A tono con las modalidades virtuales que imponen las restricciones de circulación pública por el coronavirus, una maratón de lecturas en las redes sociales recordará a Olga Orozco para redescubrir la obra de una poeta indispensable y figura destacada de las letras argentinas, de quien este martes se cumplen 100 años de su nacimiento, un 17 de marzo de 1920.

El aniversario preveía homenajes, sobre todo en la Pampa, donde funciona la Casa Museo Olga Orozco – la vivienda natal de la poeta que se ocupa de difundir su legado- pero las medidas preventivas cambiaron el escenario, aunque no la celebración: bajo la consigna #OlgaOrozco100años su casa cultural impulsó para la fecha de su natalicio una campaña de lecturas en redes, a las que se sumó el Malba, que también tenía en agenda un diálogo coordinado por el especialista Jorge Monteleone.

«Mis poderes son escasos. No he logrado trizar un cristal con la mirada, pero tampoco he conseguido la santidad, ni siquiera a ras del suelo. Mi solidaridad se manifiesta sobre todo en el contagio: padezco de paredes agrietadas, de árbol abatido, de perro muerto, de procesión de antorchas y hasta de flor que crece en el patíbulo. Pero mi peste pertinaz es la palabra», escribe en un ensayo autobiográfico Olga Orozco (1920-1999), un juego de palabras para una poeta mágica y vidente en medio de la pandemia.

La Casa Olga Orozco, ubicada la ciudad pampeana de Toay donde la poeta vivió hasta los ocho años y a la que describió «de médanos andariegos, de cardos errantes, de mendigas con collares de abalorios, de profetas viajeros y casas que desatan sus amarras y se dejan llevar, a la deriva por el viento alucinado», será la impulsora del homenaje: a las 10 de la mañana a través de Instalive -el canal en vivo de la red Instagram- tendrá lugar un recorrido por las salas del museo y durante todo el día se convocará a una lectura en redes para recordarla con sus textos.

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Su biografía

Orozco nació un 17 de marzo de 1920 bajo el nombre de Olga Nilda Gugliotta, con «sol en Piscis y ascendente en Acuario, y un horóscopo de estratega en derrota y enamorada trágica» y empezó a escribir «en serio» -en sus palabras- a los diez u once años. Su primer libro, «Desde lejos», lo publicó ya instalada en Buenos Aires, en el año 1946: para ese entonces había estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras y conocido a Julio Cortazar, Oliverio Girondo, Norah Lange o Juan Ramón Jiménez.

Si algo que traza la figura de Orozco (1920-1999) es que su obra puede leerse como un gran poema con una voz propia, subjetiva, que se sostiene en el tiempo; ella misma reconoció a lo largo de sus libros temas subyacentes, «siempre fueron los mismos – dijo en una entrevista de 1998 emitida por Canal Encuentro-: la búsqueda de Dios, el hecho de acechar más allá de lo visible o lo inmediato, de ampliar las posibilidades del yo; el tiempo y la memoria, sobre todo; la justicia, la libertad, el amor y la muerte ¿no?».

En el prólogo de su «Poesía Completa», publicada por el sello Adriana Hidalgo en 2012, la poeta y ensayista Tamara Kamenszain escribe: «En la recepción en México del Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo en 1998, Orozco afirmó que ‘la poesía espera para si misma la misteriosa gratificación de asir lo inasible y expresar lo inexpresable’. Y probablemente nada sea tan inexpresable como el tiempo de la subjetividad ni tan inasible como la muerte», dos temas cardinales de su obra.

Olga Orozco en Canal Encuentro

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Acaso por la cercanía de tres hermanos que murieron prematuramente, para Orozco la muerte -la angustia, la pulsión- rondó su obra: a su hermano Emilio, que falleció de tuberculosis a los 19, le dedicó «Para Emilio en su cielo»: «Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,/ extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,/ tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitarán cenicientos pétalos/ después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,/ la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas/».

«Se puede ir viendo -señala Kamenszain en el prólogo del libro que compila sus versos y ensayos, cuyo cuidado estuvo a cargo de Ana Becciú- cómo la cualidad de las alusiones a la muerte va cambiando a través de los diferentes libros, al mismo tiempo que cambia el modo en que la hablante se concibe a sí misma». Al respecto, la propia Orozco sostuvo que la memoria y la poesía eran para ella «armas contra el tiempo y la muerte; le voy echando poemas a la muerte para sobornarla».

Luego de su primer libro «Desde lejos», en 1951 publicó «Las muertes» y en 1962, «Los juegos peligrosos», que le valió el Primer premio Municipal de 1963. Emparentada con la llamada Generación 40, a pesar de la diversidad prolífica de sus autores, esta autora surrealista, continuó publicando títulos como «Museos salvaje» (1974), «Veintinueve poemas» (1975), «Cantos de Berenice» (1977), «Mutaciones de la realidad» (1979) y «Con esta boca, en este mundo» (1994), entre otros.

Si bien su obra poética conquistó un terreno en la genealogía literaria, Orozco también cultivó la prosa (los libros de relatos «La oscuridad es otro sol» y «También la luz es un abismo») y se acercó al periodismo con sus notas miscélaneas que publicó bajo ocho seudónimos distintos en la revista «Claudia» entre 1964 y 1974, las cuales fueron reunidas en el libro «Yo, Claudia», cuya selección estuvo a cargo de la poeta y gestora cultural Marisa Negri.

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Orozco también se definió alguna vez como una «pintora frustrada» en su relación con la imagen, pero su grandes aficiones fueron el tarot y la astrología: de hecho escribió horóscopos con el seudónimo «Canopus» en el diario Clarín-, y el tono esotérico que cubre su literatura se asocia a las premoniciones y videncias que la acompañaron desde pequeña: «yo tuve relámpagos desde chica» le dijo al poeta Jorge Boccanera en una entrevista.

En las anotaciones para una autobiografía que recopila «Poesía Completa», cerca de cerrar el texto, Orozco dice: «En cuanto a mi vida, espero prolongarla trescientos cuarenta y nueve años, con fervor de artífice, hasta llegar a ser la manera de saludar de mi tío abuelo o un atardecer rosado sobre el Himalaya, insomnes, definitivos. Hasta el momento sólo he conseguido asir por una pluma el tiempo fugitivo y fijar su sombra de madrastra perversa sobre las puertas cerradas de una supuesta y anónima eternidad».

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