El virus microscópico del que habla el Presidente nos obliga a ver desde casita lo que pasa en el país y el mundo con otros ojos, en cuarentena. Eso que pasa y nos desasosiega -cuando lo que asoma son Trump, Bolsonaro o ciertos caceroleros enloquecidos- trasciende largamente lo político. Lo que vemos de la sociedad humana no nos gusta.

En una serie documental hecha para la televisión (1989, 46 capítulos) que puede verse todavía por YouTube, Historia de la Tradición de Occidente, un profesor de la universidad de California y origen rumano, Eugene Weber, traza un panorama más bien sombrío del pasado del que venimos. Entre muchas cosas la serie habla de la historia humana, nada menos que la “occidental”, entendida como un ciclo reiterado de guerras, hambre, plagas, pobreza, violencia, poder, fanatismo, ceguera, estupidez, explotación. Cuando Weber, especialista en historia francesa, ya fallecido, llega promediando la serie al fin de la Edad Media y el surgimiento de las monarquías nacionales, refiere al surgimiento de un tipo de violencia estatal “más eficaz y más costosa que nunca”. Inmediatamente agrega: “El gobierno fuerte y las armas marchan juntas por tradición”. Sugiere además, o más que sugiere, que ese tipo de gobiernos fuertes solían y suelen contar con amplio consenso social,o resignada aceptación, ante el riesgo de anarquía (esa anarquía, no la de los anarquistas).

Los años del macrismo y los votos al macrismo presuntamente nos deberían haber enseñado que las sociedades (“los pueblos”, que, así llamados, suenan a la más maravillosa música) no son una entidad excelsa llena de bondad y amor por el prójimo, ni les humanes. En Socompa -Macri mediante- se publicaron unos cuantos textos al respecto, textos que trascendieron la política en sentido estricto. Este otro tiempo de pandemia, de Trump y Bolsonaro, de  muerte, negación, negocio farmacéutico y extravagancias nos remite de nuevo a la idea o sentimiento de un estado civilizatorio tenebroso, a una cierta agonía, a lo peor de la condición humana, si bien también a lo mejor (aplausos de las 21hs al sistema de salud público argentino, aplausos a nuestros científicos, aplausos a los militantes de los movimientos sociales).

Este asunto oscuro sobre la condición humana nació quizá con las primeras patrullas de chimpancés dedicadas a asesinar a otros chimpancés por un asunto de sobrevivencia territorial. El “mal político” contemporáneo es un flor de problemita que no puede abordarse con el latiguillo que dice “el imbécil de Bolsonaro”. Es el viejísmo tema acerca de qué demandan las sociedades y los humanos: si orden y seguridad o mayores grados de libertad. O si puede escribirse poesía después de Auschwitz. O la remanida frase que dice que somos capaces de producir a Hitler, pero también a Mozart.

Florecerá la distopía, existirá el dolor

Cantidad de series distópicas que llevan mucho tiempo en pantalla, desde antes de Netflix y desde la era de oro de la literatura de ciencia-ficción también, plantean también estos asuntos penumbrosos. Por algo será (“por algo se lo llevaron”). Una de las mejores series de los últimos años en la materia es Westworld (basada en una película escrita y dirigida por Michael Crichton en 1973), o al menos sus primeras dos temporadas. No es casualidad sino signo de los tiempos que en la serie los personajes más queribles y “humanos” son dos mujeres androide, que se van haciendo más y más fuertes, más rebeldes a la programación que les fue impuesta, hasta tornarse peligrosas para el sistema. No es casual que uno de los personajes más oscuros, o el peor, el más malo, William o El Hombre de Negro, extraordinariamente actuado por Ed Harris, es humano, muy masculino, poderoso, violento y violador cuando se libera de las pautas de convevencia comunmente aceptadas.

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Ya en la tercera temporada de Westworld, una de esas protagonistas androides se prepara para hacer puré a la humanidad por la horrible e interminable serie de vejaciones, humillaciones, violencias y muertes sucesivas que sufrieron ella y sus pares a manos de los humanos que crearon la nueva raza, entre otras razones por mero business, control social y para entretenimiento de los ricos. Cuando parece que esa protagonista se apresta a extinguirnos retrocede a su primera versión amorosa y sensible de la primera temporada. Vuelve a despertar o se recuerda amaneciendo en una cálida casa de madera en el viejo Oeste americano, contemplando la belleza del paisaje, deseándole buenos días a su querido padre, una cosa casi Ingalls pero con mejor nivel de poesía y guión. El personaje se llama Dolores Abernathy y es muy bellamente interpretado en sus sucesivas fases por la actriz Evan Rachel Wood (a la que le deseamos un lindo futuro actoral). Había dicho al principio de la serie Dolores, la mujer androide, cuando un técnico la despierta y pone en funcionamiento para estudiarla y afinarla: “Todos amamos a los recién llegados (al pueblo del Oeste en el que transcurre buena parte de Westworld). Cada persona nueva que conozco me recuerda lo afortunada que soy de estar viva, y lo hermoso que puede ser este mundo”.

La última línea la pronuncia mientras se muestra a Dolores en escenas que el espectador ya vio: arrastrada dentro de un granero por El Hombre de Negro para ser violada y quizá asesinada, ella resistiendo y gritando, secuencia que se reiterará con unas cuantas variantes negras en perjuicio de ella y de otras y otros androides. Tanta experiencia de vejación y violencia repetida convierten a Dolores a lo largo de Westworld primero en una suerte de guerrillera vengadora feminista y luego en un monstruo genocida. Hasta que, lo dicho, en cierto capítulo de la tercera temporada, sin olvidar el sufrimiento al que fueron sometidos ella y los suyos, repite las primeras palabras que se le escucha decir en contexto de paisaje bucólico del viejo Oeste: “Algunas personas eligen ver la parte mala de este mundo. El caos. Yo elijo ver la belleza. Creer que hay cierto orden, un propósito”. Eso dice mientras la serie vuelve a situarla en ese sereno paisaje original y se repiten escenas de capítulos anteriores: dulcísimo amor entre androides, amor entre madre androide e hija androide, desprendimiento, heroísmo, bondad, todas cualidades humanas que los humanos horribles implantaron en los androides, cualidades que vienen programadas por los humanos productores del parque temático Westworld, que son como los de Hitler y Mozart.

¿Cuál es la esencia de lo humano, si nos ponemos binarios, o si avistamos el paisaje de los contemporáneos, en pandemia?

Como cenicero de moto

Puede que este tipo de cosas se vean (se sientan) con ojos más sensibles en épocas de pandemia más neoliberalismo, de absurdo, de desigualdades aberrantes, de posmacrismo destructivo entre nosotros. Mirar hacia atrás y hacia dentro de lo que somos -misterio eterno-, aun desde un ejercicio pesimista, puede que ayude un poco a no estancarse en el presente inmediato o autolimitarse a obtener un orgasmo efímero al decir o escuchar el latiguillo “el imbécil de Bolsonaro”. Por supuesto: el resultado de esta instrospección no resulta pum para arriba. O sí. Porque es cierto que hoy tenemos a Bolsonaro y Trump pero peor nos fue con Hitler, Pol Pot, Videla, los gulag y las purgas de Stalin, la crucifixión de Espartaco y los suyos, la Santa Inquisición.

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Puede que haya una diferencia epocal. Tampoco ayuda demasiado pero tiene la virtud de… desorientarnos más: nazismo y fascismo, así como el stalinismo derivado/ distorsionado de Marx-Engels-Lenin, constituían sistemas de pensamiento relativamente coherentes en sí mismos. Mientras que Trump y Bolsonaro, para quienes no alcanza en absoluto el mero rótulo de “neoliberales”, nos dejan definitivamente en pelotas, como en su momento nos dejó en orsay el macrismo con el chiste de la posverdad.

Trump y Bolsonaro. Hay demasiado de absurdo, de grotesco, de insólito, no solo de violento, en ambos personajes. Hay algo un tanto dramático en el hecho de que ambos conserven ciertos grados  de consenso en determinadas capas sociales (consensos que escapan a la regla de clases). Lo mismo en cuanto a la constatación de que nada presuntamente lógico (aquello que nos resultaba “lógico” alguna vez) les hace pagar costos políticos rápidos, no pagan ni su crueldad, ni sus torpezas, ni sus papelones. Nada los hace caer por lo menos con la velocidad “lógica” que presumimos -en orsay- debería registrarse a favor del Bien. Nadie sabe hoy si Trump perderá las próximas elecciones -EE.UU. se aparece como un gigante con serios trastornos mentales- ni si Bolsonaro caerá por impeachment algún improbable día -otro gigante económico paralizado, con instituciones políticas entre corruptas e impotentes-.

Como con Macri, pero a escala global, vivimos la Era Universal del Off-Side Permanente. Hace mucho tiempo que el mundo se puso incierto. Bolsonaro y Trump, exagerando apenas, nos señalan que nada de la cultura, nada del “sentido común” (al que ponen en crisis), nada de las más elementales normas y valores de lo que creíamos “debía ser” la convivencia humana, pero tampoco nada de las reglas de las instituciones y la democracia, nada sirve contra estos muchachos y estos tiempos. Todo está patas para arriba por más videos insólitos que veamos sobre los chistes horribles, los alardes y las contradicciones de los Trump y los Bolsonaro, esos videos que deberían dejarlos expuestos al segundo de transcurridos.

Trump, Bolsonaro y la pandemia desnudan esas impotencias largamente larvadas devenidas del peor capitalismo financiero y de su salvajismo. El que casi acabó con el estado de Bienestar en muchas naciones “serias” (y la nuestra) y multiplicó la desigualdad, la impotencia o la insuficiencia de las democracias para lidiar con el consiguiente y fortísimo malestar social que, por ahora, conduce a Trump y Bolsonaro y no a Rosa Luxemburgo. Barbarie sí, capitalismo también, socialismo no. Mientras tanto, en este mundo al que “debemos pertenecer”, los organismos internacionales tan lustrosos con sus burocracias gigantescas, así como alguna remota idea de  solidaridad planetaria, bien gracias. Inútiles, al pedo como cenicero de moto. Para más INRI, como dicen en España, hay que preguntarse qué tienen Trump y Bolsonaro que anida en las sociedades y los individuos.

¿Juicio y castigo a lo qué?

Sucede que no todo es repetición de la historia como tragedia. La noticia colorida es que Trump y Bolsonaro (y Macri a su modo, que es el de otros, Piñera por ejemplo) vienen con novedades relativas de época. Trump encarna al millonario outsider -y antipolítico- envanecido por meramente haber hecho mucho dinero. Uh, un exitoso del capitalismo, un winner. Seguramente en parte encarna todavía al self made man que no le debe nada a nadie, y al sueño americano. Narcisista al borde de la demencia, esperamos que algún día al fin caiga ruidosamente desde lo alto de su ego. Pero no, no cae, siendo que es un idiota, a lo sumo un hombre de negocios brutal y astuto. Su eventual sucesor es un demócrata que parece anodino, “la vieja política”, nada que prometa la felicidad.

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Bolsonaro, sencillamente un bruto, más bruto que Trump por ser milico y no tener millas recorridas en la alta sociedad, es más o menos igual de ignorante. Qué lideres, Occidente, se dice uno, qué líderes. Un poco (un mucho) de violencia verbal y racismo y etc, un poco (un mucho) de jugarla de antisistema, otro poco (mucho) de patrioterismo, todo rematando con el gesto de empuñar un arma de fuego. Eso sostiene a Bolsonaro macho alfa y sus seguidores alfita que lo imitan, llenos de un vacío furioso. Vuelve y vuelve la pregunta dolorosa: qué hay de Bolsonaro en ustedes, tercio de hermanos brasileños que bancan a semejante presidente, hermanos brasucas a los que creíamos  tropicalismo, alegría y color.

Claro que Bolsonaro y los suyos tienen a Jesús de su lado. Acá se supone que uno debería reirse otra vez con suficiencia, por ejemplo ante ese video en el que los seguidores de Bolsonaro cantan como chimpancés (con perdón) “Cloroquina, cloroquina, cloroquina es la del S.U.S/ Yo sé que tú me curas/ en el nombre de Jesús”. La cosa no da para la risa sino para la tristeza nao tem fin. El nivel de delirio del cantito de esos brasucas, mixturado con exhibición prepotente de violencia, es paralelo -hablamos de algo parecido a la demencia social- al testimonio de una señora cacerolera que pudo verse en el programa del Gato Syvestre. En un tono deliberadamente pausado y controlado, gesto de mujer sabedora y no fanática, la buena señora pidió ante la cámara: “Juicio y castigo a los infectólogos”. Por Dios, no es solo lo absurdo, estúpido y cruel de la frase. Es la rarísima  resonancia errática, perdida en lo remoto y luego reciclada, de “nuestro” Juicio y Castigo en una suerte de cruce de fantasmas desvariados, dentro de la caja craneana de la cacerolera, en algún universo alternativo dentro de su bocho. Para más datos de lo que sucede en Brasil, ver aquí esta nota reciente de Socompa acá.

Los antisistema del sistema

En la Era del Off-Side Universal, en un mismo lodo, hay que comerse además la galletita de “líderes de lo nuevo” que se presentan como antisistema, aquello que era bueno para el rock’n’roll en los 60 o para las izquierdas, pero no para este momento del mundo. Trump, Bolsonaro y Macri como adalides de lo antisistema, encarnado en el caso del macrismo en el verso de la nueva política. En el estallido del 2001 -diez segundos de piquete y cacerola- tuvimos un momento antisistema distinto y parecido, en parte prometedor, algo esquizoide y riesgoso. En parte se expresaba en el cantito Que Se Vayan Todos, que terminó degradándose en su parte insustancial y patética hasta en la interna de los clubes de fútbol, en la puteada contra dirigentes.

Es un milagro argentino que luego del 2001 hayamos zafado de la pura disgregación o secuencia de autodestrucción con el kirchnerismo y hoy lo estemos haciendo con Alberto Fernández (otros seguirán diciendo que 2001 fue el momento ideal e irrepetible para la salida por izquierda revolucionaria). Como sea y de nuevo, si antisistema son Trump, Bolsonaro, Macri, el lado social medio facho, medio loco, ciego  y vacío de una buena parte de la sociedad, el clima de época da para quedarse con una democracia segura y lamentablemente timorata, pero que nos cuida del riesgo súper demostrado (Macri) de terminar peor de lo que estamos, con pandemia o sin pandemia.

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