La narradora de «Bajo sus pies», la novela más reciente de Leticia Obeid, dice que una muerte mata muchas cosas y esa muerte, en este caso, es la de la madre, que se convertirá en un disparador para volver a su pueblo natal, comenzar a habitar una casa y tratar de entender cómo funciona la industria agropecuaria, con el objetivo de llevar adelante un proyecto que se convirtió en un mandato.

Editada por Blatt&Ríos, la novela indaga no solo en los vínculos familiares sino también en las formas actuales de desarrollar el cultivo de la tierra y su protagonista lo hace desde cero, intentando aprender las reglas y revinculándose con personajes de su infancia y adolescencia.

Obeid (Córdoba, 1975), también autora de las novelas «Frente, perfil y llanura» y «Preparación para el amor» y del libro monográfico «Leticia Obeid. Escribir, leer, escuchar», dialogó con Télam vía mail mientras se desarrolla el aislamiento dispuesto para contener la propagación del coronavirus.

«Voy por el quinto día de cuarentena obligatoria, más una semana de distancia social previa. Recién ahora se me está serenando un poco la cabeza, a pesar de las preocupaciones que hacen un ruido de fondo permanente. No solo no he logrado escribir sino que ni siquiera puedo leer, y eso que tengo una provisión de libros en papel y en digital de lo más atractiva», relata.

Sigo mucho las redes y es bastante contraproducente para la concentración.

Leticia Obeid

En un contexto en el que muchos autores se muestran activos en las redes sociales y hasta proponiendo actividades de escritura y otros explican no solo su dificultad para escribir o leer, Obeid admite que pudo ver un documental y empezar una serie, lo que la pone «contenta» porque «al menos» puede enfocarse «en una narración».

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«Sigo mucho las redes y es bastante contraproducente para la concentración. Noto una especie de curva colectiva, con picos de hipercomunicación y luego necesidad de aislamiento. En condiciones normales no necesito consumir cultura o crear cosas todo el tiempo, y ahora menos, pero me tranquiliza que esas herramientas estén a mano para cuando las pueda empezar a usar», sostiene.

Télam: ¿Cómo nació Elena y su transformación a partir de la muerte de su madre?
Leticia Obeid: En un libro anterior, «Frente, perfil y llanura», donde es un personaje bastante desarraigado, que mira todo con cierta distancia lánguida, incluso cuando vuelve a su pueblo de origen, en Córdoba. Allí Elena describe todo a través de sensaciones corporales, sin mucho registro de su psicología y la muerte de la madre inaugura una fractura profunda en su vida, que la lleva a tomar algunas decisiones impensadas. Elena es un personaje que se va metiendo en un mundo de trabajo masculino y patriarcal, con todas las dificultades que eso le pone por delante. Está bastante desorientada por el duelo y tiene que hacer con lo que hay.

T: Hay un universo ligado al desarrollo del cultivo del suelo con el que Elena se vincula a partir de su madre y hay otro, ligado a la posibilidad de sobrevolar la tierra, al que ingresa por su padre.
LO: Hay mucho de la historia de mi familia materna, que tuvo una fábrica que nació con el primer peronismo y se fundió en los 90. Mucho de lo que les pasó fue vivido como un cúmulo de fracasos personales cuando en realidad eran la globalización y políticas económicas que arrasaron con todo, fuerzas más grandes que el individuo y su comunidad incluso. Llevó años y una perspectiva más aérea entenderlo. Pero en momentos de emergencia justamente lo que no hay es tiempo para pensar y entender. En ese sentido, la madre le deja a Elena problemas a resolver y la urgencia inicial va cediendo a medida que pasa el tiempo y va adquiriendo nuevos conocimientos. Es una historia sobre el aprender, sobre cómo nos adueñamos de un saber. Observar sirve pero tarde o temprano hay que meter las manos en la masa para aprender, hacer, involucrarse.

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T: A medida que avanza la narración, avanza la forma de Elena de apropiarse de una casa, la que era de su madre. ¿Te interesa pensar a la literatura como una forma de apropiarse del mundo?
LO: Sí, el arte me parece una forma de apropiarse del mundo, de masticar la experiencia, de revisar, repensar, rehacer. Por ejemplo, la muerte de un ser querido es una cosa misteriosa que nos da el deseo intenso de rebobinar el tiempo, de volver a ese momento previo en que la vida aún estaba en ese cuerpo amado. Y el arte, la fotografía, la escritura, el video son las únicas cosas que pueden congelar una porcioncita de vida y conservarla, transfigurada.

T: La separación de la novela en tres partes ayuda a pensar la idea de proceso y el paso del tiempo…
LO: Me facilitó mostrar tiempos de acción y espera propios de la agricultura y que van pautando la historia de esos meses en la vida del personaje. El barbecho es un estado del campo y una acción también, porque se barbecha haciéndole cosas a la tierra, y a la vez se espera hasta que llegue el momento de reiniciar la campaña agrícola. Después viene otro período, con sus islotes de espera y la cosecha, al final, es un lapso breve pero frenético de revelar los resultados. Después todo vuelve a empezar. No sabemos qué hará Elena después de descansar y sacar conclusiones, pero eso puede ser un nuevo libro.

T: ¿Qué lecturas te acompañaron durante la escritura?
LO: «Estanque», de la irlandesa Claire Bennett, que es el diario de una mujer que vive sola en el campo y va perdiendo la razón. La falta de diálogo con otros parece ir acentuando sus manías y singularidades y esto se ve reflejado primero en lo que cuenta y en el lenguaje. «El verano del odio», de Chris Kraus, con una mujer que está al borde de la locura, y en ese filo va siempre para adelante. Además es la historia de alguien que trabaja en el campo del arte pero tiene que arreglárselas con otra cosa para vivir, algo que parece muy alejado de “la cultura” como es el ramo inmobiliario. También los libros de duelo como «El año del pensamiento mágico», de Joan Didion; «Wild», de Cheryl Strayed; «Mi libro enterrado», de Mauro Libertella y el inefable «Diario de Duelo» de Barthes.

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