La devaluación, producto de la inconsistencia del esquema macroeconómico del Gobierno, los tarifazos y la falta de controles sobre los formadores de precios dispararon la inflación del año pasado a su mayor nivel en casi tres décadas.

La inflación fue del 2,6 por ciento en diciembre a nivel nacional, con lo cual llegó en doce meses a un 47,6 por ciento, el mayor registro en 27 años. El 2018 fue el año de más alta inflación si se tiene en cuenta todo el período de convertibilidad –salvo el año de su inicio–, el período de la Alianza, la crisis de 2001 y los tres gobiernos kirchneristas. Este logro del gobierno de Cambiemos no fue un acto de magia, sino que fue tejido en años previos en base a un deterioro cada vez más marcado de la situación externa que estalló en abril pasado, fue acompañado por tarifazos y falta de control de parte del Estado de precios sensibles para el bolsillo. La inflación produjo un deterioro generalizado de las condiciones de vida y fue además determinante en el giro del escenario político en contra del oficialismo y del hundimiento de la economía nacional.

Si bien en noviembre y diciembre la inflación se moderó frente a los meses explosivos previos, sigue muy alta (ver aparte) y el BCRA comunicó que “debido a que la política monetaria actúa con rezagos, a correcciones de precios regulados y acuerdos salariales pendientes, se espera que la inflación mensual se mantenga en estos niveles en los próximos meses”. Es decir, la autoridad monetaria reconoce que la inflación tardará al menos todo el verano en mostrar mayor moderación, y será consecuencia de una recesión cada vez más profunda.

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Del impacto de la avalancha de precios el año pasado, una cuarta parte se explica por alimentos y bebidas, que subió un 51,2 por ciento en doce meses. Según el Indec, el kilo de harina estaba hace un año 11 pesos y el mes pasado llegó a 30 (suba del 172 por ciento), mientras que el arroz blanco pasó de 22 a 38 pesos (77 por ciento). Durante 2018, se duplicó el precio de los fideos tipo guiseros, de 20,50 a 41 pesos y el pollo subió de 39 a 64 pesos (64 por ciento). El aceite de girasol de 1,5 litros pasó de 55 a 98 pesos (78) y el sachet de leche, de 22,80 a 33,50 pesos (47,0).

Una de las particularidades de la economía argentina es que los alimentos son la base de las exportaciones. El dólar tiene incidencia en la formación interna de los precios porque los molinos harineros, la producción de arroz, los frigoríficos, las aceiteras o los tambos no tienen por qué vender más barato en el mercado interno que en el mercado externo.

El año pasado comenzó con un dólar de 18,95 pesos y terminó en 38,83 pesos, un avance punta a punta del 105 por ciento. Y el Gobierno nacional acompañó la tensión inflacionaria con un refuerzo en la quita de subsidios en servicios públicos, con lo cual alimentó directamente el alza de precios. El rubro vivienda, agua y electricidad subió el año pasado un 45,7. Pero además, esos incrementos porcentuales fueron aplicados por parte del Gobierno sobre valores que no eran los de 2015, por lo cual las boletas se volvieron un rubro sensible en el presupuesto familiar.

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El transporte creció un 66,8 por ciento a nivel nacional por el impacto conjunto de la quita de subsidios en colectivos, trenes y subte junto a la suba de la nafta. A comienzos de 2018 el boleto de colectivo que actualmente cotiza 17 pesos en el Area Metropolitana estaba 6,50 pesos. Hace un año, el litro de nafta super en las estaciones de YPF cotizaba 22,6 pesos y actualmente está en 37 pesos, un 64 por ciento más.

El rubro de salud anotó un avance del 50 por ciento a partir del encarecimiento de los medicamentos y del alza en las cuotas de la medicina prepaga. Muchos remedios también están ligados a la cotización de la moneda norteamericana, al tiempo que las cuotas de las prepagas avanzaron un 40,8 por ciento a lo largo del año pasado. El capítulo de equipamiento y mantenimiento del hogar subió un 50 por ciento, también impulsado por el dólar, que afectó a los principales insumos metalúrgicos y a las variantes importadas. Prendas de vestir y calzado subió un 33,1 por ciento; comunicación, 55,3 por ciento y recreación y cultura, 43,4.

Más importante aún que la variación nominal de los precios es el deterioro en términos reales de los ingresos, es decir, cómo salarios, jubilaciones y asignaciones familiares quedaron relegados frente a los precios. La jubilación mínima arrancó 2018 en 7246 pesos y ahora está en 9300 pesos, una suba del 28,3 por ciento, al igual que el alza registrada en la Asignación Universal por hijo (AUH), que pasó de 1412 pesos por niño o niña a los 1816 pesos actuales. Los jubilados quedaron fuertemente afectados por la inflación, mientras que los titulares de la AUH recibieron bonos compensatorios por la pérdida de poder adquisitivo, aunque ahora arrancan el año con ingresos reducidos ante el nivel actual de precios.

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El salario real promedio del sector privado registrado, según el Ministerio de Trabajo, acumuló hasta octubre de 2018 una caída del 10,9 por ciento. En peor posición están los trabajadores no registrados, que ascienden a un tercio de los trabajadores y mucho peor, los desocupados.

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