Entre puestos ambulantes y tumultos de gente compradora que recorren la calle Carmen, en el Centro Histórico, existe un lugar emblemático que ha sido atendido por tres generaciones: “El Taquito”, uno de los restaurantes más antiguos de la Ciudad de México.

Su historia comenzó en 1923, cuando Concepción Rioja, mejor conocida como la abuela “Conchita”, y don Marcos Guillén llegaron de Guadalajara en búsqueda de hacer una mejor vida, así que abrieron una recauderia en la calle República de Bolivia; y como lo que mejor les salía era cocinar, instalaron afuera un pequeño anafre y unos bancos para vender sólo tacos de carnitas, lengua y pollo, además de antojitos mexicanos como sopes y tlacoyos.

La fama del lugar se dio de boca en boca, “de hecho su nombre se debe a que la gente siempre decía ‘vamos a echarnos un taquito’ cuando se refería al negocio”, platicó para Infobae México Marcos Guillén, nieto de los fundadores y encargado del restaurante.

Con el tiempo, la demanda de comensales generó la extensión del puestito a un establecimiento más en forma en la calle Del Carmen, así como la ampliación del menú. Todas las recetas son de la abuela Conchita, y dentro de las especialidades se encuentran la sopa de médula, el caldo tlalpeño, el mole poblano, el cabrito al horno, las criadillas de toro en salsa verde o al mojo de ajo, y las arracheras en su jugo o a la tampiqueña.

A principios de la segunda mitad del siglo XX, el local era de dos plantas y tenía ocho salones para darse abasto con los visitantes. Como buen aficionado a la tauromaquia, Rafael Guillén decoró su establecimiento con cabezas disecadas de toros, carteles, fotografías y trajes de torero que le fueron donando sus grandes amistades y figuras del ruedo como Rodolfo Gaona, Luis Procuna y Carlos Arruza.

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“El ambiente taurino jala todo tipo de cliente: desde el taxista y el bolero, hasta el deportista y el político”, mencionó Marcos.

Y no exagera, en las paredes tapizadas de fotografías se observan grandes personajes sentados en sus mesas deleitando su paladar: desde actores de la talla de María Félix, Silvia Pinal, Dolores del Río, Edith Gonzalez,”Cantinflas”, “Tintan” y Jorge Negrete; cantantes como José José, empresarios como Carlos Slim; glorias del deporte como Hugo Sánchez, Julio César Chávez y “El Puas” Olivares; presidentes como Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Fidel Castro y John F. Kennedy; así como escritores y periodistas, como Gabriel García Márquez y Jacobo Zabludovsky, un asiduo cliente, tanto que en su honor uno de sus salones lleva su nombre.

Hay tres historias que llenan de orgullo a la dinastía Guillen. Una de ellas es cuando Marilyn Monroe llegó sin previo aviso”.

Era febrero de 1962, el regente Ernesto P. Uruchurto le pidió a su padre, don Rafael Guillén, atención especial para una persona que iba a llegar a comer: “Por favor lúcete”, le dijo.

Unos minutos después y ante incertidumbre, llegó Marilyn Monroe, acompañada del cineasta Emilio «El Indio” Fernández y un grupo de periodistas, cuenta emocionado. “Escuchó mariachis, tomó margaritas y comió muy bien, pidió sopa de médula, mole poblano y tacos de gusano de maguey”.

Incluso, presume tener una de las últimas fotografías de la actriz considerada uno de los máximos símbolos sexuales de todos los tiempos, pues seis meses más tarde fue encontrada muerta.

“Le dimos de comer a él y 200 cardenales en la Basílica. Comió un entremés ranchero que lleva carnitas, quesadillas, guacamole, nopales y chalupa poblana; sopa de nopales, filete de res a la tampiqueña y de postre ate con queso. Quedó muy complacido”.

Asimismo, comparte que tuvo la oportunidad de servirle al Príncipe Carlos, de Inglaterra: “A mí me mandaron a ese banquete, para que él probara unos bocadillos y martinis, de lo que me siento muy honrado”, dijo mientras le echa un vistazo a la fotografía que cuelga en la pared.

Federico, un mesero con más de 13 años de experiencia en El Taquito, nos cuenta que a pesar de el buen sazón y los diversos reconocimientos con los que cuenta el establecimiento, la clientela ha bajado, y que incluso, ya no es tan frecuente que los visiten personalidades de la radio y la televisión.

“La época de oro del lugar fue durante los 50, 60 y 70. Después del temblor de 1985 se vino abajo, porque el comercio informal comenzó a invadir la zona”.

La gran cantidad de puestos de ropa, peluches, útiles escolares y hasta carros de hot dogs y hamburguesas dificultaron los accesos y la confianza de los comensales. Tanto que el restaurante tuvo que reducir su capacidad a la mitad, rentando los espacios de la planta baja para otros negocios.

A pesar de ello, el clima taurino y familiar, así como los platillos mexicanos del más alto nivel siguen presentes en este restaurante-museo. La dinastía Guillén considera que la tradición del lugar se debe de conservar, y es por eso que sus puertas se siguen abriendo todos los días a excepción del 25 de diciembre y 1 de enero.

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