La alegría por la liberación de Lula duró poco. La bestial arremetida contra el gobierno de Evo Morales y Álvaro García Linera en Bolivia oscureció del todo el panorama político latinoamericano.

Hacía muchísimo tiempo que no asistíamos a desenlaces cruentos y feroces como los que ayer domingo vivió la hermana república plurinacional, que incluso opacaron la poderosa resistencia popular chilena que ha llevado a Piñera a admitir la posibilidad de un cambio constitucional.

El flamante Grupo de Puebla está debutando con demasiado en contra, y eso tampoco es casual. El gobierno del planeta, a cargo de un fanático peligroso, no da tregua y obliga a andar con pies de plomo.

Y si bien tenemos de nuestro lado los esperanzadores y atinados discursos de Alberto, nada autoriza a que nos entreguemos distraídamente a la dulce ansiedad que sentimos millones de argentinos para celebrar el 10 de diciembre la partida del macrismo. Y es que lo imprescindible aquí y ahora es estar alertas porque el panorama continental, a corto y a mediano plazo, es más oscuro que luminoso.

La situación general de Nuestra América se ha complejizado. Y un alzamiento como el de la alta burguesía boliviana, con tipos simil Mesa y Camacho, no van a ser rarezas entre nosotros. De hecho, hay colegas que ya señalan la explícita amenaza de la Sociedad Rural Argentina de bloquear nuevamente las rutas si el gobierno del FT reimplanta retenciones. Que serán necesarias, segmentadas y prudentes pero necesarias.

Las reacciones del neoliberalismo en pie de guerra mostraron siempre que son capaces de todo, y de cualquier cosa. Solamente con unidad, inteligencia y firmeza, y el apoyo popular activo, será posible neutralizarlos. Por eso en esta Argentina saqueada y casi exhausta tendremos que sostener las esperanzas asidas a la firmeza y la movilización, porque los colonizados, los contentos, los lelos descerebrados a fuerza de tele y mentiras, y los gorilas sin remedio, no demorarán ni un solo día sus ataques. Su prédica de odio, como la de los miserables golpistas de Bolivia, ya es entre nosotros terreno abonado. Como también lo es la empatía de sectas dizque evangélicas con sectores de la jerarquía católica históricamente golpista y racista. Nada nuevo.

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Salvo un dato a tener en cuenta: tanto en Chile y Ecuador, como ayer en Bolivia, a los procesos populares los enfrentaron con ferocidad policías y carabineros Bullrichizados, o sea con licencia para matar y violar. En ninguno de esos países se llamó a las fuerzas armadas, cuyo rol se supone que es de resguardo institucional y no de represión callejera. Incluso en Bolivia, los golpistas se valieron hasta último momento de policías insurrectos y encapuchados, que fueron los que arrestaron, torturaron, incendiaron y violaron (a mansalva en el caso chileno). Es decir: desde el principio no fueron los ejércitos los represores sino las policías, mientras las fuerzas armadas se abstenían de intervenir, como en Bolivia, llamando a una «solución política». Hasta que se decidieron a dar el golpe y retrocedieron más de veinte años. Para tener en cuenta, dijimos.

Y otro punto para el análisis: puesto que en estos casos trágicos siempre es necesaria la autocrítica, parece inevitable analizar y admitir que seguramente se cometieron gruesos errores en Bolivia, donde quizás no debió ser Evo el candidato repitente después de 12 años, sino su vicepresidente García Linera, un hombre fiel, querido y admirado. Y por supuesto que ahora es fácil decirlo, claro, pero hay que decirlo.

Lo cierto es que bajo ningún concepto cualesquiera de los errores cometidos justifican la barbarie que destruyó el proceso democrático boliviano. Pero es para tenerlo en cuenta porque en menos de un mes Alberto y Cristina serán gobierno y es previsible, seguro y obvio que deberán gobernar con la peor oposición enfrente y, humanos son, es imposible descartar yerros. Sobre todo porque de las jaurías neoliberales del macrismo no cabe esperar juego limpio. Nunca los mentirosos se corrigen, ni los estafadores se adecentan, ni los voraces se moderan.

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En una noche como ésta, de un domingo espantoso, es difícil inventariar la esperanza. Pero mañana será otro día, y, como están hoy las cosas en Nuestra América, ratifiquemos que –más que nunca– la paz, la cordura y la firmeza en los principios son mandato, horizonte y destino.

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