“Su silencio tiene paralizado al peronismo”, dijo Pablo Moyano. Buena síntesis de lo que muchos temen, cuestionan, critican, intentan desentrañar. ¿Candidata o no?, entre muchas preguntas.

Ando mal de los nervios esta noche. Sí, mal. Quédate conmigo. Háblame. ¿Por qué nunca me hablas? Habla. ¿En qué estás pensando? ¿Qué piensas? ¿Qué? Nunca sé lo que piensas. Piensa.

T.S. Eliot. La Tierra Baldía.

Al kirchnerismo se le acaba el tiempo” lanzó a un tiempo Coco Blaustein en Socompa como piedra arrojada para iniciar el debate y recogió rápidas respuestas que giraron en torno a dos cuestiones centrales: el silencio de Cristina y si puede o no la oposición ganar las elecciones presidenciales en octubre, con CFK o sin ella, lo cual no es un dato menor.

Política y tiempo son dos pesos pesados que no siempre se llevan bien. Estructurada en torno a un calendario rígido, la política contemporánea sólo parece ser entendida como una carrera constante que va de una elección a otra. Importa, desde esa perspectiva, más la coyuntura que la competencia de fondo. Y por lo tanto, cuando aparece un líder que hace del silencio su principal espada se esparce el desconcierto y crece la ansiedad, tanto de propios como de extraños.

Si a todo el proceso se lo mira desde la óptica del periodismo, una de las profesiones donde se corre siempre contra el tiempo y en la que el silencio no es salud, sino ausencia de noticia, el riesgo que se corre es el de pifiar el análisis por falta de perspectiva. La memoria corta en este caso también juega en contra. Todos tenemos presente la última presidencia de CFK, un gobierno que no se caracterizaba por hacer del silencio virtud sino todo lo contrario: las abundantes cadenas nacionales saturaban el ámbito público con un relato de alta densidad que tensaba del debate de un modo que terminó resultando intolerable para una facción importante de la población que prefirió darse un descanso de tanta guerra discursiva.

Visto desde una perspectiva “familiar” podríamos decir que Cristina terminó representando la imagen de la madre que te levanta de la cama todos los días a viva voz, diciéndote cuáles son tus obligaciones y contra quienes hay que luchar, mientras que Macri ocupó el lugar del padre “buena onda” (la revolución de la alegría) que promete no decirte lo que tenés que hacer (“en mi gobierno no habrá cadenas nacionales”) y viene a acabar con la “grieta” y el “relato”. El macrismo no sólo es antipolítico en su discurso, sino también anti épico: su cambio de figuras históricas por animales en los billetes es un claro intento de hacer tabula rasa con el pasado, porque no hay significante alguno que los coloque a ellos en ese pasado en un lugar aceptable.

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A partir de diciembre de 2015 los términos del “relato” se invirtieron. El gobierno trató sin mucha fortuna de construir un discurso creíble aunque alejado de la épica que había caracterizado al periodo anterior. Mientras que CFK era puesta contra las cuerdas por un abrumador bombardeo de los medios hegemónicos que la colocaban al frente de una especie de asociación mafiosa encargada de saquear el Estado. Durante dos años Cristina sólo rompió el silencio para defenderse y denunciar la persecución judicial a la que estaba siendo sometida. Hasta que llegó la campaña electoral de 2017 y su round por medios poco amigables demostró que nadie le había comido la lengua, sino que más bien su silencio anterior era más estratégico que táctico. Es más: no sabían si le tenían más miedo a su silencio o a su mirada.

Las lecciones del abate

Luego de la derrota en la provincia de Buenos Aires volvió el silencio, roto sólo ocasionalmente para hacer referencia a las causas judiciales con que la hostigan todavía. Ni una palabra sobre la conducción del peronismo, ni sobre su eventual candidatura presidencial en 2019. Ni una pizca de sobreactuación de su rol de principal opositora. Y es que a CFK no le hace falta decir nada, en realidad. En ese sentido, su rol es similar al que, salvando las diferencias, supo tener Perón durante sus dieciocho años en el exilio. En ciertos momentos callar suele causar más impacto que hablar.

En el lejano 1771, en París, el abate Joseph Antoine Toussaint Dinouart escribió un libro titulado El arte de callar,  en el que vindica algunas lecciones imperecederas: “Que hable entonces vuestro rostro por vuestra lengua. El sabio tiene un silencio expresivo que se vuelve una lección para los imprudentes y un castigo para los culpables”. No sabemos si CFK leyó a este eclesiástico mundano y polígrafo del siglo XVIII, pero que maneja los silencios y determina efectos de sentido, no caben dudas. El arte de la política también está vinculado a esto: caminar sobre el abismo tratando de que la sangre no llegue al río. Para lograr ese objetivo a veces es más útil el silencio que el ruido.

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Mientras tanto, la centralidad política de Cristina no se ha puesto en discusión. Sus silencios tienden más bien a acentuar el contraste con el gobierno actual. Fresca como está en la memoria popular la experiencia kirchnerista, la dura realidad actual de desempleo, pérdida del poder adquisitivo, inflación descontrolada, bicicleta financiera y fuga de capitales propiciada por el Estado, lo dice todo. ¿Qué cosa nueva puede decir CFK sobre lo que está ocurriendo ahora? Todo lo que tenía para decir lo dijo durante sus ocho años de gobierno. Y eso lo saben tanto sus partidarios como sus detractores. Con lanzar algún tuit incisivo, como hizo el 24 de marzo, equiparando al macrismo con la dictadura, le alcanza y sobra para llegar a todos los titulares de los diarios.

Hablar… por terceros

Sin embargo, al igual que Perón, Cristina habla a través de terceros y lo hace constantemente. Habla cuando ordena cerrar listas de unidad en todos los distritos que eligen gobernador en los próximos meses. Habla cuando da el visto bueno para que Axel Kicillof salga a recorrer la provincia de Buenos Aires para afianzar su eventual candidatura a gobernador. Habla cuando se saca fotos con candidatos, cuando se reúne con antiguos adversarios internos y cuando envía señales precisas de lo que haría si volviera al gobierno a sectores económicos clave que están siendo golpeados duramente por la política económica del macrismo.

Entonces, ¿cuál es el famoso silencio de Cristina que resulta tan molesto a propios y extraños? El que lo puso en claro hace unos días fue Pablo Moyano cuando exigió que defina si va a ser o no candidata a presidenta porque su silencio “tiene paralizado al peronismo”. Pero esa exigencia esconde una trampa, porque como buen animal político, Cristina sabe que si equivoca el momento de anunciar su decisión pueden ocurrir dos cosas, y ninguna de las dos la favorece. Si dice que va a ser candidata acentúa los tiempos de aquellos que están desesperados por verla entre rejas, para sacarla de la carrera presidencial como hicieron en Brasil con Lula, quien anunció su candidatura sin calcular hasta dónde estaban dispuestos a llegar sus enemigos. En cambio si Cristina dice que no va a ser candidata y lo dice antes de tiempo, su poder se diluye y no puede incidir en los armados que se están dando en todo el país. Por lo cual, está claro que hablar no es un buen negocio.

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Yendo un poco más allá, podríamos decir que el “silencio” de Cristina “habla”. Y lo hace en un contexto en el que ella misma, al decir del psicoanalista Jorge Alemán, se ha visto transformada en un tabú político. Porque el problema, a estas alturas, ya no radica en convencer a la gran mayoría de los argentinos que el gobierno de Macri es un desastre. Según las encuestas más confiables, esa visión sobre el presidente es compartida por más de un 60 por ciento de la población. El problema radica en convencer a ese mismo porcentaje de que para arreglar los desmanes de Cambiemos hay que volver a votar a CFK, para acercarse al menos a ese tremendo 54 por ciento de la primera vuelta de 2.011 que marcó el pico más alto de su popularidad. Cristina sabe que para que eso ocurra ella no tiene que hablar demasiado, sino más bien seguir guardando el sigiloso silencio que a tantos incomoda. De última, ya lo decía el General… “mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar”.

 

¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas

 se extienden en estos pétreos escombros?”

(…)

“Me senté en la orilla

a pescar, con la árida llanura a mi espalda.

¿pondré al menos mis tierras en orden?

 

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T.

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