Incluso desde la vereda del sol, el lado de los buenos, hubo gente que se apuró en diagnosticar una semana muy mala para el gobierno, de proyecciones eventualmente oscuras. El análisis es dudoso, producto de sacar fotos con la Instamatic y embelesarse con ella.

El domingo a la noche puse, como es de rutina, el programa de C5N que conduce Iván Schargrodsky, quien acaba de ser papá (felicitaciones). Me gusta mucho ese programa. Esta vez, apenas el papá flamante abrió la boca disentí. Cayó -pura opinión de uno- en un riesgo en el que cae el 90 por ciento de los periodistas: tomar una foto circunstancial para hacer de esa foto un análisis severo, algo medio tremebundo. Lo que tomó fue la semana de los cacerolazos por el asunto de la liberación de presos, tema que retomaremos. Dijo: el gobierno manejó mal la comunicación y ese problema es antes un problema político (estamos parcialmente de acuerdo). Dijo que el gobierno, en esa semana que pasó, perdió la agenda, el control, la iniciativa. Algunes otres coleguees de les buenes, a quienes respeto mucho, dijeron más o menos lo mismo.

No estoy de acuerdo. No porque el gobierno no haya cometido algún error o no haya pagado las consecuencias del ruido diestramente manipulado (lo hizo eventualmente, supo desplazar las cosas para el lado del poder Judicial). Sino porque no me entusiasman los análisis vertiginosos amparados en una foto estática. Tampoco estoy de acuerdo en pedirle a un gobierno, en el contexto de una crisis cósmica del sur, multiplicada, que haga absolutamente todo, pero TODO, a la perfección. Pedir eso es por lo menos una imprudencia, o una falta de madurez política (profesional, para el caso de los periodistas políticos). El periodista suele ser plateísta de cancha -con riesgo de barrabrava-. De afuera cree que lo sabe todo, se anticipa a todo, resuelve todo con piripipipí o a los gritos.

Nada de esto empaña el gusto con el que suelo ver el programa de Schargrodsky y sus muy buenes colegues.

Demasiado milagrosos eran los índices de aprobación al Presidente como para pedir que además ataje todos los penales, jugando con una cancha inclinada en ángulo de 45 grados, con mayoría de referís bomberos, los medios dominantes en contra. Alberto Fernández -el hombre que no quiere que se habla de albertismo- sabe que sus actuales índices de popularidad son frágiles. Su gobierno está poniendo lo que no tenía en absoluto: un Estado al que está reconstruyendo por todos lados: Salud, Desarrollo Social, Ciencia y articulación con la ciencia en la gestión de la pandemia, ANSES, organismos como el INTA que también colabora en la crisis sanitaria, articulación con las universidades, gestión de retorno de argentinos que quedaron afuera mediante el uso virtuoso de Aerolíneas Argentinas, mil detalles más. Está poniendo, el gobierno de Alberto Fernández, miles de millones que el Estado no tiene -con los riesgos que eso implica- en manos de empresarios Pymes o no, pago de salarios del sector privado, inversiones en insumos para atajar la pandemia, refuerzo de planes sociales, tarjeta Alimentaria sin clientelismo. El sector privado, a todo esto, salvo comportamientos filantrópicos más o menos aislados, le pide todo al Estado, sin poner un mango.

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Estado, te odio, te amo

Ay, pobre Estado. Cuando las cosas van más o menos bien, se consume rico y se lo putea. El que puede salir de la salud pública pasa a la privada, corriendo, y se hace otro, un genio. Lo mismo los padres que -hace tiempo- pasaron a sus pibes de la educación pública a la privada. Suben medio peldaño de su escala aspiracional y entonces, Estado, andate a la puta madre que te parió.

Pero cuando las cosas se ponen horribles, ¡¡¡que venga el Estado!!! Que nos salve a todos de esta pesadilla. De putear al Estado se pasa a la exigencia de un Estado stalinista (pero sin médicos cubanos), presente en todas partes, y si tal Estado se convierte en Gran Hermano vigilador, nos la bancamos.

Ante ese zizgagueo gataflórico de parte de la sociedad, es que uno trata de entender, y de no convertirse en plateísta amargo.

Los malos malísimos

Lo que sucedió la semana pasada con los cacerolazos es rutina largamente conocida, que se va a repetir y repetir. “Se rompió la tregua en la grieta”, dicen algunos. Y, sí. Debía suceder en algún momento, ya se habían registrado resquebrajaduras notorias. Pero eso no significa imperiosamente ya está, ya se rompió todo, qué país de mierda. No, habrá que tener la templanza que papá Alberto nos pide ante la pandemia. Y no caer en los vértigos analíticos o el puro bajón (cuesta).

Existen coincidencias más o menos generalizadas por el lado de los buenos. La primera, que la derecha se arma veloz y ataca a la yugular siempre que puede, con eficiencia. Sea que hable de un gobierno que “se esconde en la pandemia”, de médicos cubanos, del único día importante en que se gestionó mal la pandemia (cuando las colas de jubilados en los bancos, asunto inmediatamente reparado).

No nos vamos a detener aquí en la falacia brutal de la liberación masiva de presos porque no desdeñamos la capacidad de lectura e información de nuestros lectores. Otra coincidencia del lado de los buenos: la derecha ataca porque se ve algo abrumada por los niveles record de imagen de Alberto Fernández, acaso ahora en leve descenso (la derecha, por otra parte, se asusta fácil ante las fotos sin detenerse en todos los dramas que deberá afrontar AF el día incierto en que se flexibilice fuerte la cuarentena). Otra coincidencia más entre los buenos: los peores opositores son los que no tienen responsabilidades de gestión: Macri, Bullrich, Prat Gay, Pichetto, los medios, el sector financiero, ligado o más bien fusionado a las grandes corporaciones y al poder agrario concentrado.

Solemos decir, con absoluta razón, menos mal que la pandemia no nos agarró con Macri. Es la primera y casi única certeza que tenemos en estos tiempos de incertidumbre (si hasta lo saben buena parte de los votantes macristas, según revelan las encuestas). Hubiera sido una mega pesadilla.

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Pero eso no quita los problemas del presente. A Alberto Fernández le suceden y debe atravesar cantidad de desgracias y tragedias encadenadas. Algunas sabidas de antemano, otras no. La primera sabida: la catástrofe heredada, el endeudamiento, la mala inercia de una economía en proceso de destrucción, la pobreza aumentada. La segunda tragedia: la pandemia con sus efectos económicos devastadores acá y en el mundo, ese al que un día deberemos exportar, si es que el mundo está en condiciones de comprarnos algo.

Ante este serial de tragedias y escenarios de espanto, Alberto, si se trata de interpelar e incluir con amabilidad a las mayorías, se ha mostrado mejor comunicador que esa gran oradora que es Cristina. Se ha convertido en un tío simpático y entrador de todos nosotros, en enfermero, contenedor, una especie de papá. Eso enfurece a las derechas.

Pero Alberto también -sin quererlo ni proponérselo- comienza a padecer el mismo problemita que padeció Cristina. Cuando su gobierno, el Estado, el kirchnerismo y todas las periferias duras o blandas del kirchnerismo dependían absolutamente de la figura de CFK. Crisdependencia le llamé al fenómeno, hace añares, desde Miradas al Sur. Cristina casi que carecía de una batería de emisores que la pudieran complementar, suavizar, extender, mejorar. No es el caso de AF, que tiene buenos emisores en Daniel Arroyo, el ministro de Economía con su suavidad, Kiciloff para la tropa propia, una serie de intendentes nada despreciables, la bonhomía de Ginés González García que se banca todo misilazo que le manden. Santiago Cafiero es precioso pero anda un poco verde aun para ser segunda voz del Gobierno. Sergio Massa también fue y puede seguir siendo –danger– un buen vocero del amplio, complejo y conflictivo espacio del Frente de Todes. En el asunto de la liberación de presos -la falacia- Massa jugó su primera ficha jodida, esa que temíamos, la de hacer su propia campaña de diferenciación. Con la no curiosa complementación de Sergio Berni, de profesión soldado, duro, punitivista, soberbio, provocador, aunque eficiente en ciertos aspectos de la gestión, un operativo de esos que los gabinetes de ministros suelen necesitar.

En el análisis comunicacional y político de lo que pueda o deba hacer el Gobierno para dar mejor pelea o defenderse, se supone que deberían entrar los mundos sociales y culturales del peronismo-kirchnerismo-¿albertismo? O el colectivo de los buenos de a pie como sistema de comunicación social en sí mismo. Lástima que estamos en cuarentena -pequeño detalle- de modo que las acciones posibles en la calle o la organización de esos mundos están suspendidos (la suspensión organizacional de tal colectivo diverso y fragmentado viene de hace añares). Favor entonces de accionar mejor en las redes sociales. ¿Cómo? Esa te la debo o la dejamos para otro día.

A perpetua

La condena que sufrimos del ataque salvaje y destructivo por derecha, demencial, es para siempre. Casi que condena a perpetua. No es nada graciosa ni grata esta afirmación. Pero la cosa, los lectores lo saben, es así. A veces pareciera que Alberto es el único optimista en la materia, con sus modos Persuadeitor y su mirada particular, moderada, sobre la influencia de los medios.

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Es una pena que -comprensiblemente- no podamos remontar esa angustia que se vive a diario producto el odio, la codicia, la ceguera. Tampoco podemos ser muy optimistas con los escenarios que se abrieron desde que nos visita el Coronavirus, eso que Ignacio Ramonet llamó “hecho social total”. En una encuestita chanta que hice en Facebook la abrumadora mayoría opinó que el mundo va a ser otro y peor cuando acabe -si se acaba- la pandemia o que va a ser más o menos igual de desolador, porque venía así la mano, mal. La pandemia solo desnudó la barbarización de un planeta tremendamente desigual e injusto, donde el poder reside más en el poder financiero y sus bubujas que en Estados apocados, temerosos, mal anclados en la sociedad, y economías reales en crisis, y repliegue muy fiero del Estado de Bienestar. Ejemplo para el pesimismo: aquellos países que amagan -desde antes de la pandemia- con salir de la crisis por ultraderecha animal. En la incerteza, morimos por saber cómo les va a ir a Trump y Bolsonaro en unos meses. Les puede ir muy mal, pero difícilmente EE.UU. y Brasil emprendan un camino al socialismo.

Es tal la magnitud de lo que sucede en el mundo y acá que detenerse en una semana de cacerolazos es poca cosa. Eso no significa que la derecha, acá y en todas partes, no conserve una capacidad de daño temible (dicho directamente: la derecha es la que manda a lo pavo en el mundo). Más aun porque ni siquiera sabemos, acá y en muchos países, si entraremos en default encadenado con otras naciones o en qué. Ni sabemos cómo saldremos de la cuarentena -que el gobierno va flexibilizando con toda la pericia que se puede demostrar ante la incertidumbre-, ni sabemos qué se puede inventar para recuperar la economía con un Estado que no tiene recursos, paliar la pobreza, generar puestos de trabajo.

Nada podemos hacer ante la incertidumbre excepto pelearla, cuidarnos, ser solidarios y empáticos. El gobierno la tenía más que difícil solo con asumir. Ahora la tiene decuplicadamente difícil. Campo fértril para la dinámica Atila de las derechas (perdón, Atila). Certeza: no hay mejor gobierno que el actual -aun en sus carencias, en su impotencia para controlar precios o bancos- para dar pelea. Ni hay peor pesadilla posible que un eventual retorno de la derecha, 2021 o 2023. Si algune tiene alguna alternativa de gobierno mejor, favor de señalar qué tenemos en el banco de suplentes.

A todo esto: ni cacerolazos ni velociraptors de Devoto sueltos en las calles son titulares dominantes en los medios de hoy, lunes. ¿Hubo daño al gobierno y fin de la iniciativa oficial? Materia opinable, más que dudosa.

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