Eduardo Halfon es un narrador injustamente no conocido en la Argentina, al menos no leído, una omisión que puede empezar a diluirse ahora con la edición de «Biblioteca bizarra», un libro donde se disfruta de las buenas bibliotecas, de la paternidad, de la infancia, y que también puede leerse como una metapoética del autor: aire fresco y de la mejor literatura acaba de entrar al país.

Ediciones Godot le abre la puerta a los lectores argentinos a este escritor guatemalteco que reside en París con la edición de libro que permite entrar de lleno al mundo de Halfon (1971), autor de «Duelo» -una de las mejores novelas de la literatura latinoamericana, casi desconocida en Latinoamérica, pero de gran éxito en España y en otras lenguas- y de otros trece libros de ficción, merecedores de numerosos premios.

– Télam: ¿Cómo sentís que tu biblioteca personal condiciona tu escritura?

– Eduardo Halfon: Yo ya no tengo una biblioteca personal. Después de tantos años mudándome a tantos sitios, a España, a Nebraska, y ahora París, he ido dejando cajas de libros con amigos. He aprendido a leer efímeramente. Mi biblioteca personal no sólo se ha ido reduciendo en cuanto a libros físicos, libros en papel, sino se ha ido convirtiendo en una biblioteca personal imaginaria. La llevo dentro. Llevo siempre conmigo unos cuantos libros que, más que en anaqueles, me siguen habitando dentro. Vuelvo a ellos, o busco nuevas ediciones de ellos, pero no son ya una manifestación física de mis lecturas. Entonces no sé qué tanto condiciona mi escritura eso, pero supongo que poco.

De lo que sí me he dado cuenta en los últimos libros que he escrito es que mientras escribo un cuento, en su momento cúspide -cuando estoy muy metido en ese cuento- dejo de leer. No es intencional, pero me aíslo de los libros que estoy leyendo en ese momento y me meto únicamente en el cuento, como si la única lectura que necesitase en ese momento fuera el texto mismo que estoy escribiendo. Quizás es una reacción para no dejar que otras prosas influyan tanto en la mía. O quizás es por concentración. Pero creo que la influencia de una biblioteca en mi escritura ya es más elíptica, más tácita, no tan evidente como lo fue al principio. En primeros libros y mis primeros cuentos había una impronta muy fuerte: escribía sobre mis lecturas o sobre el acto mismo de leer. Ahora esas lecturas van apareciendo en mis cuentos de una manera mucho más solapada.

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T: ¿Entonces estás de acuerdo con el doctor Sancha en que se puede ser lector sin tener un solo libro en la biblioteca?

E.H.: Por supuesto que entiendo al doctor Sancha hoy más que hace diez años. No necesito libros. Siento que podría sobrevivir con muy pocos. Esto es algo que no entiende un lector joven, o sea un lector nuevo, quien siente que tiene que estar rodeado de pilas de libros. En mi caso esas pilas se han ido reduciendo, quizás por volver más eficiente el tiempo de lectura. Aunque no sé si eso te lo dan los años, o la impaciencia, o el poco tiempo para leer con un niño de tres años en casa. O sea ya no necesito estar rodeado de libros, ya no necesito esa biblioteca inmensa en mi casa. Puedo leer un libro digital. Puedo leer un libro de biblioteca. Puedo leer un libro prestado (que luego quizás devuelvo, o quizás no). Y puedo leer un libro que compro y luego regalo, como el doctor Sancha.

T.: Usás una analogía entre el álbum de fotos y tu escritura. En el caso de este libro ¿reafirman el carácter biográfico de «Biblioteca bizarra»?

E.H.: Es que mi manera de narrar es fragmentaria. Por eso uso la analogía de las fotos y no del cine o de videos. Narrar como ir armando un álbum de fotos familiares, a partir de la memoria familiar, a partir de lo biográfico. Pero lo biográfico no excluye el elemento de ficción en la memoria. La memoria no es fija, sino fluida: cambia, muta, se agranda o se achica dependiendo de las situaciones. Y esto es muy útil para un escritor, es decir, el hecho de que la memoria no sea algo fijo e inmutable, sino algo fluido y vivo. La memoria es ficción.

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T: ¿Puede leerse este libro como una metapoética de tu escritura?

E.H: Siempre, desde que empecé a armarlo a partir de esas crónicas, he visto «Biblioteca bizarra» como un libro tras bambalinas. Como un libro no central en mi escritura -si ves lo central como mis libros de narrativa-, sino un libro que está en la periferia. Un libro que arroja luz sobre una voz narrativa, o que ayuda a hilvanar ciertas temáticas, o que revela de dónde surgen algunas de mis historias. Entonces sí, puede ser una especie de metapoética de mi escritura.

T: Considerando lo flexible que es el género novela ¿»Biblioteca bizarra» puede leerse así?

E.H.: No sé si como una novela, quizás una novela episódica. Lo que sí puedo decir es que aunque son trabajos previamente publicados, tienen una columna vertical. Y esa columna vertical la trabaja el ingeniero en mí (soy ingeniero). Es la ingeniería que hago para darle un eje central o un hilo conductor a mis textos.Todos mis libros son una serie de episodios o fragmentos que luego junto, pero ese juntarlos requiere un ingeniero, para que el conjunto parezco uno solo, y no una serie desarticulada de partes. O sea hay una ingeniería de estructura o de forma para darle al libro cohesión.

T.: Decís que escribir en Guatemala es escribir con miedo, porque es «mejor no andar hablando demasiado» ¿qué condiciones o límites tiene escribir en el exilio?

E.H.: Se me ocurre ahora que quizás el que escribe en el exilio necesita profundamente escribir a partir de la memoria. Si no estás en tu país o en tu tierra o en tu barrio porque te has sentido expulsado, pues la única manera de vivir esa tierra, de volver a ella o de reconstruirla, es a partir de la memoria. Entonces quizás ése es el limitante: si quiero escribir sobre Guatemala, sobre un lago o una montaña en Guatemala, pues tengo que recurrir a mi memoria de ese lago o de esa montaña, reconstruirla a partir de mis memorias. Quizás la limitante más fuerte para mí es escribir desde el exilio. Pero el mío no es un exilio político, sino un exilio personal. Decido no estar en Guatemala. Decido ser un guatemalteco sólo en mi ficción.

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