Con una inteligente cuota de desprejuicio, espontaneidad y sentido del humor, Cecilia Pavón reúne en su libro de cuentos «Todos los cuadros que tiré» relatos inspirados en situaciones de su vida cotidiana que con sorprendente libertad transforma en textos literarios que adquieren la forma de confesiones, declaraciones de principios o reflexiones con las que busca reírse de sí misma.

La obsesión de los argentinos por el dólar, la pelea con su novio «porque lavaba los platos sin amor», la destrucción de cuadros que le recuerdan momentos que prefiere olvidar, y consideraciones sobre arte, traducción y felicidad alimentan los cuentos donde la autora desnuda su alma sin inhibiciones, convencida de que la escritura «es un lugar de libertad, donde las reglas no están dadas de antemano».

Su departamento en el barrio de Once Sur -como le gusta decir- es reflejo de los disparadores que habitan esta obra, editada por Eterna Cadencia, como la presencia de obras de artistas argentinos contemporáneos, el cuarto propio junto al lavarropas desde el que escribía y que ahora trasladó a una habitación con biblioteca, y un amplio y florido jardín en planta baja, refugio de los ruidos que invaden esta gran ciudad.

Mientras prepara un café, Pavón, que además es artista y traductora, cuenta a Télam que a principios de marzo viajará invitada por la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, a exponer sobre poesía y ecología. En ese país, se editaron tres de sus libros, y este año la editorial Semiotexte publicará sus cuentos.

– Télam: Los cuentos están atravesados por tu cotidianeidad, ¿Desde qué lugar escribís y cómo concebís la escritura?
– Cecilia Pavón: Escribo desde que tengo memoria, siempre de niña tuve un diario al que escondía debajo de la cama o en el placard -para que no lo leyeran mis padres ni nadie de mi familia- y siento que no hay una ruptura entre ese momento de la infancia y el hoy. La cotidianeidad de escribir para mí se mantuvo toda la vida y un día se transformó en un libro, en dedicarme a la escritura y estudiar Letras. Hasta que empecé a estudiar esa carrera a los 20 siempre tuve diarios y un cuaderno donde escribía poemas. Creo que a todo el mundo que escribe, esa predisposición se le revela en la infancia.

La cotidianeidad de escribir para mí se mantuvo toda la vida y un día se transformó en un libro, en dedicarme a la escritura y estudiar Letras

– T: Esa escritura desde el yo en tu obra ¿viene de la poesía?
– C.P: La vida real dispara los textos pero siempre cambiados o transfigurados para que el «yo» siempre sea un mirarse a una misma y reírse de una misma porque trato de buscar humor en lo que escribo, ya que no me quiero tomar mi vida demasiado en serio. Quiero usar mi vida para escribir un cuento, no escribir un cuento para contar mi vida, usarla como material poético. Esa es la diferencia con la escritura del yo, con la que también me identifico, pero por otro lado no le doy tanta importancia. Me parece más importante el nosotras, nosotres, creo que es un momento para pensar en el nosotres, creo que el yo peca de demasiado individualista.

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Si uso mi yo es para destruirlo, siempre que escribí pensé eso, que escribía para destruir el yo, no para afirmarlo.

– T: ¿Podés explicar un poco más esta idea?
– C.P: Introducirse en una obra de arte, del tipo que sea, es antes que nada desaparecer como individuo, como un intento de evadir los límites del tiempo y el espacio. Si tomo demasiado en serio mi propia experiencia quedo atrapada en parámetros demasiado estrechos, y si quiero escribir un poema o un cuento es para expandirme, algo así sería destruir el yo: lograr algún tipo de expansión donde lo individual ya no importe o donde lo colectivo sea más importante que lo individual.

– T: En el primer cuento, la ropa, la política y la guerra forma parte de un mismo eje. ¿Qué inspiró ese relato?
– C.P: Es un cuento muy irónico que habla sobre H&M, una marca de moda global que explota gente en África y Asia para dar una imagen de moda democrática para los países occidentales, porque representa el neoliberalismo en su máxima expresión que es esta supuesta democracia donde copian a los diseñadores caros como Gucci o Prada a un precio a 10 o 20 dólares. Entonces el cuento es muy irónico acerca de lo que es la identidad. Lo escribí cuando comenzó el gobierno de Macri, y fui a Chile en micro y vi que la cantidad de gente cruzando en auto para hacer compras allá era impresionante. Se había liberado el dólar, y era un delirio ver gente con valijas en los shoppings y en H&M. Otro dato muy loco es que ese shopping, que es el más grande de Sudamérica, fue inaugurado por un militar el día que se declaró la guerra de Malvinas: por eso es parte del complejo orden mundial, de shoppings y guerras, y Chile fue una especie de punta de lanza del neoliberalismo en Sudamérica.

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El comentario que hago acerca de la ropa es autoparódico: me había separado y entonces la idea era «tengo que comprarme ropa para volver a enamorarme». Por eso digo que escribir desde el yo es reírse un poco, como encontrar en uno la parte ridícula y ser un payaso de uno mismo, no tengo problema en ser payasa, me encanta esa idea.

– T: En el cuento acerca del hombre que «lavaba los platos sin amor», lo ingenioso es cómo la rejilla de la cocina donde se acumula la suciedad se relaciona con un episodio de una artista brasilera que denuncia la opresión de las mujeres negras, ¿A partir de qué surgió?
– C.P: En ese cuento hablo, por un lado, del trabajo doméstico que está injustamente repartido, y por otro lado, del amor a uno mismo en el acto de limpiar la casa propia. En ese cuento trato de darle una vuelta amorosa, romántica, folletinesca al asunto, pero en el fondo habla de la desigualdad del trabajo doméstico.

A la artista brasilera Michelle Mattiuzzi la conocí cuando fui a un encuentro sobre un escritor alemán. Allí mostraba el video de una performance en la que sangraba cuando le atravesaban el rostro con agujas. Me sorprendió mucho ver su obra. Esa combinación de temas responde a que trato de ir integrando, salir al mundo y relacionarme con otros, otres artistas.

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