La Corte Suprema de Justicia terminó de condenar al Estado nacional a pagar a San Luis una deuda por fondos coparticipables mal retenidos, cuyo capital asciende a 15.000 millones de pesos. Cabe la expresión “terminó de condenar” porque el fallo le pone moño a uno anterior dictado hace tres años. En el ínterin, los Supremos procuraron que “la política” (léase tratativas entre Nación y provincias) resolviera las condiciones de pago y el modo de calcular los intereses.

El gobierno nacional remoloneó, impugnó liquidaciones de intereses. El objetivo era bicicletear la deuda hasta que finalizara el mandato del presidente Mauricio Macri.

Especulaban, claro, con un grado de complicidad del tribunal que le había cursado una señal de alerta sentenciando un pleito similar aunque por menos plata promovido por la provincia de La Pampa. Santa Fe, que exige un crédito más suculento, espera su turno con desenlace cantado.

Votaron los jueces Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda y Horacio Rosatti. “Mayoría automática peronista”, sanatean la Casa Rosada y sus voceros mediáticos. Exageran o mienten, usted dirá.

Maqueda y Rosatti tienen trayectoria política, pero el primero integra el Tribunal desde hace más de 16 años, falla usualmente en consonancia con los criterios mayoritarios y considera que ese cargo es el fin de su carrera política y no una licencia.

Rosatti fue nombrado por Macri, sus inclinaciones lo arriman más al autodenominado “peronismo federal” que al aborrecido kirchnerismo. 

Ambos participaron en la Constituyente de 1994 y son provincianos, referencias vitales que influyen en el sentido de sus votaciones.

El macrismo es ingrato con Lorenzetti, que le prodigó satisfacciones surtidas siendo presidente de la Corte. Protegió y le dio alas al camarista federal Martín Irurzun, numen de la doctrina encarceladora de no culpables que lleva su nombre. Y fue contertulio habitual del juez federal Claudio Bonadio. Los dos recibieron ovaciones en “la Embajada” durante un par de celebraciones del 4 de julio. El idilio entre el macrismo y Lorenzetti cesó cuando éste fue relevado de la presidencia.

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El fallo, correcto y demorado, complica la política económica oficial, signada por el déficit cero. Licencia poético-económica que designa al déficit calculado sin computar los faraónicos y crecientes pagos de servicios de la deuda e(x)terna.

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Otra bicicleta aciaga revivió en esta semana. Los especuladores atacaron al dólar haciéndolo trepar unos buenos pesos. En esas jornadas grandes jugadores acumulan fortunas, entrando y saliendo con destreza. La “reacción” del Banco Central fue elevar las tasas de los bonos completándoles el favor.

La política económica adolece de un esquematismo extremo, clave para su fracaso y fomento para los beneficiarios del “carry trade”, la bicicleta financiera. Suponer que una sola herramienta sirve para conseguir un abanico de objetivos es una exasperante característica de los modelos neoconservadores. La convertibilidad fue un ejemplo extremo.

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La fiesta de pocos, no hay que ser Horangel para anticiparlo, está en condiciones de regresar. Solo sus promotores saben cuándo. Si ocurre se culpará al riesgo de la alternancia política. Los mercados conspiran contra la democracia mientras la responsabilizan por sus propias decisiones.

Las  corridas del año pasado proyectaron el dólar a la estratósfera. Varios “inversores” compraron cientos de miles o miles de millones de dólares en un día o en una semana.

La información del Banco Central revela los importes de las adquisiciones pero encubre los datos de los jugadores. Conocedores de la city señalaron a los megafondos de inversión J. P. Morgan y a Templeton como grandes ganadores en esos días de pánico. Especulando con el precio del dólar o con la suba de las tasas o con los Bonos sugestivamente llamados BOTE. O  remixando todas esas ventajas que propicia el Gobierno. 

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Rodaron, entonces, cabezas en el Central. Su actual vicepresidente, Gustavo Cañonero, los sucedió: fue socio de Templeton. Llama la atención su sitial estratégico hoy en día. Inquietante en una gestión signada por los conflictos de intereses con los que medran sus funcionarios.

Todas estas historias continuarán. La mayoría de los argentinos son patos de esas bodas.

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