Los errores que provocaron ayer la aglomeración de jubilados y beneficiarios de planes sociales para cobrar en los bancos no sólo tendrán impacto en la curva de la pandemia sino que se transformaron en un arma impensada para los sectores políticos y económicos que quieren boicotear a toda costa la política sanitaria del gobierno.

Fue un traspié grave, de fuerte impacto, imposible de soslayar. Las largas y en algunos casos abigarradas colas de jubilados y beneficiarios de la AUH y planes sociales para cobrar en los bancos se transformaron en una postal que contradice la imagen generalizada de solvencia que con planificación, reflejos y cuidado venía construyendo el gobierno nacional para enfrentar la pandemia de Covid-19.

El daño causado a la salud pública – léase: el impacto de esas concentraciones en la curva de la pandemia en la Argentina – es imposible de medir hoy. Sin embargo, algo es seguro: habrá muertes que podrían haberse evitado. Por la aglomeración de personas y por el grupo etáreo en riesgo al que pertenece la inmensa mayoría de ellas.

Lo peor del caso es que pudo haberse evitado, pero hubo una mala lectura de la realidad que llevó a que ocurriera. Podría definirse de manera sencilla: se planificó como “debía ser” sin tener en cuenta lo que realmente es. No se armó el operativo sobre bases reales, teniendo en cuenta los usos y costumbres de un importante sector de jubilados.

Se calculó que la inmensa mayoría cuenta con tarjetas de débito y que todos ellos (o por lo menos casi todos) las utilizarían en lugar de ir a hacer colas en los bancos por obra y gracia de una recomendación sanitaria.

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Más todavía, como las tarjetas de débito existen desde hace casi tres décadas, cuando los jubilados de hoy estaban insertos en el mundo del trabajo, se pensó que sabrían manejarse con ellas sin problemas.

La realidad – y las colas de ayer lo demuestran – es muy diferente. Y esa realidad no se tuvo en cuenta.

Hoy todo el sistema bancario está informatizado, con lo cual tanto la Anses como las entidades financieras tienen toda la información (con estadísticas, cuadros, porcentajes, evolución, etc.) sobre cuántos jubilados usan efectivamente las tarjetas y cuántos no. Y quiénes son, con nombre y apellido, documento y domicilio.

Se debió trabajar sobre esa realidad (que es lo que existe) y no lo que se supuso sin fundamento que iba a ocurrir y que por supuesto no ocurrió.

El resultado sanitario fue una potencial situación masiva de contagio del coronavirus.

(Párrafo aparte merece la reacción rápida de algunos intendentes, como Mario Secco en Ensenada, y de algunas sucursales bancarias, como las de Credicoop, que rápidamente pusieron sillas a distancia sanitaria en las calles para ordenar el caos de las colas, aunque los medios hegemónicos evitaron deliberadamente mostrarlo).

Pero no fue el sanitario el único daño, aunque sí el más grave porque tendrá un costo de vidas. También – e inevitablemente – ese error afectará la confianza que la ciudadanía venía sintiendo en la gestión sanitaria que viene haciendo el gobierno. Una encuesta de Rouvier & Asociados conocida ayer – al mismo tiempo que se formaban las colas – señalaba que el 73.5 de los consultados se sentía seguro por la forma en que el Gobierno dirigía la lucha contra la pandemia.

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Las colas fueron un golpe a esa credibilidad, que estaba merecidamente ganada.

Porque más allá de las simpatías políticas o no con que asumió la presidencia Alberto Fernández, su gobierno es uno de los que mejor está respondiendo (el mejor, si hablamos de los suburbios de este mundo desigual y condicionado) a la pandemia en todo el planeta. Se anticipó a muchas cosas.

Y eso le había significado un fuerte consenso, incluso el apoyo – por lo menos discursivo – de la gran mayoría de la oposición política, con la excepción de los impresentables del ala menos política de Juntos por el Cambio, como Patricia Bullrich, Laura Alonso o Fernando Iglesias.

El traspié bancario, por llamarlo de alguna manera, también golpeó ahí en un momento en que las cosas empezaban a ponerse difíciles por la presión de los sectores del poder económico más concentrado.

La semana que termina, sus voceros habían vuelto a la carga – con algunos medios a la cabeza – para lograr el levantamiento, o por lo menos la flexibilización de la política de aislamiento.

Pruebas a la vista: Paolo Rocca había hecho punta con el despido de casi 1.500 trabajadores de Techint, mientras que los bancos privados seguían negándose a dar créditos a las Pymes para que pudieran capear el parate y mantener sus plantas de trabajadores intactas. Economistas como Milei o Espert – por nombrar solo a algunos – habían salido de sus sarcófagos para anunciar apocalípticamente que el parate de la economía matará más que la pandemia. Y siguen las firmas.

Lo de ayer fue un maravilloso e impensado abono para el terreno que defienden.

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El gobierno deberá responder con medidas claras y firmes, modificar lo que sea necesario dentro de sus filas de gestión y recuperar la confianza.

No es solo su suerte política la que está en juego sino la salud de millones de argentinos.

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