La literatura de la vida cotidiana en las librerías ya forma en sí mismo un canon dentro de ese mundo donde se mezclan historias de libreros, de lectores, de libros, escritores, personajes extravagantes que se nuclean en ese espacio y que han sido narrado desde las «Memorias de un librero» de Héctor Yánover hasta la novedosa pieza singular que bajo el título de «Ejemplares únicos» acaba de escribir el escritor y librero Patricio Rago.

El libro, publicado por la editorial «Bajo la luna», está integrado por historias surgidas de «Aristipo», la pequeña librería de usados especializada en literatura, filosofía y ciencias sociales que el autor lleva adelante desde hace casi diez años, el tiempo en el que se despliegan los 25 relatos cortos -26 con la ficha que está dentro del texto- que componen una mirada sobre un mundo de seres soñadores, solitarios, obsesivos, poetas y coleccionistas.

Me encanta que el libro interpele no sólo a los amantes de la literatura, sino también a los pibes del club que no leen ni el diario.

Patricio Rago

Rago es escritor y librero (Buenos Aires, 1982). Publicó las novelas «Una tumba en el aire» (Somnis, Barcelona, 2010) y «Silenzio» (Dalla Costa, Bérgamo, 2014).

Télam: ¿Tal como le sucedió al «Quijote» de Miguel de Cervantes con la lectura, el mundo comercial de los libros y, en este caso, los personajes de las librerías, te sirvieron de disparador para crear una ficción sobre tu mundo cotidiano?

Patricio Rago: En el mundo del libro usado viven seres muy particulares. Es una fauna hermosa. Tenés de todo: desde los nerds con remera de Batman que vienen a buscar ciencia ficción y los jóvenes poetas torturados enloquecidos por César Vallejo, Fernando Pessoa y Alejandra Pizarnik, hasta la viejita que lee novelas de Rosa Montero y el tipo que busca los libros que le leía su viejo cuando era chico. Son todos, de alguna manera, seres extraordinarios, misteriosos, anónimos, que deambulan por la ciudad casi sin ser vistos. Nadie los registra pero ellos están ahí, los podés ver cuando entran a las librerías, tímidos y esperanzados, a ver si encuentran la joya que andan buscando. Me encanta. Son un material muy rico para la ficción. Ahí los tenés a los personajes de «Ejemplares únicos»: a Rodolfo y sus teorías conspirativas, a Sofía, a Gastón, a Tomás y su sueño de la librería ideal, a los aristotélicos, a Mike, a Ojo Mocho, al viejo Merini…

Y qué flash que menciones al Quijote. No solo porque es lo más grande que hay sobre la tierra, sino porque la ficción, esa capacidad de fabular y de contar historias que tiene el ser humano, es una de las cosas que más me interesa en la vida, no sólo al escribir. Estoy todo el tiempo inventándome relatos, imaginando, sacando conjeturas. Pero, a diferencia del Quijote, entiendo que es un juego, y la paso bien, me divierto y lo disfruto, un poco como el personaje de la película de Tim Burton, «El gran pez».

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T: ¿En tus relatos sobre la librería aparece más la estructura del cuento que la anécdota? ¿Cómo pensaste estas formas distintas a otros textos sobre el tema?

PR: Si bien hay una gran tradición de libros escritos por libreros, lo que quería hacer era otra cosa. No quería que fuera un libro de anécdotas nada más, sino que me interesaba trabajar con la ficción, con el lenguaje, con los tensores narrativos, con la trama, con las formas más tradicionales del relato policial y fantástico, en los que el lector sigue leyendo porque quiere saber qué va a pasar y se deja atrapar y maravillar por el texto. Quería trascender la anécdota a través de la imaginación, con una voz narrativa que tuviera cierto humor y cierta tristeza como en el viejo cine italiano, y que cruzara universos tan diferentes como pueden ser el de los libros y el del barrio, desde la traducción de Enrique Pezzoni de «Moby Dick» hasta los cañoncitos de la panadería de la vuelta.

Y en el proceso fueron apareciendo algunos temas universales como el conflicto entre padres e hijos, la sed de aventura, las obsesiones, el doble, los miedos, los sueños, el fracaso, la muerte, y que, parece, le dieron a las crónicas la posibilidad de tener varias capas de lectura. Me encanta que el libro interpele no sólo a los amantes de la literatura, sino también a los pibes del club que no leen ni el diario.

T: ¿Cuál es la verdadera «ilusión» del librero que va a comprar una biblioteca a una casa?

PR: Ir a comprar una biblioteca es toda una aventura. Yo a veces voy con mi changuito y las bolsas y me siento una especie de Indiana Jones. Nunca sabés lo que te podés encontrar. Yo sueño siempre con encontrar una primera edición del «Quijote», o una «Rayuela» a la que no le falte la contratapa. Además tampoco sabés qué tipo de persona te vas a encontrar ahí. No sabés si va a ser una viuda despechada, un hijo resentido, una profesora de literatura que se está mudando o un tipo que encontró las cajas en una casa que alquiló. Cada biblioteca tiene su historia, sus misterios.

T: ¿Cómo identificás lo que Walter Benjamin llama «el aura» en un libro a la hora de ponerle un precio?

PR: Es todo un tema. Muchas veces me preguntan cómo hago para ponerle el precio a los libros, me miran como desconfiando, sospechando que lo pongo según la cara del comprador. Yo siempre me río y trato de explicarles que hay muchos elementos que se combinan en el acto de ponerle el precio a un libro. Mirá, primero tenés el titulo y el autor, pero después está también la edición, la traducción, si el libro se consigue nuevo, si fue saldado, si salió en una colección de algún diario, cuántos hay en el mercado, si es muy buscado, o de culto, o una primera edición firmada, y si está en buen estado, subrayado, etcetera.

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El precio, en definitiva, no tiene tanto que ver con el aura, sino con cuestiones más bien concretas.

La experiencia de la lectura es irremplazable, no tiene comparación con nada

Patricio Rago

 

En su libro «Ejemplares únicos», Patricio Rago narra la experiencia de un librero de usado en un rango narrativo que va desde la desilusión entre lo que se espera encontrar y lo que se encuentra en una biblioteca o los «personajes» que visitan (clientes o no) la librería hasta tópicos literarios como el doppelgänger -la figura del doble- el amor por la literatura o la clínica de libros dañados.

Todos estas cuestiones y otras más conforman este maravilloso mundo que despliega el narrador/librero, que acompaña el texto con un mapa de referencia como remate y un canon alfabético de autores y títulos, como si fuese la vidriera de su librería, «Aristipo», que no es otra cosa que una «declaración de principios, una ética y una estética.»

– Télam: ¿Alguna vez te sentís el Lucas Corso -el personaje mercenario de «El Club Dumas», de Arturo Pérez Reverte)- cuando comprás un libro a muy bajo precio?

Patricio Rago.: Sí, claro. Al principio me pasaba mucho más. Es medio inevitable. Hay como una culpa de mentira de la que hablo un poco en el relato «La amante de Heidegger» y que me agarra por lo general cuando estoy volviendo en el taxi con las bolsas de libros. Es un bajón. Pero después fui entendiendo que lamentablemente tiene que ser así. Los libros, sobre todo comprados en cantidad, en grandes lotes, se tienen que pagar mucho menos que un libro nuevo. Y al ser un objeto tan específico y de venta tan lenta, tiene que ser así para que puedan existir libreros que hagan circular los libros.

– T.: ¿Sentís que todo libro tiene su novio/a?

– P. R.: Mmm. Yo diría que no necesariamente. Es lindo pensar que a cada libro lo espera su lector, pero hay muchos libros que lamentablemente son papel, que no los vas a vender ni aunque los pongas a dos pesos y que no los va a leer nunca nadie. Simplemente porque se les pasó el momento histórico y dejaron de ser interesantes o simplemente eran flojos. Es una pena pero es así. No tiene nada de malo. Son pocos los que subsisten al paso del tiempo.

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– T.: ¿Al ser librero no sentís que el «objeto» libro está muy sobrevalorado? ¿Que una tapa con papel adentro, encuadernado prolijamente no tiene en si ningún valor como se le atribuye al objeto libro?

– P. R.: Todo lo contrario. Amo al libro, me encanta, me vuelve loco. Me parece un objeto maravilloso, único, hermoso, mágico, con el que me puedo encariñar mal. Me gusta tocarlo, olerlo, llevarlo de un lado para otro, prestarlo, venderlo, regalarlo, recomendarlo. Es lo que hago todo el día en la librería. Me encanta mirarlo en mi biblioteca y acordarme de la historia o del momento en que lo leí o dónde lo compré o quién me lo regaló. Me gusta abrirlo y encontrar un viejo boleto de bondi, una carta de amor de una antigua novia, o mis subrayados y mis anotaciones. Lo reivindico siempre. La experiencia de la lectura es irremplazable: no tiene comparación con nada. La banco a muerte.

El libro no es un objeto que tenga un valor por el sólo hecho de ser libro, para nada, sino por lo que hay adentro. Un libro puede ser simplemente un rectángulo de cartón, papel y tinta que no te inspira nada o lo mejor que te pasó en la vida. No es lo mismo una novelita pedorra que «Mientras agonizo», de William Faulkner, de ninguna manera.

El valor de un libro está determinado pura y exclusivamente por su calidad literaria. Por las emociones que despierta en el lector, por todo aquello que le pasa al cuerpo cuando se lo está leyendo, las reacciones químicas, los estremecimientos, la angustia, la alegría. Y no sólo en el momento de la lectura sino también en la vida cotidiana del lector, en ese tiempo que hay entre lectura y lectura. Porque los lectores sabemos que cuando estás leyendo un librazo todo en tu vida mejora. Te despertás de buen humor, te llevás mejor con tu pareja, con tus amigos, laburás con más ganas y te salen mucho mejor las cosas, disfrutás más de todo, estás inspirado, no te molesta que el bondi haya pasado de largo ni que haya cola en el banco, o la mala onda del vecino… no te importa nada. Solo querés leer. Es maravilloso.

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