Desde que el lunes 8 de junio esta columna planteó que Vicentin era la 125 de este tiempo, en sólo dos semanas el conflicto político, económico y social que vive la Argentina es una clara duplicación de aquella intentona golpista.

Hace justo dos semanas desde que el Presidente anunció la intervención estatal al Grupo Vicentin y el envío al Congreso del proyecto de expropiación, basado en la necesidad de terminar con el desmanejo empresarial, la fuga de divisas, el endeudamiento descontrolado y el perjuicio al Banco Nación y al país. Al toque, los carapintadas del «campo» retomaron viejas prácticas: mentir, desinformar, tergiversar y hacer ruido mediático, pintando al Grupo Vicentin, moralmente impresentable, como supuesta víctima de una imaginaria voracidad peronista. En pocos días lograron que el país lelo les creyera.

La artillería ideológica de la derecha cipaya estriba en un sistema mediático absolutista, en el que una larga docena de charlatanes mentirosos e incendiarios formatean a la siempre manipulable minoría estúpida del país, que no entiende ni quiere entender nada, que todo lo confunde, y cuyo gorilismo alcanza ya niveles de odio grotescos e incluso extemporáneos.

Se dirá que esta columna exagera, pero nuevamente estamos en antesalas del viejo, liso y llano golpismo antidemocrático de la oligarquía terrateniente y sus gurkas, que ahora no tractorean porque las rutas están vacías, pero en cambio organizan «puebladas» con la misma prepotencia que en 2008. Así, el macrismo que estaba grogui empieza a activarse, como siempre detrás de las peores causas. Y en el caso Vicentin, defecándose en los miles de puestos de trabajo perdidos y en riesgo, en los productores y cooperativas estafados, y en la deuda que por ese camino el Banco Nación jamás cobrará.

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La respuesta política oficial a este nuevo escenario canalla puede ser discutida, pero hay que reconocer que el Presidente, que mantuvo coherencia más allá de sus dudas -–que sin dudas tiene y algunas se le notan–- en este asunto ha estado, se diría, a la izquierda de muchos de sus asesores, peronistas y no.

Eso explicaría que dentro mismo del poder parecen no acabar los choques con interesados en que Vicentin se arregle cosméticamente, pero no de fondo. Al menos son contradictorias las explicaciones a los esmeros del gobernador Omar Perotti y algunos «asesores» dizque campesinos, quienes habrían neutralizado el anuncio original del Presidente para ganar tiempo, nadie sabe para qué. Lo cierto es que a dos semanas del impactante anuncio, no hay proyecto de ley ni DNU y el Presidente se desgasta explicando a «periodistas» de la telebasura lo que jamás entenderán porque sus patrones también son, de hecho, vicentines.

En ese raro ballet lo que sobran son tropiezos: algunos «argentinizadores» de la empresa fundida más parece que quieren quedarse con ella, respaldados en las sombras por buitres locales. Con lo que además buscarían debilitar al hasta ahora sólo designado interventor Gabriel Delgado, quien destaca por su currículum y su estilo precavido, nada bullanguero.

Pero el problema mayor que debe enfrentar el gobierno es otro. El verdadero eje maligno del presente argentino que hasta ahora impide resolver asuntos fundamentales es –a juicio de esta columna– cierta anomia gubernamental para enfrentar al eje del mal de esta república. O sea el sistema que desde hace años identificamos como mentimedios y telebasura concentrados.

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Especialistas en corroer la armonía social sembrando odio, muy minoritarios en número pero poderosísimos para dominar audiencias, son de hecho una especie de gobierno paralelo, corrosivo y subrepticio, que destruye lenta, pero sistemáticamente a la Argentina y ya han retrasado su desarrollo en por lo menos 50 años.

Por eso asombra que el gobierno, más allá del correcto manejo sanitario, la recuperación de la ciencia y otros logros, no reaccione en lo comunicacional. Que [email protected] evaluamos como verdadero talón de Aquiles de la democracia. Es incomprensible que el Presidente siga siendo el que da la cara a toda hora; el que explica; el que debate; el que es absurdamente contrariado en público por [email protected] de sus enemigos. Así ya es centro de todos los ataques. Con lo que se rompe lo que en la política mundial es ley: el misterio del poder es parte esencial de la fortaleza del poder.

Es inaudito que nuestro gobierno carezca de un sistema de comunicación. Uno. Porque hoy, de hecho, parece no tener ninguno. Es absurdo que Alberto hable dos o tres veces por día y con cualquiera, sin voceros que hagan de escuderos. Y sin equipos de comunicadores que salgan a torear a los medios canallas y privilegien a los medios amigos, que expliquen las 24 horas del día las medidas tomadas, y que hagan pedagogía cívica por todos los medios.

No es buena la mera nostalgia de la Ley de Medios. Ya fue. Perdimos. Ahora hay que trabajar nuevas perspectivas, directas e inmediatas. Ahora es urgente contar con un sistema de medios propios, como tienen todos los gobiernos del mundo. Es fundamental –como esta columna reclamó– repotenciar la TDA, que es el sistema más federal y es gratuito y llega a los sectores marginados. Y es ilógico que la defensa del gobierno la hagan pocos medios y profesionales, por respetables y eficientes que sean. No alcanza con el Gato Sylvestre, Victor Hugo, Duggan y la saludable oleada de periodistas jóvenes y talentosas. Para defender al gobierno y hacerlo comprensible para los sectores meloneados por la canalla comunicacional, hace falta un sistema.

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Es urgente asistir a centenares de radios comunitarias en todas las provincias; organizarlas como sistemas de comunicación social y contar con equipos de comunicadores en todas las redes sociales las 24 horas del día. La TV Pública debería tener noticieros cada hora y retransmitir de madrugada. Y qué bien si el presidente brindara conferencias de prensa una vez al mes, con periodistas capaces de frenar provocaciones y desenmascarar a los mentirosos. Y ni se diga un serio replanteo del sistema de pautas.

La información oficial debe ser vertical y horizontal a un mismo tiempo. Así, cuando algo no funciona o hay un cortocircuito, se cambia el fusible y se sigue adelante. Ojalá Alberto lea y escuche esta necesidad compartida por [email protected] 

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