resultado más infeliz es que las oligarquías ladronas y sus protectores han avanzado varios casilleros.

De hecho, y a pesar del siempre elogiable, sereno estilo albertiano, el escenario ha venido siendo copado por los medios hiperconcentrados capaces de atontar (aún más) a la recalcitrante pequeña burguesía urbana que además de anticuarentena es tradicionalmente bruta, ignorante y necia, por decirlo suavemente. Ahí está su comportamiento idéntico al de los tractoristas de la 125, que defendían a los patrones que los explotaron siempre, igual que los cipayos en la India luchaban en favor de la corona británica, o como los gurkas nepaleses en nuestras Malvinas.

Es altamente positivo que hoy tengamos un gobierno que nosotros elegimos, y en el cual queremos confiar a toda costa. Pero algunos estamos cada día más convencidos de que el mejor modo de defender a nuestro gobierno no es tragando sapos sino señalando dónde están y cómo operan los sapos, que no es lo mismo. Convencimiento que se perfecciona, además, si reconocemos y admitimos que tenemos un Estado tremendamente debilitado. Un Estado lelo, abusado, y encima acusado de ser el violador, perversidad que hoy nuestras compañeras entienden perfectamente.

El neoliberalismo nos dejó eso, y no fue obra de Macri solamente. Macri fue la frutilla del postre de un banquete infame que empezó con los ataques a Evita en 1951, ya con el voto femenino y cuando a la oligarquía le aterraba que fuese vicepresidenta de un Perón que ya era grande porque se acercaba a los 60 años y en esa época 60 años era vejez.

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El primer intento golpista estuvo a cargo del primer Benjamín Menéndez el 28 de septiembre del 51. Luego las celebraciones infames por el deceso de Eva en julio de 1952. Y el 15 de abril de 1953 el atentado terrorista en el subte con dinamita por parte de jóvenes radicales comandados por Roque Carranza con un saldo de 6 muertos y un centenar de heridos, y subte en el que irónicamente una de sus estaciones lleva hoy el nombre de aquel terrorista. Y en 1954 la oposición feroz a la Ley 14.394, de divorcio e igualdad de derechos femeninos. Y después los bombardeos del 55 y los fusilamientos del 56.

Todo fue tapado por los ya entonces mentimedios, que patrocinaron el ataque frontal de la iglesia católica, cavernaria entonces y ultraderechizada, y que fue fácil de manipular por los auto-privilegiados. Que no soportaban –cabe subrayarlo– que la Argentina fuera entonces una sociedad próspera en la que, estimulando el nacimiento de las clases medias, había un Estado fuerte y orgulloso, y había universidades públicas, educación popular gratuita y universal, y estímulo a la producción de casi todo, desde automóviles y motos a barcos y trenes, de aviones a carreteras, y de viviendas a hospitales.

Recuerdo claramente el orgullo que muchos niños y niñas sentíamos de pertenecer a esa patria. Incluso los que habíamos sido paridos en hogares de gente trabajadora y pobre, inquilinos eternos, decentes y gorilas. Y se disculpará esta evocación, pero suele ser el único modo de explicar el estado calamitoso en que nos dejaron, a la vez que de imaginar un mejor futuro que hoy depende en gran medida de nosotros/as.

Por eso son útiles ejemplos como el de Lufthansa y otras empresas gigantescas del mundo, que se funden por choreos o malas administraciones o ambas cosas, y entonces los gobiernos se aplican a salvarlos en beneficio de sus trabajadores y del interés nacional. No dudo que ése fue el espíritu de Alberto en su primer anuncio sobre Vicentin. Ahora se trata de sostenerlo.

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