El dramaturgo Mauricio Kartun se arriesga a pensar que quizás en medio de la crisis desatada por el coronavirus «nos estamos volviendo a contar a nosotros mismos» y que «en la saturación de los polos del comportamiento nos estamos viendo con una objetividad pasmosa».

Nombre irreemplazable del teatro argentino, el autor de piezas como «El niño argentino» y «Terrenal, pequeño misterio ácrata» se prestó al juego de compartir con Télam algunas de sus visiones en relación con la «tragedia» que asola en la actualidad el mundo, y de la que asegura que «estamos todavía en la instancia de negarla».

El diálogo se produjo a distancia, como casi todo bajo el signo de la pandemia y en tiempos del aislamiento social preventivo y obligatorio, pero la lucidez del autor y director de «La vis cómica» -que hasta que se declaró la cuarentena se presentaba a sala llena en el Teatro San Martín-, logró tender un puente de cercanía entre lo que sucede y la posibilidad de pensarlo.

Télam: ¿Cuáles son sus primeras impresiones sobre este fenómeno que estamos viviendo?
Mauricio Kartun: Creo que fue (Jean-Paul) Sartre el que dijo aquello de que la guerra y el cáncer siempre le tocan al otro. No estaba en nuestras posibilidades algo así. Estamos de pronto en una tragedia y todavía en la instancia de negarla.

T.: ¿Qué imágenes guarda de la pandemia?
M.K.: Sobre todo aquellas que me revelan nuestra esencia social. En sus dos extremos, que son los que constituyen al fin y al cabo los arquetipos que hacen a la dialéctica política del mundo: por un lado la aparición franca y arriesgada de lo solidario: los que dan, los que ayudan, los que hacen, los que abandonan lo suyo para sumarse a un nuestro. Y el egoísmo más repulsivo por el otro. Todo en estado extremo. Todo el mundo se pregunta si saldremos de esto mejores o peores. Creo que saldremos mejores pero no porque prime lo bueno, sino porque en la saturación de los polos nos estamos viendo a nosotros mismos con una objetividad pasmosa. Aprendemos socialmente no con la inteligencia conceptual sino con la narrativa. Con las historias elocuentes en su síntesis. El sinnúmero de narraciones que nos propone este nuevo estado es como una escuela 24 horas. Nos estamos volviendo a contar a nosotros mismos porque nos vemos de pronto en un colorido tan vivo como nunca. Es sorprendente.

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T.: Estamos ante una detención, pero, ¿una detención de qué? ¿Genera esta detención una actividad mental intensa o está también la actividad ideativa detenida?
M.K.:Se ha detenido la máquina. Es tremendo porque la máquina del sistema es como aquellas antiguas calderas que no había que apagar jamás porque costaba horrores devolverles la presión. A la máquina la movemos sincrónicamente todos. Y lo curioso es que la máquina para funcionar te exige no pensarla. Mecanizarte. Es como respirar, si tuviésemos que pensar para cada inspiración sería agobiante y en algún momento se volvería imposible. En muchos casos aún no se detuvo del todo, seguimos en nuestras casas buscando cómo hacerla funcionar sin contacto físico, ahí la actividad mental hierve, la gente piensa rebusques insólitos, aplica la creatividad en la búsqueda de algo nuevo y salvador. Traza a veces recorridos bizarros. O ingenuos. En otros casos gana la inercia y veo amigos que empiezan a disfrutar culposamente del estado abandónico. Y hasta fantasean quedarse ahí con la caldera apagada cuando esto termine. Por supuesto y como siempre: todo es cuestión de clases sociales. Para soñar hay que tener el estómago lleno.

T.: ¿Esta situación le sugiere escenarios teatrales?
M.K.: El mito necesita siempre del paso del tiempo, porque no es otra cosa que un recorte, y ese recorte lo hace la conciencia seleccionando aquello que tiene valor metafórico, expresivo, elocuente, y permitiéndose olvidar el resto. Y ese olvido lleva tiempo. Por ahora el bosque no me deja ver el árbol.

T.: ¿Cuando esto termine, en qué polis viviremos y bajo qué teatro?
M.K.: El no saberlo tiene algo de angustiante pero también de desafiante. El arte se hace de rulos, de ochos que nos permiten perdernos en nuestra red conceptual y trazar nuevos senderos en ella. Toda obra de arte es eso, un camino en la maleza. Pensarnos en este nuevo contexto es una manera al fin resignada del des-concertarnos para volver a algunas certezas nuevas.

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