Fue el cierre de las marchas del «Sí se puede». Repitió sus consignas de siempre y las críticas al «dedito» y al «atril». Hoy se juega la carta del debate. 

Con encuestas que  le auguran un panorama sombrío para el domingo que viene, el presidente Mauricio Macri encabezó ayer la llamada «Marcha del millón» en el Obelisco porteño, la carta que se jugaba para revertir la elección. «No nos vamos a quedar callados viendo cómo nos roban el futuro», dijo desde el escenario, en un discurso repetitivo en eslogans y desprovisto de novedades.  La concurrencia estuvo lejos de la cifra convocante y en cuanto a su composición terminó confirmando que Macri principalmente mantiene el apoyo de lo que siempre fue su principal sostén, un sector de la clase media urbana, habitualmente refractaria al peronismo. A eso se le puede agregar lo que habitualmente se conoce como «el campo», de lo que ayer, sin embargo, no se vio mucho. «El domingo 27 es la elección real y no es cualquier elección: es la que define el futuro por muchos años», subrayó Macri. La marcha del «Sí se puede» con la que recorrió el país le sirvió para darle algo de músculo luego de la paliza de las PASO, pero los sondeos conocidos aseguraron que no le sumó votantes sino que consolidó su núcleo duro, que tuvo ayer su acto autocelebratorio.

«No podemos repetir la historia una y otra vez», dijo Macri, acompañado únicamente por su mujer Juliana Awada y su compañero de fórmula Miguel Angel Pichetto. La dirigencia de Juntos por el Cambio, desde la gobernadora María Eugenia Vidal hasta la ministra Patricia Bullrich pasando por los radicales Gerardo Morales, Mario Negri y Martín Lousteau, siguieron el discurso desde abajo, mezclados con la gente. Las palabras de Macri levantaban entusiasmo cuando iban dirigidas contra el kirchnerismo. «Ya lo vivimos muchas veces, con deditos, con atril, con canchereada, con soberbia, con esa forma de concebir el poder que muchos argentinos rechazamos. ¡Basta de eso!», insistió, volviendo al cierre del debate del domingo pasado. «¡Que vaya presa!», fue un cantito que surgió espontáneamente. Un muñeco inflable pequeño con un dibujo de Cristina Kirchner con traje a rayas fue una de las atracciones. La gente le pegaba o se sacaba fotos con él.

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Se había anunciado «un discurso largo y de contenido federal», pero en Mauricio Macri no hubo ni lo uno lo otro. Tampoco un análisis histórico, ni propuesta a futuro, ni algo más o menos sustancial. Llamativo, dado que se trataba de la convocatoria más ambiciosa realizada por el oficialismo. Una de las pocas cosas que se escapó de las consignas de siempre fue las preguntas que lanzó a la gente para que le responda. ¿Creemos que hay que decirle basta a la impunidad? ¿Creemos que la justicia tiene que ser independiente? ¿Creemos que se pueden hacer políticas sociales sin clientelismo? Fueron algunas de varias. La gente respondía «Sí» pero de cada una se podría acotar alguna cosa. Sin ir más lejos, a propósito del clientelismo, el viernes la justicia ordenó suspender el pago de subsidios que distribuían punteros y candidatos macristas.

El «Sí se puede» y el «Mauricio la da vuelta» fueron los estribillos repetidos hasta el infinito por parte una tribuna poco creativa. «Ese 24 de agosto cuando salieron a la calle a decirme que no estaba solo», recordó Macri esa movilización a la Casa Rosada, que inspiró la de ayer. «Y hoy estamos acá para decirle que ustedes no están solos», agregó. También aseguró que «siempre los voy a defender», lo que podría interpretarse como un anuncio de su continuidad en la arena política en caso de derrota.

Sísepuedismo

«Vamos a esperar unos minutos más, hay mucha gente que está llegando desde el norte y desde el sur», anunciaron por los parlantes pasadas las 18. Pero no había cambiado mucho el panorama cuando el acto arrancó a las 18.30 con un saludo de Horacio Rodríguez Larreta. Era nutrida la presencia por el carril central de la 9 de Julio hasta Viamonte. En cambio, tanto por Cerrito como por Carlos Pellegrini se podía transitar por tranquilidad hasta a una cuadra del escenario. Cuando se lanzó la convocatoria por las redes sociales, se la buscó equiparar con el cierre de campaña de Raúl Alfonsín en 1983. También en la 9 de Julio, pero con el escenario mirando hacia el sur, aquello fue una marea humana que hoy parece imposible de repetir. Pero lo de ayer quedó muy lejos.  Hubo réplicas mínimas del acto en el interior y algunas ciudades del exterior.

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«Estamos convencidos que Mauricio la da vuelta, ¿no es cierto?», preguntó Larreta para que arrancara el cantito pero no pasó, así que tuvo que empezar a cantar él. Subió junto a su compañero de fórmula Diego Santilli y sus respectivas esposas. Uno que había pasado antes fue el secretario de Medios Públicos, Hernán Lombardi, quien contó que había mucha gente sobre avenida Corrientes, cosa que alivió a quienes esperaban y no veían a su alrededor el panorama que habían imaginado. «Yo pensé que iba a estar de gente hasta avenida Libertador, pero mirá, acá no hay nadie», le comentaba un marido a su mujer, en Pellegrini y Tucumán. Incluso, daba el café take away enfrente y caminar tranquilo. Del otro lado, en Cerrito, estaba un poco más concurrido porque la UCR y el PRO habían colocado mesas para anotarse para fiscalizar la elección. Muchos luego circulaban con el cartelito de voluntario.

«Lore, quedate ahí que te saco con el Colón detrás», le pedía una señora a su hija mientras la inmortalizaba con la bandera argentina con el hashtag convocante #SíSePuede a 200 pesos la de tamaño mediano. En la esquina se repartía un merchandising gratuito de banderitas argentinas de plástico y calcos. Un problema fue la falta de señal para subir las fotos al Instagram, un lamento que se escuchaba por todas partes. Además de las muchas banderas argentinas, sólo se vieron algunas de Venezuela. Los carteles, muchos, hablando de república y democracia. «Ningún país normal del mundo vota como el 75 por ciento de los presos», sostenía una pancarta una chica con anteojos de sol. Su pareja levantaba otro: «Con Vidal contra la corrupción».

En eso apareció Patricia Bullrich caminando por 9 de Julio, rodeada de un grupito de seguidores. «Vamos Patricia, le podés prestar ovarios a unos cuantos», le gritó un hombre. Pasó bastante desapercibida. Vidal también eligió el llano. En la primera fila detrás del vallado, aceptó un pañuelo celeste que se ató a su muñeca. Se vendían pañuelos celestes por las dos vidas, que algunos compraban junto al amarillo del PRO o el blanco de Juntos por el Cambio. Pañuelos verdes no se veían.

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Desde el escenario fue pobre lo que le ofrecían a la gente. Más allá de la aislada arenga disfónica de Lombardi, no hubo ni discursos ni grupos musicales. Había pantallas a cada cuadra y la diversión era levantar las banderas al paso del dron. «Sí, que nos enfoquen para que no digan que no hay nadie», era el reclamo. Pese a la demonización propiciada por el macrismo, se veían micros tanto en dirección norte como sur. También se vendían choripanes.

El último acto

Aunque todavía quedan días de campaña por delante, claramente lo de ayer fue el clímax de la campaña de Juntos por el Cambio, justo un día antes del debate. Cerca del Presidente aseguran que se verá un Macri más al ataque. «No caigamos otra vez. No aceptamos que quienes destruyeron el país ahora nos digan con el dedo en alto que ellos son los que saben. ¡Por favor!», insistió en un tramo de su dicurso que luego subió a las redes sociales. El dedo índice de Alberto Fernández parece destinado a ocupar un lugar central en el cierre de la campaña, dada la orfandad de propuestas del oficialismo. «No dejemos que nos hagan abandonar nuestros sueños, es lo más lindo que tenemos», fue alguna de las frases de Macri. Pese a que ya no talla como antes, la prédica vacía de Jaime Durán Barba continúa siendo la marca en el orillo del macrismo. «Ahora que se ponga las pilas. Que le pase la aspiradora al bigotín», le decía un señor a su mujer mientras iba por Lavalle rumbo al Bajo. Los que lo rodeaban caminaban en silencio, rumiando sus dudas.

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