Cada cual atiende su juego. La unidad del PJ se aleja, Cristina sigue en silencio y Macri gana con la dispersión. Los gobernadores miran dese lejos. Nisman paga poco, pero todavía paga. Lo suficiente como el fantasma del populismo y las fotocopias de Centeno. Cambiemos no necesita cambiar: procesa la herencia en clave conservadora. Los movimientos sociales aguatan y esperan. La CGT, perdida en su laberinto.

Estaba en el imaginario colectivo. Anidaba en los corazones. Sobrevolaba en la mente de muchos. El Avión Negro prometía un regreso triunfal. Perón le devolvería al pueblo la felicidad robada. El pasado, visto desde aquel presente, se tornaba idílico. La historia se conoce. Perón volvió, le dio el cuero, pero prefirió un avión de Alitalia primero, y un Boeing 387 de Aerolíneas Argentinas después. La cosmovisión de una historia circular se haría trizas contra la realidad.

“Hegel dice que la historia se repite dos veces. Le faltó agregar: primero como tragedia y después como farsa”. Lo que escribió Marx en el Dieciocho Brumario apuntaba a una cuestión central: el paso del tiempo suele resultar impiadoso cuando la lectura no se ajusta a la época. Lo que pudieron ser prácticas más o menos virtuosas o incluso exitosas puede devenir en rituales huecos, en lenguajes muertos, en flores de papel.

Y no se trata de aventurarse en paralelismos poco confiables. Está claro que el tercio flotante de la otrora ancha avenida del centro que imaginó Massa no sueña con aviones negros: quiere vuelos low cost. Tampoco Cristina es Perón; ni Macri, la revolución fusiladora. Además, para llegar del conurbano a la Rosada no hace falta un avión, alcanza con un bondi.

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De lo que se trata, sencillamente, es de subrayar que las condiciones de posibilidad cambian, que los escenarios se modifican; en síntesis: que no hay vuelta atrás. Que la historia no es circular. La hacen los hombres, pero no bajo las circunstancias que eligen, sino bajo las que existen y fueron legadas por un pasado que es tanto propio como ajeno.

El desafío pasa por pensar qué se podrá construir y cómo desde las condiciones de posibilidad que dejará la ruinosa herencia de Cambiemos. Es obvio, el tiempo apremia. A menos de nueve meses de las presidenciales, los interrogantes se amontonan y nadie los encara. La incertidumbre manda. Nadie explica qué rumbo debería tomar un futuro gobierno de cara a un país híper endeudado, sumido en una larga recesión y bajo el control del FMI.

¿Qué hacer con el FMI? ¿Si no es posible un regreso a los años dorados del kirchnerismo, entonces qué? ¿Confrontar con el capital concentrado? Si es así, ¿sobre qué base de sustentación social? ¿Alcanza con una simple alianza electoral? El horizonte, va de suyo, dibuja un sendero muy estrecho. Lo conocido: cero viento de cola y casi nada para redistribuir sin confrontar de manera más o menos abierta con las fracciones más concentradas del círculo rojo. Para peor hay mal ambiente global y regional para el denostado populismo.

Hasta los más tauras se muestran cautelosos. La apuesta geopolítica de Trump, Lagarde & Cia es evidente. Mucho de eso se vio en la ya lejana cumbre del G20. Mucho más en el generoso rescate del FMI a Cambiemos. Queda más que clara con las presiones de Washington sobre la Venezuela de Maduro. Macri y Bolsonaro festejan. El estallido no llegó y, descontado el núcleo duro de Cambiemos, el tercio flotante desorienta. ¿Voto aspiracional? ¿Demanda de “normalidad”? ¿Ingenuidad política?

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Cambiemos, por ahora, no necesita cambiar. Lo que construyó lo alimenta desde valores propios de la vida cotidiana difíciles de rebatir en términos políticos. El sentido común, la doña Rosa de Neustadt, la torta de la que hablaba Grondona, el nadie puede gastar más de que lo que gana… Sencillez implacable. Difícil de refutar sin arriesgarse en aguas profundas. El mundo amarillo que propone el duranbarbismo no requiere de teóricos que aburran con sofisticados análisis.

¿Quién quiere que le compliquen la vida obligándolo a pensar y repensar? Se dirá que siempre fue así para un amplio sector de la sociedad. Puede ser, pero hay épocas y épocas. La actual no alienta la crítica. Tampoco la autocrítica. Para mal de males, los medios hegemónicos enmascaran la realidad. Ante semejante la coyuntura, la máxima futbolera manda. La de siempre: equipo que gana no se toca. Tampoco si no pierda por goleada. El empate sirve. Suma y mejora el promedio. El asunto, se diría que para buena parte de la oposición, es mantenerse en primera.

¿Quiere alguien del PJ ir por el campeonato? Se verá. Aprontes no faltan. En lo inmediato, el silencio de Cristina no ayuda. Tampoco lo hacen los gobernadores de la oposición “racional”, que son casi todos. Los mismos que votaron al pacto fiscal y dieron luz verde al acuerdo con el FMI y al Presupuesto 2019. Enfrascados en contiendas territoriales, desdoblan elecciones y miran de lejos el escenario nacional. No es ilógico. ¿Para qué arriesgar si se puede descansar confortablemente sobre un colchón de votos más o menos garantizado?

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Las encuestas se multiplican. Se diría que sobran. Todas conjugan las conclusiones en condicional. Se entiende. Los indecisos y el margen de error dejan poco espacio para las afirmaciones. Mientras el consenso estadístico habla de una leve ventaja para Cristina frente a Macri en primera vuelta, los politólogos recorren radios y canales de televisión, escriben columnas, trazan escenarios y construyen interpretaciones. Algunos, con mejor estilo y más densidad que otros, esclarecen, ayudan a pensar. En general se repiten; tanto como el periodismo, que procesa y titula.

Lo que va quedando en claro es que ensayar fotos y reiterarse en la letanía del desastre económico y social que dejará Cambiemos no suma. Las preguntas que nadie encara siguen ahí, esperando respuestas.

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