El gran modelo de gestión para la gente de Cambiemos es el metrobus, al que se fue agregando el pavimento y las cloacas que abren la posibilidad de andar con zapatillas truchas, pero blanquísimas, sin señales de tierra. De lo que se trata es de transitar: las calles, los programas económicos, la vida. Ya habrá tiempo para detenerse y pasarla bien. Por ahora todo es cloaca.

Cuando está nerviosa, la gobernadora María Eugenia Vidal adopta una forma especial de hablar. Mira de frente a sus entrevistadores, pero sus ojos se le salen de las órbitas; entona el comienzo de la frase con calma y la completa con enojo – a ella le gusta llamarlo “apasionamiento”- dando un brusco y rítmico giro de cabeza a la derecha. Esto no pasa con mucha frecuencia, porque la mayoría de sus entrevistadores la cuida con un afecto desproporcionado. Pero esta vez Ernesto Tenenbaum y María O’ Donnell decidieron repreguntar y no darles crédito irrestricto a sus afirmaciones. Le señalan el crecimiento de la pobreza en la provincia de Buenos Aires. Vidal lo niega. Insisten.

-Si un habitante de San Miguel o Tres de Febrero está peor después de que le pusieron el asfalto en su casa y esperó 40 años y ahora se puede poner unas zapatillas de color blanco, a lo mejor no te dice que está peor -afirma Vidal.

Detengámonos en esta idea, que es clave: no importan las condiciones económicas cada vez peores, el desempleo, la precarización o el empobrecimiento de la vida cotidiana. Lo que importa es el asfalto.

En el principio fue la ciudad de Buenos Aires. “Metrobús” fue el mantra preferido de su jefe de gobierno, el ingeniero Mauricio Macri. No importaba el endeudamiento de la ciudad, ni la subejecución de las partidas de salud y educación, ni la especulación inmobiliaria. Lo importante es que se podía llegar más rápido a alguna parte. Pongan a un ingeniero en el gobierno; solo les va a hablar de caminos.

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La promesa de campaña de Macri es llevar el modelo de la ciudad de Buenos Aires a toda la Argentina, un gobierno que no cuida a los suyos pero les regala metrobuses. Ya como presidente de la Nación, Macri tuvo su epifanía hace un par de meses en el barrio de Retiro, inaugurando el Paseo del Bajo. Se arrodilló, tocó el cemento con sus manos y exclamó “¡Esto no es relato! ¡Este pavimento es real!” con ese entusiasmo impostado, tan suyo.  Después de tres años de discursos cuasireligiosos, invitaciones a tener fe y expresiones poco concretas como “vamos por el camino correcto” (otra vez la ruta), “el cambio que todos elegimos” y “los cambios que son necesarios”, Macri se convertía al realismo. Para él, progreso es igual a cemento.

 

En la Buenos Aires que hoy gobierna Horacio Rodríguez Larreta se sigue predicando este evangelio. Buenos es una ciudad siempre en obra. Una construcción infinita en tiempo y en espacio. Tres medidas de cemento y una de pasto, o de pasto artificial. Donde se derriban edificios históricos para construir encima otros edificios más débiles y más feos, y se los envejece artificialmente, como esos falsos sillones que aparecen en las avenidas, que parecen mullidos pero son de cemento. En cada cuadra hay un pozo, una valla amarilla o un cerco perimetral. Algunos de estos cercos llevan años ahí porque la idea es que parezca que el trabajo no para nunca. Lo que Charly García llamaba “constant concept”. O un cuento de Kafka, donde se levantan las baldosas de la vereda que no están rotas y se las cambia por otras iguales.

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La narrativa de Cambiemos es una narrativa de metrobuses, caminos y avenidas. Por eso los perores enemigos del Estado son los piqueteros y los manifestantes: porque interrumpen el tránsito. Los manifestantes que rompen el piso para sacar piedras y tirarlas son los enemigos perfectos, la suma de todo lo malo. El buen ciudadano solo usa la calle para ir a trabajar; después vuelve rápidamente a encerrarse en su casa a mirar televisión o navegar por las redes. La campaña proselitista de Juntos por el Cambio de este año va a insistir en la figura de la ruta y la cloaca, porque es lo único concreto que tienen para mostrar. Cambiar las veredas y echar a los que se vieron obligados a dormir sobre ellas. Están a favor del moverse, pero en contra del estar. A favor de las calles pero en contra de sus habitantes. Rutas sí, bienestar no.

 

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