De los últimos 18 meses, los aumentos de salarios quedaron por debajo de la inflación en 16 oportunidades. Es un record que ha sumergido el poder adquisitivo de las remuneraciones a su menor nivel en once años. Esta semana el Indec agregó a esa estadística la información de marzo. Ese mes la inflación fue del 4,7 por ciento y los sueldos subieron 4,0 por ciento en el promedio total. Las únicas dos excepciones a esa regla de caída real de los ingresos se remontan a octubre de 2017, cuando se realizaron las elecciones legislativas que ganó Cambiemos, con una mejora de los salarios del 1,8 por ciento contra un alza del IPC del 1,5, y a enero pasado, que quedó como una isla en medio de 14 bajas anteriores y dos posteriores. Ese mes los sueldos ganaron 3,1 a 2,9 contra los precios. En las 16 ocasiones restantes la inflación siempre superó a los enflaquecidos salarios y además le dio varias palizas. Por ejemplo en septiembre del año pasado, con una diferencia del 6,5 al 2,9 por ciento. También en junio (3,7 a 0,8) y en febrero de este año (3,8 a 2,7), entre otras. El resumen de este cuadro de deterioro de la retribución a los trabajadores lo aportó un informe de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET). Indica que el poder adquisitivo del salario cayó 17 por ciento desde noviembre de 2015. En los últimos doce meses se contabilizan 10,7 puntos de esa pérdida.

La tendencia, sin embargo, intentará ser interrumpida por el Gobierno durante el segundo semestre para disimular el proceso de precarización salarial mientras se desarrollan la campaña electoral y los comicios, como lo hizo el semestre previo a las elecciones de 2017. Pasada esa instancia y si Mauricio Macri resulta reelecto, el plan ya anunciado por las autoridades es avanzar con una reforma laboral que achique los costos salariales y una reforma previsional que disminuya la carga fiscal para la seguridad social. Es decir, el Gobierno no proyecta corregir el rumbo que tanto daño causa a las mayorías populares, sino todo lo contrario. Ese modelo produce una fractura social cada vez más preocupante, al estilo de la mayoría de los países de América latina. Es el sistema de ricos cada vez más ricos y cada vez más concentrados, contra pobres cada vez más pobres y una clase media deprimida. También como en la mayoría de los países de la región, el plan es jibarizar el aparato industrial, abrir la economía a productos importados y desactivar la investigación científica y tecnológica. Es el conocido proyecto neocolonial. Si Estados Unidos está poniendo tanta plata a través del FMI para sostener esa propuesta política mientras al mismo tiempo, puertas adentro, se cierra en defensa de su industria en forma cada vez más agresiva, queda claro qué intereses están detrás del proyecto de la alianza gobernante.

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Las herramientas para combatir la inflación y mejorar las posibilidades de consumo a las que echa mano el Gobierno para las elecciones son las que después desprecia y guarda en un cajón. Precios Cuidados, Ahora 12, los créditos de Anses para jubilados y titulares de la Asignación Universal por Hijo son activados solo en etapas electorales. Los economistas de la city que tanto abjuran de esos instrumentos los aceptan para mejorar las chances del oficialismo, pero advierten que cuando pasen los comicios, todo eso hay que desterrarlo y apurar el ajuste fiscal, la quita de subsidios y las reformas laboral y jubilatoria. Es el engaño de la ortodoxia institucionalizado, con ropaje heterodoxo solo para la ocasión. Los medios oficialistas también toleran los gestos de populismo como el precio que hay que pagar para ganar las elecciones, pero le marcan al Gobierno que luego habrá que dejar atrás cualquier rasgo de gradualismo e ir a fondo con el ajuste fiscal. Carlos Melconian, por ejemplo, postula que el boleto de colectivo debe valer un dólar. El mensaje hacia la ciudadanía es que hay que achicar el gasto público porque de lo contrario no llegarán las inversiones. Y algunos de los gastos que mencionan para podar son los que atienden a los sectores más vulnerables. En particular dos: las jubilaciones de aquellos que accedieron al beneficio por moratoria y las pensiones por discapacidad. También le apuntan a los empleados públicos y a la estructura del Estado en general.

Está visto que ese modelo lleva a la crisis y al atraso, más aún combinado con el montaje de todas las plataformas para la timba financiera: eliminación de cualquier restricción a la compra de dólares, autorización a los inversores especulativos para ingresar y sacar divisas del país, dependencia del endeudamiento externo, aumento de la tasa de interés a niveles insólitos del 70 por ciento y quita de regulaciones para orientar el crédito bancario a la inversión y las pymes.

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Una de las incógnitas frente a las próximas elecciones es cómo votarán los empresarios de la industria y el comercio que vienen padeciendo las políticas de achicamiento del mercado interno y los incrementos de tarifas y costos financieros. Dirigentes de esos sectores coinciden en que el Gobierno no podrá evitar la pérdida de votos en ese universo, en especial entre las pymes. “En 2015 hubo un voto muy mayoritario a Cambiemos que hoy no existe. Muchos empresarios tuvieron que desprenderse de activos por la crisis. Tuvieron que vender un departamento, cerrar un galpón, liquidar una máquina o un terreno. La mayoría está perdiendo plata o prácticamente no tiene rentabilidad. Muchos le perdieron la confianza a Macri. Ya no le creen ni hay expectativas de que las cosas mejoren en un segundo mandato”, relata un empresario con cuarenta años de trayectoria en el comercio minorista y dirigente del sector. “Hoy veo un voto vergonzante que no lo dice pero que en un balotaje entre Macri y Alberto Fernández vota a Fernández. En primera vuelta me parece que muchos van a votar a Lavagna o lo que sea una tercera opción, pero entre Macri y los Fernández, yo creo que en este momento entre los empresarios pymes hay más antimacrismo que antikircherismo. Les genera mucha incertidumbre Cristina, pero el discurso moderado de Alberto los puede convencer”, agrega.

–¿Por qué guardan tanto rencor hacia Cristina si durante su gobierno la mayoría pudo crecer en sus negocios?

–Creo que el Gobierno actual y los medios de comunicación lograron convencer a muchos que durante el gobierno de Cristina hubo mucho despilfarro y mucha corrupción, y además ellos sufrieron las arbitrariedades de la Secretaría de Comercio y odiaban las cadenas nacionales. Tampoco querían tantos planes sociales y se quejaban de los impuestos –interpreta el empresario.

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Otro dirigente pyme, del sector textil, coincide en que “hay un voto silencioso a favor de Alberto Fernández”. “Se dan cuenta que esta elección es de vida o muerte. Hay muchos que si están aguantando es porque ven la posibilidad de un cambio de gobierno en cinco meses. Si les dicen que tienen que soportar esto cuatro años más bajan la persiana. Están todos con mecanismos de supervivencia. Es una elección bisagra. El entorno de crisis hasta las elecciones no va a cambiar demasiado. Seguramente por las paritarias y por las medidas a favor del consumo que está tomando el Gobierno un poquito va a repuntar, pero entre los industriales hay mucho enojo y decepción con Cambiemos”, completa.

Salarios deprimidos y pymes hundidas es una realidad que en las elecciones de 2017 pudo ser disimulada por el Gobierno. La baja de la inflación de ese momento, la obra pública y la inyección de créditos al consumo y a la vivienda lograron recrear las expectativas de un futuro mejor. Ahora ese panorama parece difícil de repetir. El Gobierno solo insiste en que la realidad económica durante el kirchnerismo “no fue real” y que ahora se están sentando las bases para crecer más adelante. Es un discurso que parece gastado ante tanta crisis, pero el tiempo dirá.

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