Camila Sosa Villada

Camila Sosa Villada

La literatura que expresa a las disidencias sexuales tuvo durante años un recorrido marginal a través de publicaciones reducidas o discontinuas a tono con la estigmatización social que recaía sobre los colectivos LGTBIQ+, pero en los últimos tiempos ganó mayor visibilidad y volumen literario a partir de una secuencia de textos como «Las malas» de Camila Sosa Villada o «Las aventuras de la China Iron», la relectura en clave queer que hizo Gabriela Cabezón Cámara del Martín Fierro.

Durante mucho tiempo, la escritura fue para las comunidades que representan la diversidad sexual un espacio de intervención política, una forma casi subterránea de avanzar sobre el espacio social para testimoniar la violencia que la rigidez de los roles de género ha ejercido sobre las identidades disidentes:  esas reivindicaciones siguen vigentes pero lo que ha cambiado es la capacidad de irradiación de estas temáticas, antes acotada a  ediciones marginales o discontinuas y hoy en cambio codiciada por las grandes editoriales.

La diversidad se extiende también el campo de los géneros, ya que muchos de los textos recientes que se descorren del paradigma sexual han comenzado a perforar la autobiografía para construir universos ficcionales donde el desdibujamiento de fronteras permite reponer operaciones literarias en las que el lenguaje se convierte en testimonio y experimento al mismo tiempo.

Uno de los casos más recientes y emblemáticos es el de «Las aventuras de la china Iron», donde la escritora Gabriela Cabezón Cámara propone una singular relectura  del universo de la gauchesca a través de la historia de una joven que huye de la crueldad de Fierro -el célebre personaje creado por José Hernández- y que en su derrotero conoce a otra mujer con la que descubre un mundo ideal bajo el cobijo de las tolderías. La autora derriba estereotipos dando libertad al lenguaje que crece y se reafirma desde lo poético, y construye un personaje femenino que, a diferencia del gaucho desertor, realiza un viaje iniciático que le permite reconstruir su identidad sexual.

Cabezón Cámara es autora también de «La virgen cabeza» (2009), su primera novela, una historia de amor entre una periodista y una travesti llamada Cleopatra que dice tener conexión con la virgen. La historia tiene como trasfondo las urgencias de un barrio popular del conurbano donde el paco clienteliza a los jóvenes y donde menos la miseria, todo escasea.

El último hit de la literatura queer es «Las malas» (Tusquets), la novela de Camila Sosa Villada que retrata la vida de un grupo de travestis que se ven forzadas a prostituirse para sobrevivir, y la violencia con la que responde una sociedad dispuesta a perseguirlas hasta la muerte, una muerte que se retarda y se procesa gracias a las redes de cuidado y complicidad que entretejen entre ellas.

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La escritora cordobesa que además es actriz y estudió Comunicación Social es autora también de «Tesis de una domesticación», una novela que rompe el estereotipo de la travesti marginal y segregada para presentar en cambio a una heroína feliz, «una travesti que tiene poder, dinero, que es mala. Que tiene madre, que tiene hermanos, que tiene hijo y esposo».

Otra de las voces trans más recientes es la de Carolina Unrein, que en febrero pasado publicó su libro «Fatal» de la mano del sello Planeta, el relato en formato bitácora de los abusos que sufrió a lo largo de su vida y de la operación de vaginoplastía que la despojó de una genitalidad desacomodada y apuntaló su reconstrucción identitaria, todo con el acompañamiento de sus padres.

«Yo, la pibe del lindo culito, yo, la sobreviviente de abuso sexual, yo, la del desorden alimenticio, la ansiosa, la sola, yo, la puto, la marica, la trava, yo, Carolina Unrein, me declaro harta de este mundo de terror y de espanto, de este mundo sin oportunidades, harta de este mundo de mierda que se lleva a una de nosotras cada noventa y seis horas (y andá a saber a cuántas más se lleva que no están registradas)»,  abre el juego la también autora de «Pendeja: diario de una adolescente trans».

Un recorrido posible por los primeros íconos de la literatura queer arranca con «En breve cárcel», la novela que Sylvia Molloy escribió en 1981 y que instaló sin ambigüedades una historia de  amor entre mujeres como no lo había hecho antes ningún otro texto en la literatura argentina.  Con el país todavía atravesado por la mirada restrictiva de la dictadura, el libro se publicó en España pero tardó varios años en llegar al país.

La narradora y ensayista retomó la temática homosexual en su segunda novela, «El común olvido», un libro con más presencia autobiográfica que narra la peripecia de un académico argentino que vive en Estados Unidos -como ella, que está radicada en territorio estadounidense desde hace más de 40 ños- y que regresa a Buenos Aires con un proyecto de investigación que funciona como excusa para traer las cenizas de su madre.

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A mediados de los 90 salió en circulación casi lumpen «Plástico cruel», una obra polifónica de José Sbarra (1950-1996)  que narra los vínculos caóticos entre un poeta, la hija de un millonario, una travesti llamada Bombón y otros personajes atravesados por el neoliberalismo de la época, en un relato cargado de mordacidad que además de instalar la temática trans propone una deconstrucción del amor romántico que se adelantó a muchas de las revisiones que impulsan hoy los feminismos.

A fines de esa misma década se publicó «Un año sin amor», un relato autobiográfico de Pablo Pérez que recrea cómo era ser gay y vivir con VIH en esos años en que la fusión de ambas condiciones era doblemente estigmatizante.  Bajo una estructura de diario, el libro pone el foco en el cuerpo, tanto desde el recorrido de la medicación como desde las búsquedas de sexo sadomasoquista en avisos clasificados del diario o los desencuentros que el protagonista tiene con sus parejas.

De esos años es también «Nombre de guerra», de Claudio Zeiger, que se detiene en la vida nocturna de dos taxi-boys que buscan ganar dinero a través de la prostitución. El escritor y periodista ha planteado alguna vez que la cuestión homosexual está relegada en la literatura argentina: «Se la suele aceptar como marginal pero hay resistencia a pensar que un texto que reflexiona sobre la homosexualidad pueda llegar a ocupar un lugar de centralidad», dice el también autor de «Tres deseos».

La escritora Gabriela Massuh tiene varios títulos que se inscriben en la genealogía disidente, entre ellos «La intemperie», una novela semi autobiográfica publicada en 2008 que conectaba el derrumbe de la protagonista tras separarse de la mujer con la que había estado durante doce años con el ocaso de la Argentina tras la experiencia neoliberal y el escenario post 2001. Su segunda novela, «La omisión», narra la historia de una mujer a la que se le desarman las certezas cuando descubre que su marido, recién fallecido, tenía una pareja homosexual.

En «La palabra Laura», la narradora Anshi Moran se interna en las zonas resbaladizas del enamoramiento para intentar explicar sus etapas a partir de la relación entre Sara y Laura, dos jóvenes porteñas que se aman con la misma intensidad con la que intentan olvidarse.

Otra historia que también explora la disidencia sexual es «Fotocopia», un texto de Facundo Soto que con recursos de la ficción y la autobiografía plantea las simetrías y tensiones entre un padre homosexual y su hija adolescente que superponen sus voces para narrar desde la subjetividad cómo es construir y reconstruir una relación afectiva a pesar de los prejuicios sociales.

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Publicada en 2103, «Ladrilleros» de Selva Almada narra la rivalidad atávica entre dos familias enredadas por la violencia en un pueblo del norte argentino donde el mandato de la masculinidad habilita la crueldad y ser gay es una afrenta imperdonable, aunque no lo suficiente como para asfixiar el amor entre Pajarito y Angel, los dos personajes que con su inesperada relación desatan la tragedia que abre la novela.

“Ahora soy una persona más seria, más comprometida y, por lo tanto, más feliz. He transicionado”, enuncia Acevedo en el primero de los relatos que integran «Late un corazón», donde a partir de formatos autobiográficos como la carta y el diario íntimo fusionados con el registro ensayístico da cuenta de la transformación que la llevó a dejarse de identificar como mujer para asumirse en una posición que rehuye las categorías binarias, pese a que se inclina por el uso de los determinativos masculinos.

Desde el registro poético, «Poesía Recuperada», de Naty Menstrual, reúne poemas que la escritora y performer escribió en su juventud y que dan cuenta de historias homosexuales en la fase previa a su actual condición travesti. La lectura de estos poemas marida con otra obra posterior, «Continuadísimo», un conjunto de crónicas y relatos que registra con irreverencia las distintas formas de la marginación y la dificultad de los vínculos que acecha toda historia que tenga como protagonista a un trans. Y no desentona con otro de sus textos irreverentes: «Batido de trolo».

Con un recorrido icónico en el activismo por los derechos trans, la artista, performer y escritora Susy Shocky publicó en 2016 el libro «Crianzas. Historias para crecer en toda la diversidad», donde funda una pedagogía travesti  a través de historias cotidianas en las que una trava del conurbano bonaerense le explica a su sobrino Uriel de qué se trata la diversidad y le enseña a luchar contra los prejuicios, como cuando le dice a una maestra: «No tengas miedo, decime travesti, ¿vos tenés vergüenza de ser llamada mujer?». Shock es autora también de «Hojarascas», un poema-manifiesto contra los travesticidios.

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