Jorge Lugones (66 años), sacerdote jesuita, obispo católico desde 1999 y titular de la diócesis de Lomas de Zamora desde 2008, es el actual Presidente de la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal. Se lo reconoce como un hombre muy cercano al pensamiento del papa Francisco, conocedor y analista de la cuestión social en la Argentina, por experiencia directa, pero también por su diálogo permanente con referentes del mundo de la dirigencia social, política y sindical.

–¿Cuáles son los problemas más urgentes en este momento de crisis?

–Los problemas preexistentes a la pandemia se han agudizado, sin duda. Podríamos enumerar varios, pero destacamos primero el problema de aumento de pobreza que desencadena un listado de situaciones difíciles: el alimentario, la falta de trabajo, el hacinamiento en los barrios populares, el riesgo que la necesidad genera para cumplir acabadamente la cuarentena, la situación de la atención primaria, la gente en situación de calle, también las secuelas de la violencia y la falta de prevención, muchas veces consecuencia de otra pandemia, los traficantes de adicciones y la deformación de las condiciones de vida en los barrios periféricos .

En otro orden, la cuestión de la división de los argentinos, la que nos hemos comprometido a superar, con ciertas diferencias: los que obran con buena fe y los que se benefician con la “grieta”. Por ejemplo, los comunicadores sociales cuando deforman la realidad, los operadores judiciales que manipulan y condicionan la independencia del poder judicial, etc.

Y, por último, la economía en sus diferentes facetas: desde la deuda, la preeminencia del sistema especulativo financiero, la economía popular o la subsistencia, con todo lo que implica en cooperativas, movimientos populares y el desarrollo con sus dificultades regionales de monopolios, de precios y de salarios.

–¿A quién le corresponde dar las respuestas? ¿Hay que pedirle un esfuerzo especial a alguien?

–El esfuerzo principal lo están haciendo el Estado y la sociedad, pero se requiere un esfuerzo compartido y solidario para superar esta situación.

La Iglesia Católica en Argentina expresa en forma constante su preocupación por la situación de los más pobres. ¿Se está atendiendo esa situación? Sin demandarle soluciones técnicas, ¿qué más se podría hacer?

Hay iniciativas que deberían ponerse en marcha o revitalizarse, como el Consejo Económico Social, con participación de organizaciones empresarias, sindicales, movimientos populares, mutuales, cooperativas y otros actores sociales. Asimismo la Mesa de Seguimiento del Plan Nacional contra el Hambre y tomar la experiencia de la Mesa de Diálogo y Encuentro por el Trabajo y una Vida Digna, respecto de la cual creo que el Gobierno Nacional no debería dilatar su convocatoria. Dar continuidad a otras como la Mesa Nacional de Diálogo para la Agricultura Sustentable que funcionó como ámbito de superación de conflictos y apoyo de la agricultura familiar. Potenciar y fortalecer la instrumentación real de la encíclica “Laudato Si” a través de “Cuidadores de la casa común”, proyecto de trabajo para jóvenes en vulnerabilidad psico-social ya instrumentado en dieciséis provincias, con capacitación socio- productiva y laboral.

Entendiendo que estamos en una coyuntura donde la creatividad de todos debe poder ayudarnos recíprocamente. Con la participación de todos los sectores será posible y podremos encontrar los mejores caminos de salida, ya que –como dice el papa Francisco– “estamos todos en la misma barca” y sólo saldremos juntos.

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–¿Cuál es su apreciación sobre la realidad del trabajo, del empleo?

–En nuestra zona se visibilizaron cientos de ambulantes que no tienen techo, asistencia sanitaria ni contención. Hoy el virus pone de manifiesto la desigualdad, tuvimos que alojarlos improvisando muchos lugares. Con gran esfuerzo se los acompaña y contiene. Muchos de ellos no quieren esa vida, desean algo mejor si tuvieran la oportunidad… Las tres “T”: la gente no tiene techo y no tiene tierra porque no tiene trabajo, así caemos en la pandemia de la riqueza de unos pocos, pero que hacen mucho ruido. Decíamos en Mar del Plata el año pasado que el trabajo, además de ser esencial para el florecimiento de la persona, es también la clave para el desarrollo social. Trabajar con otros y para otros. El fruto de este hacer es ocasión de intercambio, de relaciones, y de encuentro. Cuando el modelo de desarrollo económico se basa solamente en el aspecto material de la persona, o cuando beneficia sólo a algunos, o cuando daña el medio ambiente, genera un clamor, tanto de los pobres como de la tierra, que «nos reclama otro rumbo» (LS 53).

–¿Cómo hacerlo?

Tenemos que cambiar el paradigma del subsidio por el paradigma del trabajo. Volver a la dignidad del trabajo. Hoy se está especulando como redefinir el trabajo, es decir, pensar de otro modo al empleo asalariado, para que el ser humano pueda realizar su dignidad trabajando y recibiendo dinero por eso, un trabajo humano, digno. No se debe aprovechar la crisis para degradar el trabajo, sino para enaltecerlo sin explotar a la gente ni al medio ambiente. Es inevitable la destrucción de puestos de trabajo como consecuencia de la covid-19 que se suma al impacto brutal previo de las secuelas del neoliberalismo. En particular, para sectores no asalariados o cuentapropistas, changarines, empleo auto gestionado, vendedores ambulantes, el de cartoneros, recicladores etc.

La economía popular está creciendo en todo el planeta. Hasta ahora ha sido principalmente acción, respuesta de las personas excluidas del trabajo formal, que han asumido que son trabajadores y trabajadoras y al mismo tiempo que desarrollan innumerables emprendimientos laborales, se organizan como asociaciones o sindicatos de trabajadores y trabajadoras. Y también la respuesta de emprendedores y emprendedoras que en la economía de mercado se proponen crear trabajo y producir sin dañar la naturaleza.

–¿Le preocupa lo que está ocurriendo en los barrios populares a raíz de la pandemia y lo que allí deriva? ¿Qué le inquieta y por qué motivos?

Nos ha preocupado la improvisación presupuestaria de alimentos, la demora de la ayuda alimentaria, que se afrontó en un primer momento con la voluntad de bienhechores, con la creatividad de las Cáritas y de la gente de los comedores y merenderos que con gran sacrificio, creatividad y organización suplieron esta deficiencia. Nos preocupa ahora la detección de los casos sospechosos donde algunos municipios solo cierran la circulación y no permiten las ollas comunitarias, pero no aportan soluciones a la situación de emergencia. Vemos con igual preocupación la especulación en la compra de los alimentos de primera necesidad, con aumentos desmedidos y desabastecimiento.

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–¿Todo esto tiene que ver con la desigualdad?

–América latina no es el continente más pobre pero sí el más desigual. Argentina no es una excepción. La pandemia ha manifestado todas las desigualdades: desigualdad educativa, desigualdad sanitaria, desigualdad de conectividad, desigualdad en la bancarización. En mi diócesis, en Presidente Perón con doscientos mil habitantes, hay un solo banco a cargo del pago de beneficios del Estado. Las preocupaciones hoy son los pagos de quienes cobran por ANSES y el IFE. Hay muchos sectores que no han podido acceder o porque no tienen conexión electrónica o porque no tienen DNI. La desigualdad tiene causa en la acumulación desmedida de la renta, los bienes están concentrados en muy pocas personas. La desigualdad y la exclusión producen “consumo”, el consumo que genera el narcotráfico, consumo de droga. La crisis debe comprometer a los agentes privados y a las autoridades públicas competentes a nivel nacional, regional e internacional a una seria reflexión sobre las causas y sobre las soluciones de naturaleza política, económica y técnica., tal como lo señaló el Pontificio Consejo de Justicia y Paz en 2011.

–¿Cuáles son sus preocupaciones centrales para «el día después»? ¿Cuáles sus consejos, sus recomendaciones para la salida del ASPO?

–Esta realidad nos ha hecho vivir como un signo de los tiempos, la necesidad de que los calendarios fueran reformulados y en algunos casos cancelados, obligándonos a un discernimiento para recrear actividades previstas, de forma diferente. Es un desafío que nos transforma porque aprendemos a estar abiertos a lo nuevo que nos hará ver bien cuáles son y serán nuestros compromisos en el futuro. No sabemos con qué mundo nos encontraremos, pero algunas cuestiones seguirán vigentes. El intento del neoliberalismo y del sistema financiero para seguir imponiendo condiciones nos empujará hacia atrás, al individualismo. Por eso reclamamos la Unidad del Poliedro del papa Francisco, unidad en la diversidad. Pero también la salida requiere de una solidaridad que hemos ido anticipando. Una presencia del Estado que continúe garantizando la paz social, a través de la contención, la creatividad, la fortaleza y la templanza.

Será un desafío que deberíamos asumir con inteligencia y decisión el camino de acompañar a las empresas en situación crítica, incluyendo a las unidades productivas de la economía popular, para que no se pierda trabajo, ya que resulta más reparador, en última instancia, financiar el trabajo con políticas activas que el desempleo. Fortalecer la realidad de los trabajadores de la economía popular con sus unidades productivas, y diseñar, en diálogo con todos los involucrados, políticas que contemplen las diferentes necesidades del sector y las modalidades de integración a la sociedad y al aparato productivo nacional.

Ya referimos a los programas de cómo recuperar el trabajo en la economía popular. Toca además atender el rediseño impositivo que plantea el Presidente, para ver si, al realizar un justo reparto en las cargas, también se puede ayudar al financiamiento del déficit del Estado. También ayudaría a un rediseño de la producción y el trabajo en este contexto excepcional. Es decir una suerte de nuevo pacto social.

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Nada parece será igual: la armonía entre los diferentes sectores sociales y políticos, debe aportar a realizar los cambios necesarios. No debería continuar la preeminencia del mundo financiero sobre el productivo. Hoy enfrentamos una crisis sanitaria que se convierte próximamente en crisis económica. La Iglesia, estando cercana a los pobres, se reconoce como un pueblo extendido entre tantas naciones cuya vocación es la de no permitir que nadie se sienta extraño o excluido, porque implica a todos en un camino común de salvación. La condición de los pobres obliga a no distanciarse de ninguna manera del Cuerpo del Señor que sufre en ellos y los sostiene con su providencia. La esperanza se comunica también a través de la consolación, que se realiza acompañando a los pobres no por un momento cargado de entusiasmo, sino, con un compromiso que se prolonga en el tiempo. Los pobres obtienen una esperanza verdadera no cuando nos ven complacidos por haberles dado alimento, abrigo, o un poco de nuestro tiempo, sino cuando reconocen en nuestro sacrificio un acto de amor gratuito que no busca recompensa como se señala en Laudato Si.

La Comisión de Pastoral Social recordó recientemente que “el servicio de la deuda no puede ser satisfecho al precio de una asfixia de la economía de un país”. El Gobierno argentino presentó una propuesta que contempla una significativa quita de intereses de la deuda externa: ¿se ajusta esa perspectiva a la doctrina social de la Iglesia y a la mirada del papa Francisco sobre estos temas?

A comienzos de este año decíamos, desde la Comisión Episcopal de Pastoral Social, que hoy vuelve a plantearse en nuestro país el dilema de pagar la deuda externa sobre el hambre y la miseria de millones de compatriotas o buscar un camino que, sin dejar de honrarla, anteponga el crecimiento de la economía, el equilibrio de las cuentas públicas y la atención de los más necesitados antes de hacer frente a los compromisos de la misma. La deuda social es la gran deuda de los argentinos, no se trata solamente de un problema económico o estadístico. Detrás de las estadísticas hay rostros e historias de sufrimiento y lucha por sobrevivir. Es principalmente un problema ético que nos afecta en nuestra dignidad más esencial. En ese contexto, la pandemia de la covid agrega un riesgo de mayor vulnerabilidad social hacia los más débiles para los cuales debe ser más fuerte y amplio el apoyo del Estado, del mismo modo que hacia un enorme universo de pequeños comerciantes y productores que ven afectada su actividad. Más aún, la emergencia sanitaria mundial ha llevado a que se escuchen fuertes voces reclamando hasta la condonación de grandes deudas externas de países que, con su empobrecimiento, solo ven crecer al resultado de la especulación financiera internacional. Por eso, también, más que nunca debemos tener presente la exhortación que nos hace el papa Francisco a pensar una economía en el mundo con rostro humano, que sea socialmente justa, económicamente viable, ambientalmente sostenible y éticamente responsable. Camino que sin duda deberemos comenzar más que nunca en este tiempo.

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