«Flor del alto Perú/No hay otro capitán/Más valiente que tú», dice la bella zamba escrita por el historiador Félix Luna que se dio a conocer en 1969 como parte del album «Mujeres argentinas» y que durante años fue el único reconocimiento dedicado a la gesta libertaria de Juana Azurduy, la mestiza que se convirtió en heroína de la independencia del Alto Perú y de quien mañana, en coincidencia con el Día de la Patria, se conmemorarán 158 años de su muerte.

«La de Juana Azurduy fue una historia de valentía. Ella fue una mujer que dejó su vida familiar y su rol tradicional de obediencia para encarnar lo que su corazón le pedía, que era terminar con las desigualdades que percibía a su alrededor. Se resignifica hoy en la lucha de mujeres que pelean por ser oídas, reconocidas y participantes», define la narradora Laura Ávila en diálogo con Télam.

La autora, especializada en LIJ, escribió «La rosa del río» (2009), «Escondidos» (2012), «Final cantado» (2013) y «Moreno» (2015), entre otros. Su novela «La sociedad secreta de las hermanas Matanza», ganó el Destacado Alija como Mejor Novela Infantil y fue editada en España.

La narradora también fue asesora de una colección de novela histórica para niños que lanzó el año pasado el sello Norma, en la que distintos autores escriben sobre una figura distinta: Paula Bombara lo hizo sobre Juana Azurduy, en «La fuerza escondida»; Nicolás Schuff, sobre Martín Miguel de Güemes, en «Fuegos del Norte»; y Fernando Sánchez, sobre Manuel Belgrano, en «La pasión como bandera»; en tanto que Avila escribió «El General y la niña».

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«Juana perdió hijos en la guerra y la última, la sobreviviente, se crió lejos de ella. Su marido, Padilla, fue ultimado luego de ser tomado prisionero. Su cabeza estuvo en una pica, para asustar a los que se atrevieran a seguir su ejemplo. Pero ella se unió a las tropas gauchas de Güemes y continuó resistiendo la dominación española hasta que le dieron las fuerzas», explica Ávila.

«La muerte era una posibilidad cercana y cotidiana. Todas y todos lo sabían, y ese conocimiento resalta más su valentía y su decisión de ser libres de un sistema colonial que oprimía más al Norte que a otros sitios del Virreinato», señala la guionista, novelista y realizadora cinematográfica.

Azurduy fue objeto de una disputa de sentido que confrontó a los últimos gobiernos y que además de múltiples debates se cifró en torno al montaje y traslado del monumento dedicado a la revolucionaria. ¿Qué aspectos emblemáticos de su personalidad o su accionar la convirtieron en un dispositivo para reflexionar sobre la construcción de la identidad nacional?

«La identidad nacional es un sitio en permanente construcción. Si pensamos por qué Juana fue elegida para pertenecer a la galería de íconos históricos tendremos material para reflexionar. ¿Fue porque peleaba como un hombre? ¿Porque tenía un sable? ¿Porque fue oficiala del ejército del Norte? Es importarte pararse a ver desde dónde se construye una figura sobresaliente de la historia», señala Avila.

Según la ensayista, la revolucionaria atraviesa el tiempo porque «fue una mujer que no renunció a la maternidad ni a la pasión revolucionaria, ni a su forma de ser mujer, con todo el peligro y la inestabilidad que estas decisiones trajeron a su vida cotidiana. Era una rebelde en toda medida. Nunca dejó a su familia ni se olvidó de sus orígenes».

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¿En qué medida su recorrido merece ser hoy doblemente ponderado en tanto encarnó sus luchas en solitario en una sociedad reglada por lo patriarcal mientras que hoy las demandas para generar condiciones igualitarias transcurren articuladas por lo colectivo?

«En realidad, nunca peleó sola. Tenía un grupo de mujeres guerrilleras que la acompañaron. Hubo muchas valientes en combate, como Remedios del Valle, la afroargentina que formó parte del ejército del Norte. La guerra de guerrillas se hizo con una fuerte impronta femenina. La batalla de la Coronilla, por ejemplo -pasó en Cochabamba, donde las mujeres de la población se juntaron para rechazar a los soldados de Manuel Goyeneche-, demuestra que había un modo de ser mujer en esos años, que tenía que ver con congregarse, armarse y luchar», sostiene Avila.

«Imagino que en ese coraje y en esa búsqueda había una esperanza de ser reconocidas luego, más allá de por un mero valor reproductivo. La revolución de esas mujeres que no solo se juntaban a bordarles banderas a los hombres en las tertulias es la que tiene que iluminarnos hoy», concluye.

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