La “vara tan alta” que Mauricio Macri asegura que le deja al próximo gobierno puede tomarse como una mentira más de las innumerables de estos cuatro últimos años, pero es mucho más que eso.

Por más ridículo y absurdo que resulte, no puedo tomar en broma al Macri que llamó a cuidar la vara “tan alta” que su gobierno, según él, puso. O cuando dice que ahora hay más trabajo, o que “dejamos bases sólidas para crecer”. ¿No sabe que no es cierto? Obvio que sabe, sus insuficiencias intelectuales no llegan a tanto. Y, si así y todo lo dice, algún motivo debe haber. Esa insistencia, ese descaro con que el próximo ex presidente y los más suyos mantienen la ficción tiene que tener un propósito.

Veo, o creo ver, un guión ahí. Mostrar, fuera de toda duda, que no van a dar el brazo a torcer ni van a reconocer nada. Hacer del cinismo un instrumento de poder y, por pura prepotencia de clase, imponerlo, que sea más fuerte que la sensatez y la experiencia concreta, blindando los núcleos pasionales en que eso que llamamos “macrismo” basa su arraigo social. No importa que no sea cierto, nunca importó, hay que insistir. ¿Pueden la impostura y el caradurismo más que las evidencias, aun las que más duelen en carne propia? Hay veces en que no pueden, lo hemos visto, pero otras veces sí, y no pocas.

No es la cantidad de verdad que pueda haber en las frases y los dichos lo que cuenta, es su presencia, su lugar en la vidriera social. Estar ahí, aunque más no sea para que quien los oye o lee no escuche otra cosa, y para impresionar o intimidar con el gesto. ¿Cómo va a ser mentira si lo dice Fulano, y lo dice muchas veces? ¿No es una muestra de decisión, de poder, de fuerza? ¿No tienen peso en las mentes y las conductas el poder, la decisión, la fuerza, la sensación de que ahí están, firmes, listos para venirse encima? Cito el “principio de orquestación”, tal como aparece en “Los once principios de la propaganda”, de Joseph Goebbels: “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: ‘Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad’.” De paso: ¿notaron que ninguno de esos principios, tan decisivos para el poder de Hitler, dejó de haber sido aplicado en estos años de macrismo?

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Se trata, por decirlo así, de mantener la llama encendida, no dejar que decaiga en “la gente” su capacidad de negación. No exactamente, aunque algo tiene que ver, en el sentido que le da el “negacionismo” (negar la teoría de la evolución, por ejemplo, o el Holocausto), ni exactamente –hasta donde sé– en lo que llama “negación” el psicoanálisis freudiano. Pienso, al usar esa palabra, en lo que ocurre cuando la verdad le resulta a uno más insoportable que el autoengaño, y el autoengaño, por lo tanto, pasa a ser “la verdad”. Eso que ocurre cuando las personas se empeñan en ver y pensar sólo lo que quieren ver y pensar, porque algo importante para su autoestima y para su seguridad emocional corre peligro, o eso creen, si dejan que la trama de sentimientos y convicciones de la que están agarradas se afloje. Mantener como sea en pie el ilusorio bunker mental que le permite a uno sentir que “es alguien”, más aun si los motivos para cuestionarlo empiezan a amontonarse.

A mantenerlo, cuando menos, y, hasta donde se pueda, instrumentarlo, apuntan, según parece, las manipulaciones discursivas del hombre que se muda y sus réplicas en La Nación, Clarín y sigue la lista. De ningún modo conviene subestimar en estos tiempos el poder de la posverdad, su capacidad de daño, la fuerza con que sus operaciones modelan en las almas los modos en que esas almas se paran ante el mundo.

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