Después de «Los motivos del lobo», la escritora Liliana Escliar vuelve a encontrarse en su nueva novela, «Tumbas rotas», con el investigador Daniel Parodi y su equipo, una suerte de «Armada Brancaleone» que lo acompaña y lo ayuda en su pelea contra El Lobo, un personaje tan perverso como elusivo, el «mal personificado», como revela su autora.

En «Tumbas Rotas» -novela negra con sagaces guiños literarios, personajes destruidos por situaciones que arrastran de otras historias, anclajes en referentes históricos actuales y la utilización de nuevas herramientas en la investigación policial- Parodi investiga un caso de adulteración de medicamentos y trata de personas mientras intenta recomponer su maltrecha vida personal.

La trama y el argumento del texto publicado por Tusquets dejan abierta la posibilidad de una lectura ágil y entretenida pero también se siembran huellas para aquellos lectores que le gusta buscar en la profundidad del texto algo más de lo que se dice en la superficie.

Escliar (Buenos Aires, 1959) es escritora y guionista de cine y televisión. Por su primera novela, «La arquitectura de los ángeles», recibió el Premio Planeta en el año 2000. En 2017 publicó «Los motivos del Lobo», la primera entrega de la serie protagonizada por el investigador Daniel Parodi.

Télam: ¿Cómo puede leerse desde lo simbólico que sea un ex policía, luego librero desde el 76, quien desde su tumba señala con el brazo el comienzo y la dirección de la investigación?
Liliana Escliar: Honestamente, lo escribí sin ninguna pretensión simbólica.

Creo que son los lectores quienes leen o interpretan lo escrito, casi siempre en un sentido que nos sorprende por lo impensado. Pero si a partir de tu pregunta cambio de vereda y lo pienso como lectora, tal vez podría decir que un policía que eligió dejar de serlo para abrir una librería de literatura negra es un hombre que pasó de la realidad a la ficción, una operación bastante similar a la que hace la literatura negra. Los escritores nos nutrimos de la realidad, de esta ferocidad urbana, y la convertimos en palabras.

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T.: Es imposible evitar desde una lectura histórica del policial argentino la familiaridad de Isidro Parodi (el primer «pesquisa argentino») con tu personaje, Daniel Parodi… ¿Cuáles son las diferencias más importantes con el personaje de Borges y Bioy?
L.E.: Que mi investigador se llame Parodi me da la posibilidad de coquetear con los «Seis problemas para don Isidro Parodi» de Bustos Domecq. Pero solo hasta ahí: las diferencias entre Isidro y Daniel Parodi son infinitas. La más obvia es «la locación» que los determina: Don Isidro es un hombre quieto, encerrado en su celda, mientras Daniel recorre excesivamente Buenos Aires al punto de «mapearla» en sus bares, sus clubes y sus calles. Además, Isidro es metódico y sutil. Parodi es desenfrenado. Embiste las situaciones como un toro. Donde Isidro disecciona las pistas como un cirujano, mi investigador lo hace a mordiscones.

T.: «En Google no está todo», dice Sonia Acosta, la informática forense, que sin embargo después no duda en apelar a Wikipedia para reformular una de sus pistas ¿Hay solapada en esta estrategia alguna señal de la comunicación actual?
L.E.: No sé si la comunicación actual, tan fragmentada y vertiginosa, es una cuestión de pereza. Leemos en los viajes o a la noche. La lectura requiere estar reconcentrado, no se puede hacer en simultáneo con otra actividad y lleva tiempo. Circunstancias que hasta hace algunas semanas eran escasas y ahora, con las imposiciones de la cuarentena, tenemos de sobra. Hoy, si quisiéramos, podríamos leer «La montaña mágica» de Thomas Mann o «En busca del tiempo perdido», de Proust, en un rato. Aunque dudo que Sonia Acosta lo intentara.

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Sonia y Daniel Parodi están parados en rincones opuestos de un ring. Viven en mundos diferentes y a velocidades diferentes. Sonia es tecnológica, millennial y digital. Conoce y usa los los atajos de la tecnología. No siente admiración ni demasiado respeto por los métodos y saberes de Daniel.

T.: ¿Las manos que aparecen en la tumba remiten a hechos históricos, como se deja entrever en la novela?
L.E.: Como nosotros, los personajes de «Tumbas Rotas» leen, opinan, saben de historia reciente y viven en nuestro país. Para todos, una noticia sobre manos seccionadas remite a la profanación de la tumba y el robo de las manos de Perón y todas las teorías de complot político, esotérico antiperonista jamás resueltas.

Las manos que aparecen en «Tumbas Rotas» son manos anónimas, separadas de los cuerpos o con huellas desdibujadas. Al contrario de lo que sucede con el cuerpo de Perón, las víctimas son despojadas de su identidad.

T.: ¿Cómo podrías describir a El Lobo?
El Lobo es el único personaje irreal, casi abstracto. No tiene cara ni historia. Nunca lo vemos actuar -al punto de que en la novela casi no se lo menciona-. Para mí es el Mal así, con mayúscula. Existe y se manifiesta a través de sus cómplices que son, ellos sí, muy «reales»: Personas que en algunos casos son manifiestamente amorales y corruptos y otros, que participan de corruptelas aparentemente inocentes sin saber que con ese gesto detonan catástrofes.

T.: «Los recomendados de Ernesto» son los libros de Hammett, Cain, Le Carré, Chandler, Padura, Greene y Sasturain… ¿Hay ahí una especie de genealogía en donde te sentirías cómoda estar?
L.E.: ¡A quién no le gustaría estar en esos estantes! Claro que sumaría otras muchas compañías: las de las mujeres que están ausentes en los recomendados de Ernesto y la de los nuevos autores. Me gustaría que mis novelas estuvieran intercaladas con las de Gabi Cabezón Cámara, Paula Rodríguez, Kike Ferrari, Marcelo Luján, Nicolás Ferraro, Claudia Piñeiro y tantos otros. Tendría que competir muy duro en la elección del lector, pero sería un honor y una felicidad estar en esa biblioteca.

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